Huelen los templos a penumbra e
incienso, a velas empaquetadas y a ciriales que esperan su tiempo. Todo anuncia
que la Cuaresma ya cumple su ciclo, y que de aquí a unos días vendrá la
eclosión por la esquinas y las calles se llenarán de tronos y nazarenos.
Están las imágenes en sus
hornacinas inquietas. Saben que la devoción del pueblo las va a bajar de aquí a
nada y todo será ese zarandeo de fe y emociones porque “mi Virgen es más guapa
que la tuya” y “no hay Cristo como mi Cristo” y… Ya saben.
Hay una inquietud cierta por el
tiempo. Dicen que el mayor enemigo del torero en la plaza no es el toro sino el
viento. No, lo sé. El mayor enemigo de
una procesión, sin duda, es un intempestivo aguacero.
No es la primera vez - ni se será la última – que el llanto del
nazareno sea superior al agua que baja, de manera inopinada e inoportuna, de un
cielo cubierto de nubes. Son esas nubes que siembran el desconcierto. Porque,
¿sabe usted? llover, lo que se dice para llover no está, pero mire por donde se
ha descolgado este chaparrón…
Apuran los momentos. Se han
desempolvado túnicas y capirotes. “En calle Álamos, - dicen - los venden a medida”- Y allí se encamina el
abuelo y se lo trae, recién calentito, hecho a pedir del perímetro del mocito
que se va vestir con túnica planchada y cordones que cuelgan pero que no llegan,
porque nunca deben llegar, hasta el suelo.
Están reventones los claveles y
las rosas. “Este año, la Virgen, va a llevar rosas de color… “ Y uno sueña que
la Virgen, que va preciosa siempre, entre la candelería que se apaga con la
brisa de la noche, deja de ser imagen de madera y es fe a pie de calle…
Y se acuerda de Paca – Paca era
mi madre - y a la que yo sacaba cada
noche de Jueves Santo a la esquina de la
calle Erillas para que viese a su Virgen, y de Fernando, y de Frasquito y de
Diego Mamely y de su primo, el otro Diego, y de Pablo, y del “Mañono”, y de Paco, el de la Balita, y de Martín, el de
la ‘Baratera’…
Y uno ve cómo aumenta la lista, y siente un nudo en la
garganta y…
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