No sabemos de dónde vienen; van
a alguna parte. Llegan casi siempre con un punto de prisa y apure. A veces, les
acompaña la noche. Se instalan – es un decir -, ocupan las aceras, los bordes
de la calle, los lugares donde los ubican. Una mañana, con la luz del alba, no
queda ni rastro. Los servicios de limpieza pasan borrando la fóllega dejada por
varios días de eso que llaman feria.
Las ferias nacieron en la Edad
Media. El trueque; la gente intentaba desprenderse de lo que le sobraba y
hacían acopio de otras que necesitaban. Corría, en mucho o en poco, el dinero.
Vamos, lo que cada hijo de vecino disponía y podía gastarse. Con las mercancías
también venía el ocio. Titiriteros, circos, espectáculos…
Todo lo que podía hacer olvidar
a la gente la rutina de cada día por un tiempo corto, muy corto, pero que ya no
volvía hasta el otro año. Nacieron, también, por motivos religiosos y comerciales;
como actos que conmemoraban algunas efemérides de tiempos pasados.
No tienen nada que ver las
ferias de entonces con lo que hoy se llama feria. Ya se sabe, España de mar a
mar está tirada a la calle. El Atlántico y el Mediterráneo alargan sus brazos.
Algo parecido ocurre con el Cantábrico que se baja hasta no sabemos dónde lo
deja entrar el infierno de los páramos
de Castilla. La gente s quiere fiesta, diversión, asueto…
Los feriantes, esa masa humana
que aparece como las olas en la orilla, están sometidas a enormes penalidades.
Ahora proliferan muchas personas que por el color de su piel pregonan que
vinieron de otras tierras, de unas tierras más al sur de las tierras que están
al Sur.
Los veo tirados en colchonetas
mugrientas. Buscan el amparo de una menguadas sombra que se alarga desde la
cornisa del toldo de su tenderete. Esta mañana un hombre robusto, fuerte,
atlético tenía tendida una alfombrilla en la acera. El hombre, - un tasbih entre su dedos -, en la calma
chicha de la mañana, arrodillado en la acera, dirigía
su cuerpo en dirección a La Mecha. Con su frente casi llegaba al suelo en
reverencias espaciadas y acompasadas. El hombre rezaba. Está claro, entre los
feriantes, también anda Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario