Tarde de verano. El cielo está
azul, muy azul. Hay una cuerda de nubes sobre la Sierra del Valle; luego, poco a poco,
se han desplazado hacia El Torcal, y se pierden como por la parte de Granada
donde nace el Guadalhorce, y la roca
caliza, desde la distancia, es de color gris.
Ha aparecido una nube diferente
a las demás - parece que ya hay algún político
que riega fuera del tiesto ¡con lo que
ha caído en Barcelona! – que también quiere, ser diferente – sobre La Joya y Los Nogales.
Gregorio que, entonces, estaba próximo al centenario me dijo una tarde como
ésta, que esa nube era la “nube de Alcalá” Allí, agregó, dentro de un rato habrá tormenta.
El sol achicharra los pámpanos de parra. Desde hace unos días se
han tornado de color de tabaco seco. Algo parecido le ha ocurrido a las hojas
de algunos rosales. Puede ser una mezcla de roya y mildiu. Los he tratado con fungicida
específico que lleva, en sí, el ser
curativo y preventivo. La floración para el otoño está en puerta; apunta con
rosas nuevas.
Las costeras del monte están
agostadas. Cada mañana suben las cabras. No hay pastos: los animales carean
entre yerbajos resecos; sinfonía de cencerras.
Las almendros están maduros. Los
membrillos se muestran sensuales, provocativos…
En la huerta, al irse la tarde,
reina la tranquilidad. El refrán lo dice claro: “la huerta, por la mañana; la
novia, por la tarde”. Los pájaros, los pocos pájaros que se ven a estas horas
buscan el cobijo de las umbrías. En el cielo hay un coro de abejarucos. Aprovechan
las térmicas y planean. Hacen surcos concéntricos.
Los veo en el cielo. No sé
porqué se me viene a la mente el coro melifluo de esos políticos que nos tienen
hartos con su monotonía; son cansinos. Los
abejarucos tienen plumas de colores más bellas y llamativas; el canto, parecido. Ya se ve, nada es perfecto.
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