jueves, 17 de noviembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gauguin

Mares del Sur; Océano Pacífico; Islas Marquesas; Tahíti. Deja París y busca en ese otro mundo tan lejano en lo físico y tan rico en su policromía dar salida a su interior. Paul Gaugin llegó cuando huía de sí mismo.  Sin saberlo es el precursor de una nueva corriente en la pintura: el expresionismo.

Hibiscos, buganvillas, flores de loto, vainillas, orquídeas… guirnaldas de flores, coronas o flores en el pelo: colorido en toda su exuberancia. Inicia una nueva pintura; una expresión constante  en esa manera de superar, con la creación, lo anterior. Aporta una visión diferente de la mano de un mundo hasta entonces desconocido.

Paul Gauguin nació en la mediación del siglo XIX en París. Hasta los seis años vivió en Perú donde se había trasladado su madre, viuda, al amparo de la familia. El mundo inca,  la escultura precolombina y el arte egipcio entran como pilares en la base de su formación. Se sabía artista y se sabía que era diferente a todos: “Soy un gran artista y lo sé”, escribió a su mujer desde los Mares del Sur.

Se inició a la sombra de Pissarro. Pronto voló solo. Hombre de carácter difícil; arrogante, egoísta. La relación con él no fue fácil. Su pintura quiere reflejar los fenómenos sobrenaturales porque se sabe que existe y porque se tiene sensación de ellos.

Quiere conocer mundo. Se enrola como piloto de buque mercante. Vivió en Martinica; agente de cambio y bolsa en París; pintor de la gente dura de la Bretaña. Campesinos, gente a la mar que gana el pan en la orilla o  en un mar de oleaje bravo…

Vicent Van Gogh sintió entusiasmo – luego distanciado – por su obra; su hermano, Theo  se convirtió en su representante. Durante un tiempo le dio la ansiada estabilidad económica. Fueron tiempos de una cierta prosperidad después de afincarse en Pont- Aven.

Vendió – subastó su colección de arte – para hacer dinero en su viaje a Tahíti. El éxito, moderado. No obtuvo todo lo que su colección podía valer.

Degas adquiere una de sus obras. Hace aparición el simbolismo. Mallarmé lo consagra como el líder pictórico del movimiento. Recluido en Tahíti y en las Islas Marquesas, solo acude a París entre 1893 y 1895. Está empeñado en encontrar el equivalente plástico al misterio de aquellas islas.


Allí, lo encuentra la muerte, a principios del siglo XX… En El Prado – colas, aparte – algunas obras suyas esperan y esperan, bajo el sol dorado del otoño madrileño...

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