jueves, 3 de noviembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Petirrojo

Es pequeño, diminuto y nervioso. Tiene la pechera anaranjada y el dorso de sus alas de color marrón oscuro, como si usase un impermeable de plumas para cruzar otros cielos... Ligero de carnes – vamos, ‘menos carnes que un pichi’ – y patitas largas y finas con uñas afiladas.

Viven casi todo el año por aquí. En otoño se aumenta la población. Vienen de tierras lejanas. Dicen que llegan hasta las orillas calientes del Mediterráneo desde lugares tan distantes como Escandinavia y Rusia. Buscan un sitio con menos frío para pasar el invierno.

¿De dónde vendrá este artista cantor que ha captado Felipe Aranda sobre una ramita seca? ¿Trae mensajes de otras tierras para los hombres de éstas? Seguro que en su canto transmite que la fronteras las ponemos, estúpidamente, los humanos y que para él no existen.

Los petirrojos se alimentan de lombrices, insectos, alúas, pequeños bichillos que complementan el ciclo maravilloso de la vida. Todos dependemos de otros y para sobrevivir, además, nos necesitamos.
Está rodeado de leyendas preciosas. En tierras británicas cuentan que se posaron junto a la cruz de Cristo agonizante y para hacerle más llevadero su dolor enorme y el tormento le cantaban al oído. Salpicó la sangre divina y, entonces, su pechera se tornó anaranjada.

Otras leyendas los asocian  con las postales de Navidad. Traen buenas nuevas en esas fechas en que entre los humanos – aunque luego, al cabo de muy poco no se acuerden – entre ellos se desean paz y felicidad y esas cosas tan bonitas que gustan tanto y usamos tan poco.

Como el amor, cuánto más ocultos más misteriosos; cuánto más deseados, más maravillosos. Se asoman, se dejan ver. Amagan…y, de pronto, desaparecen. Y dejan una estela de deseo como un hálito perdido que se lleva el viento.

Los petirrojos viven en los vallados, en los setos, entre la maleza de los ríos y de los bosques. Son confiados y cuando ven que el hombre no les va a hacer daño llegan hasta sus cercanías. Luego hay hombres que no saben o no quieren corresponderles; esa es otra historia.


Compite este petirrojo que ha captado Felipe con la naranja, la fruta que viene de la mano del otoño,  que ya toma su color, y se recorta en el cielo azul para dar realce a su plumaje bellísimo, especial y… 

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