Era mujer, huérfana y pobre;
tuvo una vida longeva. En el tiempo de su existencia se daban todos los condicionantes para dejarse llevar
por los vientos contrarios en una vida que no debió presentársele nada fácil desde
sus primeros años de la infancia.
Teresa Margarita Herrera y
Pedrosa (en algunos documentos aparece el apellido Posada), nació en la ciudad de La Coruña, calle de La Cordonería. La ciudad, entonces, a principios del siglo
XVIII era un pueblo de poco más de doce mil habitantes. Quedó huérfana cuando
contaba cuatro años de edad; en su casa había nueve hermanos más. Bocas en un
tiempo a las que había que sacar adelante cuando la penuria y la carestía eran
grandes.
Muy joven abandonó el hogar
materno. No quiere ser una carga más para su madre. Entró a buscarse la vida
“honradamente con sus habilidades”. Muy joven, muere también su madre que revoca un testamento anterior y la deja
depositaria de todos los bienes; se hace
cargo de todos sus hermanos. Todos ya habían muerto a causa de enfermedades
habiendo solo do supervivientes y entre ellas, una hermana, María Josefa, con
serios problemas psíquicos.
Teresa es una mujer
profundamente religiosa. Acude a sus rezos diarios a la parroquia cercana. La
superchería y la mala condición humana ve en ella una mujer ‘embrujada’. El pueblo la bautiza como “Teresa de los
demonios”. Tiene un comportamiento muy atípico, acude cada día, caminando de
rodilla a los oficios del templo y en su casa da acogida a mujeres enfermas,
necesitadas y pobres.
La mueve sus ideales
filantrópicos. Sueña con hacer un hospital. El año 1789 dona todos sus bienes a
la Congregación de la Virgen de los Dolores. Quiere construir un centro de
beneficencia para todas las personas necesitadas. Lo va a llamar ‘Los Dolores’.
En 1791 ella misma pone la primera
piedra pero no verá el final de las obras.
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