viernes, 4 de agosto de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Feriantes

No sabemos de dónde vienen; van a alguna parte. Llegan casi siempre con un punto de prisa y apure. A veces, les acompaña la noche. Se instalan – es un decir -, ocupan las aceras, los bordes de la calle, los lugares donde los ubican. Una mañana, con la luz del alba, no queda ni rastro. Los servicios de limpieza pasan borrando la fóllega dejada por varios días de eso que llaman feria.

Las ferias nacieron en la Edad Media. El trueque; la gente intentaba desprenderse de lo que le sobraba y hacían acopio de otras que necesitaban. Corría, en mucho o en poco, el dinero. Vamos, lo que cada hijo de vecino disponía y podía gastarse. Con las mercancías también venía el ocio. Titiriteros, circos, espectáculos…

Todo lo que podía hacer olvidar a la gente la rutina de cada día por un tiempo corto, muy corto, pero que ya no volvía hasta el otro año. Nacieron, también, por motivos religiosos y comerciales; como actos que conmemoraban algunas efemérides de tiempos pasados.

No tienen nada que ver las ferias de entonces con lo que hoy se llama feria. Ya se sabe, España de mar a mar está tirada a la calle. El Atlántico y el Mediterráneo alargan sus brazos. Algo parecido ocurre con el Cantábrico que se baja hasta no sabemos dónde lo deja  entrar el infierno de los páramos de Castilla. La gente s quiere fiesta, diversión, asueto…

Los feriantes, esa masa humana que aparece como las olas en la orilla, están sometidas a enormes penalidades. Ahora proliferan muchas personas que por el color de su piel pregonan que vinieron de otras tierras, de unas tierras más al sur de las tierras que están al Sur.


Los veo tirados en colchonetas mugrientas. Buscan el amparo de una menguadas sombra que se alarga desde la cornisa del toldo de su tenderete. Esta mañana un hombre robusto, fuerte, atlético tenía tendida una alfombrilla en la acera. El hombre, - un tasbih entre su dedos -, en la calma chicha de la mañana,  arrodillado en la acera,  dirigía su cuerpo en dirección a La Mecha. Con su frente casi llegaba al suelo en reverencias espaciadas y acompasadas. El hombre rezaba. Está claro, entre los feriantes, también anda Dios.



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