domingo, 20 de agosto de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tarde de verano

Tarde de verano. El cielo está azul, muy azul. Hay una cuerda de nubes  sobre la Sierra del Valle; luego, poco a poco,  se han desplazado hacia El Torcal,  y se pierden como por la parte de Granada donde nace el Guadalhorce,  y la roca caliza, desde la distancia, es de color gris.

Ha aparecido una nube diferente a las demás  - parece que ya hay algún político que  riega fuera del tiesto ¡con lo que ha caído en Barcelona! – que también quiere,  ser diferente – sobre La Joya y Los Nogales. Gregorio que, entonces, estaba próximo al centenario me dijo una tarde como ésta, que esa nube era la “nube de Alcalá” Allí, agregó,  dentro de un rato habrá tormenta.

El sol achicharra los  pámpanos de parra. Desde hace unos días se han tornado de color de tabaco seco. Algo parecido le ha ocurrido a las hojas de algunos  rosales. Puede ser una mezcla de roya y mildiu. Los he tratado con fungicida específico  que lleva, en sí, el ser curativo y preventivo. La floración para el otoño está en puerta; apunta con rosas nuevas.

Las costeras del monte están agostadas. Cada mañana suben las cabras. No hay pastos: los animales carean entre yerbajos resecos; sinfonía de cencerras.  Las almendros están maduros.  Los membrillos se muestran sensuales, provocativos…

En la huerta, al irse la tarde, reina la tranquilidad. El refrán lo dice claro: “la huerta, por la mañana; la novia, por la tarde”. Los pájaros, los pocos pájaros que se ven a estas horas buscan el cobijo de las umbrías. En el cielo hay un coro de abejarucos. Aprovechan las térmicas y planean. Hacen surcos concéntricos.


Los veo en el cielo. No sé porqué se me viene a la mente el coro melifluo de esos políticos que nos tienen hartos con su monotonía; son cansinos.  Los abejarucos tienen plumas de colores más bellas y llamativas; el canto,  parecido. Ya se ve, nada es perfecto.


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