Él, que lo puede todo, lo ha querido.
La lluvia del otro día por la mañana ha dejado el aire limpio. Se respira
pureza; todo es luminoso, transparente. Tiene otra tonalidad. Las hojas de los
árboles han recobrado vida; brillan más
que otros días. Se ha sobrepuesto a los calores del verano. Están vigorosas,
refulgentes. Pedían bendición al cielo;
el Cielo se la ha enviado.
las cumbres grises de El Torcal
ensombrecido; deja un fogonazo sobre Cerro Chávez. Claros de cielo entre las nubes…
Algo dice que el otoño ya trae
andado el camino. Ha pasado horas de fuego en una travesía lenta, dura,
asfixiante, a veces y, ahora, ya llama a
la puerta. Dentro de nada su mano reviste con una pátina de oro a los
membrillos del borde de la alberca.
Lo que hace poco era un piar
incesante de abejarucos baja lentamente. Buscan donde pasar la noche. Ellos no
saben que los he descubierto y sé que la pasan en los álamos negros, los que
están en la revuelta del arroyo, conforme se baja, antes de llegar al río.
Los mirlos se quedan entre los
zarzales y los cañaverales. Ellos, que son muy madrugadores, antes que apunte
el alba le darán un repaso a las moras reventonas y maduras; luego irán a la
parra y a la higuera… Conocen mejor que nadie el camino.
El cielo está entoldado. Él ha
dado por aquí su bendición. En otros sitios… ya se sabe lo que ocurre cuando el
agua viene tanta y en tan poco espacio. En fin, si Él lo quiere…
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