San
Andrés… Casi se toca con la yema de los
dedos la Navidad. De los cuatro nietos solo uno, no se llamaba Andrés. De los tres, falta el de mi casa; y, con los
otros dos se hace piña de familia…
¿Sabes? En el
recuerdo del niño aflora la chimenea con la candela encendida desde temprano.
Troncos de olivo ardiendo. La madera verde aún, sangraba babas blancas por la
corteza. Formaban un borrajo de ascuas rojizas; desprendían calor; caldeaban la
casa.
Calderas y peroles de cobre sobre la basareta
esperaban su hora y su día: la matanza, la carne de membrillo, el arrope....
Los utensilios que no se usaban habitualmente permanecían en la habitación
contigua en sus sitios quietos, inmóviles. La artesa, la ‘cerniera’, la pala de caldear,
los cedazos del amasijo, la orza con la levadura…
Mi abuela siembre vestía de negro. Luto riguroso. Vestía
así desde que murió, su marido, mi abuelo, que también se llamaba Andrés y a
quien yo no conocí, pero que presidía desde la pared, en un retrato, sentado,
junto a ella que estaba de pie, con su antebrazo apoyado sobre el sillón… Mi
abuelo, por lo que aparentaba, en la fotografía debía ser muy serio. Mi abuela
se llamaba María.
Los hombres le hablaban a mi abuela de usted. Era de
estatura mediana; tenía los ojos grandes;
no era delgada y se peinaba con un roete en el pelo. Morena, guapa y de
cara redonda. Cuando mi abuela tenía que realizar alguna gestión importante, se
ponía un vestido nuevo – naturalmente, negro – y se echaba sobre los hombros un
mantón de ganchillo…
-
Abuela, cuéntame cosas…
Del campo - porque mi abuela vivía en el campo – llegaba
a la casa una sinfonía que anunciaba la llegada de la noche. Las cencerras de
las cabras; los chivos primerizos que berreaban cuando sentían a sus madres
cerca; los esquilones de las vacas; el
piafar de las bestias en la cuadra; el uh-uh del búho. O los cantos de los
gallos al alba. Si ladraban los perros es que alguien venía por el camino…
Las cosas pequeñas que forman parte de uno mismo…Cae
la tarde. El sol dorado de otoño pone de color miel los cerros lejanos; hay un
vaho de nubes en el horizonte. ¡Ah, estamos en San Andrés!
¡Ay! Las abuelas y las ¿pequeñas cosas...? Todo lo que nos despierta el alma -las emociones- es grande para quien lo siente.
ResponderEliminarAsí es, amigo Tomás, forma parte de nuestra propio ser.
EliminarTan evocador artículo merece unos versos de Juan Ramón como epílogo :
ResponderEliminar"Va cayendo la noche;la bruma
ha bajado a los montes del cielo;
una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcisima, esconde
su perfume de amor y recuerdos. "
No puede haber mejor epílogo. Un abrazo.
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