¿Te imaginas? Noche de verano, una terraza junto al mar. La
brisa acaricia y besa tu cara. Deja que se mueva suave tu pelo. Se te viene,
rebelde, una y otra vez porque va a su antojo y capricho que es como manda la
brisa de la mar.
Las estrellas todavía no han aparecido. Las velan unas nubes
lejanas, altas, distantes. Ahí en su
sitio, donde siempre, como siempre pero esta noche de una manera más especial.
Las sabemos en lo más alto parpadeantes y, de pronto, un solo saxofón…
Algo único… irrepetible. Algo para entornar los ojos y soñar…
porque sabes que el espigón lejano se
adentra entre la bruma hacia la mar profunda y, aquí, al alcance de la mano un puñado de olas de
nácar que vienen a dar en la orilla que las espera y luego, la besan y se van…
¿Te imaginas? Ya se han ido las gaviotas. Han buscado el
pico del acantilado donde pasan cada noche. Otras, han sobrevolado los veleros
del puerto. Han escogido un mástil y, allí, en lo más alto han decido que van a esperar
las primares luces de alba que a ellas les va a llegar antes…
No hay barcos en el horizonte. Aquellos barcos lejanos que,
en las distancia, parece que están parados pero que marcan un más allá del
tiempo. Son los barcos que van a alguna parte. Como la vida que pasa, cada día,
y la dejamos que se escape…
¿Te imaginas? La felicidad, eso que se compone de pequeños
momentos que llama, inesperadamente, esta noche y se acerca y dice que está a
un palmo y en el fondo, como desganado y lángugio, el saxofón que toca, en su
solo , esa melodía eterna e inmortal. Alguien le puso letra, decía, “bésame,
bésame mucho, como si fuera esta noche la útima vez…”
¿Te imaginas que se parase el tiempo y, entonces, un rumor olas de nácar, y la brisa lejana, y
próxima, nuestra… y un bamboleo de almas
entonando la misma melodía del saxofón…?
Hola
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