Si das en venir al pueblo,
vente temprano. Dice el refrán que, “a quien madruga, Dios le ayuda”. Debe ser
verdad. El refranero tiene las cosas muy claritas y define muy bien según que
situaciones. Las puntualiza y las deja para que cada uno se las interprete como
mejor les convenga.
Déjate el coche a las afueras.
Es lo mejor. Por dentro del casco urbano, el aparcamiento, imposible, y lo que
es peor te vas a perder gozar del encanto de un pueblo blanco, con calles –
calleja, es un consejo - de embrujo a las que se asoma el cielo azul y limpio.
No hay sobrecargas de
monumentos, solo unos cuantos: a la Faenera, al Cante por Malagueñas... En el
entronque de Algarrobo con Cantarranas colocaron un jardín colgante. Ya verás.
Una preciosidad…
Hornacinas santeras las hay en la calle Santa Ana, Algarrobo,
Camino Nuevo y Zapata – ambas, dos
vacías – y en el Peñón de la Fuente de la Higuera…
A diferencia de otros lugares
no hemos tenido santos propios pero sí quien sacaba las ‘motas’ de los ojos;
buscaba las aguas subterráneas; curaba las culebrinas y a los niños
‘quebrados’; y arreglaba noviazgos; quien tenía oraciones y rezos propios - que aunque lo he intentado nunca me lo han
querido decir – para prevenir el mal de ojos; para que no se ahogaran los
pollos con las tormentas; quien tenía sus rezos del trisagio; quien ha
hecho el bien, mucho bien, a su manera y entender…
Debes saber y te digo que si
llegas con tiento te pueden sorprender
muchas cosas. Date una vuelta por la barra de los bares. Somos amigos
del ejercicio de ‘barra fija’. Y ahí vas
a comprender eso que suelen decir: “Si se juntan tres de Lucena hacen una nave;
tres de Cabra, una romería; tres de Álora una tertulia y hasta arreglan el
mundo…” Ya ves, habladurías, que la gente ¡tiene unas cosas!
La gente aquí es abierta,
locuaz y poco innovadora. Le gusta informarse de lo que le interesa pero en el
fondo va a lo suyo, ah y ni se te ocurra
hablar bien del pueblo vecino, porque como mandan los cánones, con los vecinos,
‘siempre cero’.
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