La calle del Arenal está el Madrid de los Austrias.
Une la Puerta del Sol con la Plaza de Isabel II. Desde el Teatro Real se
escuchan las campanadas del reloj más famoso de España en las horas de silencio
de la madrugada.
A la calle le dio nombre el arroyo que pasaba por su
suelo. En ella están la Iglesia de San Ginés, el palacio de Gaviria, la confitería Prast – donde el padre Coloma dijo que se
las andaba el ‘Ratoncito Pérez’ -, el teatro Eslava, la casa donde murió Frascuelo...
Era como a media mañana. Había quedado con un amigo y con su hijo en la
chocolatería de San Ginés, en el pasadizo que circunvala la iglesia. Dejo el autobús en
Jacometrezo. Me bajo por Santo Domingo, Plaza de Santa Catalina, Costanilla de
los Ángeles…Hasta aquí un día cualquiera
En la puerta de San Ginés pide limosnas una mujer. Algunos lugares de Madrid está plagado de
indigentes, pedigüeños, mendigos, personas tiradas en las esquinas. ¡Parten el
alma! La gente – yo entre ellos – pasamos de largo. Esa mujer de la puerta
de San Ginés está siempre ahí.
Harapienta, envuelta en mantas. La mujer está rodeada de bolsas. Todo es
suciedad.
Al pasar veo a un grupo de muchachos jóvenes – ocho – se acercan
a ella. Uno, saluda:
-
“Buenas…”
Los demás asienten. Los muchachos rondan los
diecisiete o dieciocho años. Visten
correctamente; no llevan ningún signo externo que llame la atención…Le preguntan si quiere tomar algo.
Le ofrecen – lo sacan de un termo – un café y un
bocadillo. El gusanillo me sale. Los abordo. Me intereso por si pertenecen a
alguna asociación. Me contestan que no. “Somos amigos, me dicen, esto lo
financiamos nosotros. Compramos las cosas con nuestro dinero y las ofrecemos a
los que están tirados en la calle.
-
¿Por qué lo hacéis?
-
Por solidaridad, me contestan
Me dejan sin resuello. Les muestro mi asombro, les
digo que de ellos sí que es España. Que están dando una lección que no sabrá
nadie; que ellos sí que son el exponente claro de que España es mucho, pero
mucho más grande de lo que pensamos. Me dan las gracias; me esbozan una sonrisa.
Me alejo. ¡Chapeau, muchachos, chapeau!
No pongo en duda que pueda ser cierto, lo que dices que hacen los jóvenes. Yo, añado: Estos son hechos y no lo que hacen la mayoría de los políticos, por no decir todos cuantos tienen ocasión de poderlo hacer ¡¡MANGAR!!
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