martes, 29 de agosto de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Se levanta la sesión

Era bajito y enjuto. Era un hombre de pocas carnes, huesudo y con las mejillas hundidas lo que le daba un aspecto de delgadez y dureza de rasgos. Tenía la nariz aguileña, las cejas pronunciadas y la barbilla prominente.

Siempre iba vestido de manera pulcra; los zapatos limpios;  afeitado. Estaba casado pero no tenía hijos. Todos los domingos acudía, acompañado de su mujer, a la misa mayor que por aquel entonces se celebraba en el pueblo a las diez de la mañana.

Vestido de uniforme porque él era muy reglamentista y solía estar siempre en estado de revista daba aspecto de un funcionario de ministerio olvidado en la vorágine de una administración que le podía a su capacidad, que de hecho le venía muy grande.

Siempre que el Juez, porque él prestabas sus servicios en el Juzgado lo enviaba a hacer algún encargo, salía con la botonadura de su chaqueta abrochada y tocada su cabeza con la gorra que oportunamente alcanzaba de un perchero de brazos que estaba detrás de la puerta, conforme se entraba, a mano izquierda.

En Álora en aquel tiempo había dos juzgados.  El de Instrucción y Primera Instancia que estaba en la calle Negrillos y, otro, el de Paz, que tenía su sede en la mediación de la calle Rosales, conforme se bajaba un poco más abajo de la capilla del Santo Cristo del Portal, y aunque la calle estaba rotulada con el nombre de Encinasola, todo el mundo la conocía por Rosales.
En la calle Negrillos se dilucidaban las cosas serias e importantes.  Era una Institución superior y allí siempre había, entre funcionarios, y personal de servicios, además de la gente que acudía por diferentes asuntos, un ajetreo importante.

En el Juzgado de Paz la cosa era más sosegada. Casi sin movimiento y con poco personal para atender las demandas que no eran  muchas, ni el público que solicitaba la atención correspondiente, tampoco.

Puntual. Era, eso sí, un hombre curioso y entrometido. Le gustaba conocer todos los chismes de los que pasaban por allí. Un día se celebraba un juicio. En la mediación, abre la portezuela de la Sala, y se dirige al Juez:

-          Don Francisco, los testigos falsos ya han llegado ¿les digo que entren?

Don Francisco, si mediar palabras, pronunció:

-          Visto para sentencia; se levanta la sesión.



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