martes, 29 de noviembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las cosas pequeñas


 San Andrés…  Casi se toca con la yema de los dedos la Navidad. De los cuatro nietos solo uno, no se llamaba Andrés.  De los tres, falta el de mi casa; y, con los otros dos se hace piña de familia…
¿Sabes?  En el recuerdo del niño aflora la chimenea con la candela encendida desde temprano. Troncos de olivo ardiendo. La madera verde aún, sangraba babas blancas por la corteza. Formaban un borrajo de ascuas rojizas; desprendían calor; caldeaban la casa.

Calderas y peroles de cobre sobre la basareta esperaban su hora y su día: la matanza, la carne de membrillo, el arrope.... Los utensilios que no se usaban habitualmente permanecían en la habitación contigua en sus sitios quietos, inmóviles. La artesa, la ‘cerniera’, la pala de caldear,  los cedazos del amasijo, la orza con la levadura…

Mi abuela siembre vestía de negro. Luto riguroso. Vestía así desde que murió, su marido, mi abuelo, que también se llamaba Andrés y a quien yo no conocí, pero que presidía desde la pared, en un retrato, sentado, junto a ella que estaba de pie, con su antebrazo apoyado sobre el sillón… Mi abuelo, por lo que aparentaba, en la fotografía debía ser muy serio. Mi abuela se llamaba María.

Los hombres le hablaban a mi abuela de usted. Era de estatura mediana; tenía los ojos grandes;  no era delgada y se peinaba con un roete en el pelo. Morena, guapa y de cara redonda. Cuando mi abuela tenía que realizar alguna gestión importante, se ponía un vestido nuevo – naturalmente, negro – y se echaba sobre los hombros un mantón de ganchillo…

-          Abuela, cuéntame cosas…

Del campo - porque mi abuela vivía en el campo – llegaba a la casa una sinfonía que anunciaba la llegada de la noche. Las cencerras de las cabras; los chivos primerizos que berreaban cuando sentían a sus madres cerca;  los esquilones de las vacas; el piafar de las bestias en la cuadra; el uh-uh del búho. O los cantos de los gallos al alba. Si ladraban los perros es que alguien venía por el camino…


Las cosas pequeñas que forman parte de uno mismo…Cae la tarde. El sol dorado de otoño pone de color miel los cerros lejanos; hay un vaho de nubes en el horizonte. ¡Ah, estamos en San Andrés!

Resultado de imagen de chimenea encendida

4 comentarios:

  1. ¡Ay! Las abuelas y las ¿pequeñas cosas...? Todo lo que nos despierta el alma -las emociones- es grande para quien lo siente.

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  2. Tan evocador artículo merece unos versos de Juan Ramón como epílogo :
    "Va cayendo la noche;la bruma
    ha bajado a los montes del cielo;
    una lluvia menuda y monótona
    humedece los árboles secos.
    El rumor de sus gotas penetra
    hasta el fondo sagrado del pecho,
    donde el alma, dulcisima, esconde
    su perfume de amor y recuerdos. "

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