La gente se lo cree casi todo
lo que interesa. Piensa que la solución está como la panadería dos portales más abajo. Se lo traga como Mary Poppins
se tragaba la píldora. Ahora, porque anda por medio la conveniencia, tiene el
azúcar de la credulidad. En el pecado llevan la penitencia.
Los que han usado algunas de
esas cosas saben que es mentira; los que no los hemos probado nunca, también. La
credulidad no tiene límites. El otro día hablaban que unos manteros vendían
‘ferraris’ a precio de utilitarios. ¿Cómo se pude ser tan ingenuo –por no
decir, tonto - para caer en esa trampa?
El cebo más sabroso es el de
los afrodisiacos. Pican, o al menos dan esa impresión, como los insectívoros
con las hormigas aladas… Publicitan, incluso,
libros de cocina que ayudan a
elaborar comidas afrodisiacas. Y digo yo ¿hay algo más estimulante que un plato
de papas fritas con dos huevos, un chorizo y un vaso de tinto bueno? Seguro que
se salvan los muebles. Seguro. ¡ Y, qué poca
publicidad se ve en la televisión de ese menú…!
La gente es muy crédula. Se
cree que ningún político de los que han intervenido en los ‘eres’ sabía nada de
todo el melindreo que había en sus dominios; se cree que Urdangarín y el tal
Diego López son tan inocentes como una doncella de convento; admiten que eso de
los trajes y otra bagatelas son minucias y cosas sin importancia. ¿Un máster?
Eso, en la botica de la esquina.
La gente busca soluciones. El
otro día, un señor entrado en años vendía no sé qué producto contra el
envejecimiento. Y digo yo, podrían haber puesto alguien con menos arrugas, más
pelo y más lozano. La pregunta venía de cajón. Oiga y ¿por qué no se lo
administra usted y vuelve dentro de un mes? A ver, a ver…
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