Ná. Ni cuatro gotas. No han caído ni cuatro gotas.
Todo el temporal de lluvia anunciado ha pasado por mi pueblo como pasaban
antiguamente los trenes por Campanillas, con mucha bulla y poco asiento.
Dice el hombre del tiempo que en las próximas
semanas en el Sur de España – la cara que baña el Mediterráneo – tendrá
ausencia de lluvia. Lo que sí ha tenido ha sido sensación de zozobra por el seísmo
del mar de Alboran. Yo no me he enterado.
Sol esplendido; cielos limpios. Vamos, ni gota que
valga para un remedión. Al caer la tarde, si a eso se le puede llamar de alguna
manera…
- “Tú, le decía al otro con quien tomaba un café,
escucha el tiempo en la Primera, esa da más agua”. Hasta aquí llega el deseo de
lluvia.
Preocupa en el campo la sequía. En otros lugares de
España – en el campo, también – preocupan otras muchas cosas; otras sequías. Se
me viene a la mente la expresión del Maestro Alcántara: “que sea lo que Dios
quiera, que no será nada bueno”.
En la barra del bar discuten acalorados. No se ponen
de acuerdo en la cantidad de agua caída. Tercia un tercero. Habla que se han
superado los ciento y picos de litros.
“Na, mi pa un remedio” Dicen que para aplacar el polvo de los caminos y poco
más.
En la meteorología manda Otro. A ese Otro la gente
sencilla y crédula intentaba convencerle con rogativas. Procesiones de niños y
grandes. Un San José sobre un trono paseado por los campos y un grito unánime:
“San José Bendito, aguaaaaa”. A veces, el Santo estaba un poco sordo.
Cada pueblo se agarra a sus creencias. San Benito es
el santo milagrero en Campillos. Se presenta un año como éste. Cielos rasos y
azules; nubes de paso. Los trigos agostados; la yerba con poco más de un
cuarta…
La gente acude al cura. El hombre ve la situación.
No asoma un nublado ni por un casual. La gente aprieta; el cura se resiste. Lo
aplazan; vuelven. Llega un día que no tiene más remedio. El nerviosismo crece:
-
Bueno, bueno, vamos a sacar a San Benito
pero que sepáis que el tiempo no está de agua.
De lo que vino después nunca más se supo…
Eso se sacar a los santos para que llueva, se llevaba mucho antes, pero ahora no está de moda.. En un pueblo - cuyo nombre me callo para evitar problemas - decidieron un año sacarlo y se vé que el santo tenía “tanta mano” en el cielo, que desde ese día, las cataratas del Niágara eran un chaparrón comparado con lo caía. De la sequía, pronto se pasó a la inundación y, los feligreses, volvieron a sacarlo, aunque esta vez, para dejarlo en el campo con la cabeza metida en el barro, “para que aprendiese.” Está visto Pepe, que – ni con santos - llueve nunca a gusto de todos.
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