lunes, 23 de abril de 2018

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Mesón del Negro




El viajero anda por la ciudad. El viajero tiene concertado un encuentro con gente amiga en uno de los rincones que hablan de la historia – de su gloria y sus miserias – en una ciudad única, singular. El viajero sabe que en la calle Albareda se encontrará con gente entrañable a la hora convenida.

El cielo de Sevilla – el viajero viste una chaqueta azul y sin una rosa roja en el ojal de la  solapa – está gris. Es un  gris sucio.  Amenaza lluvia, y a ratos, deja caer un chaparrón estentóreo que hace que la gente busque cobijo bajo los toldos, al amparo de un portal o en el interior de un establecimiento.

Se las andan – va al encuentro en compañía de gente amiga – por la calle Tetuán, esa que dicen que es tan cara como Serrano en Madrid, Larios en Málaga o la Quinta Avenenida en Nueva York – por Sierpes, por el Salvador donde una estatua en bronce recuerda a Juan Martínez Montañés al que se llevó la tremenda epidemia de peste, en 1649; el autor de Jesús de Pasión, del Cristo de la Clemencia, de… sí, sí, ese, ese.

Se encuentran. Se sientan. Hay bulla de gente en la calle y poco sitio. La amabilidad del camarero los coloca en un lugar primero, luego, al revolver la esquina, en otro. Es más amplio, más desahogado, menos agobiante.

El grupo está sentado en la Casa de la Viuda. Ocupa el lugar – eso dicen los papeles – del Mesón del Negro. Entonces, cuando el Mesón, era el siglo XVII. Sevilla ya había dado el paso atrás. Que si el comercio se había ido a Cádiz por mor de la barra de Sanlúcar que no dejaba pasar a los barcos de gran tonelaje que en aquel tiempo eran 400 toneladas, en lugar de las 70 del XVI, que si la peste…

Una placa en la fachada lo recuerda. Cambian los tiempos tanto, tanto, que de aquello una lápida en la pared; de ahora, un recuerdo, ‘Casa de la Viuda’, para doña Rita García Ruiz, natural de Ruiloba en la Montaña y como otros que entraron con pie propio en la Historia de Sevilla; de ahora, unas viandas de calidad excepcional. De la compañía y el rato, de eso no hablamos, imposible ponerle nombre.




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