Están las calles a tope. La
gente, con el primer sol de la primavera, se ha salido de sus casas. Entre
obras y procesiones uno no sabe por dónde echarse, por donde acortar el camino,
cómo encontrar el lugar idóneo, o cómo ir al punto deseado por el sitio que se
estima más corto. Un imposible.
A ese lleno lo llaman bulla. No
hay ciudad grande, pequeña, mediana o mínima que no esté llena. Es una manera
de exteriorizar lo que se lleva dentro. La Semana Santa viene una vez al año
pero es la gran fiesta de la exteriorización. Todo sale fuera.
Hay ciudades con un patrimonio
artístico y cultural que deslumbran. Otras no tienen tanto pero están en el
camino. Lo intentan. Buscan potenciar ese algo que nos hace diferentes hasta el
punto de hacer realidad aquella anécdota de un año lluvioso con procesiones en
días diferentes a los propios de sus salidas. Alguien cantó: “Virgen de la Soledad
/ no llores ni tengas pena / que me he dejado a tu Hijo / cenando en la Puerta
Nueva”.
No, no es irreverencia. A la
Virgen le ponemos varios rosarios en las manos, le clavamos un puñal en el
pecho y la vestimos con un manto tan grande, tan grande, que hasta tienen que
ponerle unas horquillas para darle mayor proyección y evitar su caída…
A las Vírgenes también les
hemos dado los nombres de los sentimientos más profundos que atenazan a los hombres. Es la Virgen del Amor,
Amargura, Soledad, Esperanza, Piedad, Amparo, Angustias, Penas… Es la Virgen,
sencillamente, la Virgen. Ella que sale de la penumbra de los templos y llena,
con su presencia la calle que ya estaba llena y esperaba su llegada.
Dice el Maestro Alcántara que
el Cristo de la Buena Muerte es a quien queremos cerca para cuando llegue ese
momento. En Álora para complementarlo todo a una dolorosa con cara de infinita
pena tuvieron a bien darle el nombre de Virgen de las Ánimas. ¿Cabe más
conjunción de sentimientos?
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