El campo tenía su calendario
propio. Unas veces lo marcaba la luna; otras, el devenir de las fiestas
religiosas a las que se les daban dos sentidos, el propio de la festividad, y
el que conllevaba empuñar la mancera del arado de cada día.
La Virgen de agosto cerraba el
ciclo que va de Virgen a Virgen. Del Carmen, a la Asunción. Una, marinera,
Virgen de la mar, y de la gente del rebalaje; gente con surcos en la cara y las
manos endurecidas. La otra, de tierra adentro. No es menos duro el hombre
tostado de solo a sol, ve viento a viento, de lluvia a lluvia, de amaneceres
con el alba que rompe el lubricán y de anochecidas largas.
A partir de mañana, cuando yo
era niño, se abría la media veda de la paloma, codorniz y la tórtola. El campo desde muy temprano era un tiroteo constante.
Los cazadores apostados en las cercanías de los pozos, en las charcas
sobrevivientes en los ancones del arroyo, en el aguadero al que se acercaban a
beber.
Se comenzaban a ‘guardar’ los
suelos porque decían los viejos que de la Virgen hacia arriba la aceituna ya
tenía aceite. Las cabras buscaban los pastos agostados en los rastrojos y no
podían carear en los olivares.
Los primales habían terminado
las granzas de la era. Se apartaban los que irían a la ceba. Desde ahora hasta San Martín la
alimentación se incrementaba; los otros seguían en el campo. Iban a cebaderos aparte. No se
mezclaban ya con los hermanos de camada
y se abría un ciclo que terminaba con molienda de maíz y garbanzos negros.
El maíz llega a su final. La mazorca,
por la noches, en reunión de vecindad, quedaban si el sayo. Luego, al secadero
del cascarero. Espacio abierto por el que entraba el aire, y cubierto para que
las lluvias no las mojasen, las secaba,
convenientemente, después, vendrían a ocupar su sitio en granero compartido con
el trigo, la cebada, los garbanzos…
Cada mañana se le daba un
repaso a la higuera. Los higos, al pasero; los malucados para alimento del ganado, amasado con afrecho. Los buenos tenían
otro destino: el serete o la telera con granitos de matalahúga, y una pipa de
almendra… O, tras mucho rehervir en el perol, espumado y concentrado, el arrope
para las gachas y las migas los días de lluvia…. ¿Mojo?
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