El tren llega puntual. Tan en punto que espera unos
minutos, frente a Méndez Álvaro, para entrar a la estación en hora. Llevo el
bolso de viaje en un mano; el ordenador, en la otra. El sombrero. Me estorba un
poco la bufanda y el abrigo. No hace tanto frío como debe ser normal en este
tiempo. Madrid, final de enero.
Atocha se ha hecho - la han hecho – demasiado
grande. El tren nos deja lejos. Casi
tenemos al alcance de la mano el Panteón de Hombres Ilustres. Por cierto, cuando
lo repatriaron, en él no tuvo cabida don Niceto Alcalá Zamora, Primer
Presidente de la II República Española. Claro que era de comunión, diaria y
murió pobre y en Argentina.
Subo por las escaleras metálicas; la salida - parece
un contrasentido - de llegadas está por el primer piso. La gente habla por los teléfonos móviles. La
gente va abrigada; la gente va cargada con maletas. Ahora las maletas ya no son
de cartón ni están amarradas con cuerdas; tienen ruedas. Tiran de ellas con un
cinto de cuero.
Me puede el viajar. Rompo con la rutina. Habrá otros
ruidos, otros coches, otras personas con los mismos problemas, otros bares,
otros sitios. En las grandes ciudades mucha gente no se habla entre sí. Van a
lo suyo.
Por la megafonía de la estación anuncian la salida
de un electro tren con destino a Gijón. No sé porqué. Se me viene a la memoria una tarde lluviosa
en Pajares. Túneles negros, largos; montañas verdes. Los pueblos en la cuenca
minera de Mieres eran de color carbón.
Avanzo por una cinta metálica; luego, otra. La gente
lleva prisa. Unos se apartan a un lado; otros avanzan por dentro. Hay quienes
van más rápidos que la propia cinta; caminan por fuera.
La estación está llena de gente. No sé adónde va
tanta gente. ¿Sé adónde voy yo? Ya no se llega hasta el fondo de la estación.
Allí han sembrado un jardín tropical; la han habilitado para las salidas.
Siento una sensación rara. A esta gente no la volveré a ver nunca más.
Al final del pasillo tomo la desviación hacia el
metro: línea 1. Atocha- Renfe, Atocha, Antón Martín, Tirso de Molina… Llega un
ruido sordo a través del túnel. La vida sigue…
Siempre he sentido esa misma sensación rara, en ese jardín tropical al que aludes. Esta, se produce sobre todo en invierno, cuando hay en el exterior una temperatura a veces cerca del cero – porque, cuando se pone a hacer frio, Madrid es Madrid - y te ves, de golpe, en medio de la selva del Amazonas. Suele ser un lugar triste, porque triste es siempre partir... Por cierto, no se te ocurra tomar nada, sentado en ese paradisíaco lugar, porque cuando te pasen la factura, tendrás la impresión de haberlo tomado – viaje incluido – en el propio Brasil...
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