Se ha echado el aire. Ya no sopla
racheado e iracundo. El hombre del tiempo dice que amaina. No sé. Muchas provincias
han están en alerta de distinto grado; las han levantado. Las palmeras
despeinadas se recogen las hojas. Ya son palmeras acicaladas.
Un chaparrón - de agua revuelta y
a destiempo - con las ideas de un cable caído estuvo a punto de desbaratar la
cabalgata de Reyes Magos. Otros chaparrones, a pesar del cielo limpio de esta
tarde, siguen por ahí en las redes sociales.
Reviso la lista de buenos
propósitos. Mi amigo José María dice que eso - lo de los buenos propósitos en
este tiempo - sirve de poco. A ver si
soy capaz de llevarle la contraria. Éste amigo mío tiene la manía de salirse,
casi siempre, con la suya. Lo consigue muchas veces.
Ya de vuelta intento recuperar el
esfuerzo extra de estos días. Oigo música (El Barrio, He vuelto. No se lo digan a nadie, y a mí, que este tío me mola un
montón…), y leo. Los Reyes me traen libros;
un montón de libros. Tengo la puñetera manía de leerlos. Los libros forman
parte de mi vida.
Los libros forman parte de la
vida de mucha gente. Mi egoísmo me hace complacerme con su compañía. A algunos
los quiero más que a otros. Caprichos que tiene uno. Están ahí. No molestan; no
piden nada y dan ¡tanto…!
De joven tuve afición por el cine del neorrealismo italiano. Sentí
como alguien mío aquel Bruno de Ladrón de
bicicletas, de Vittorio de Sica. La realidad, después, me hizo desistir. He
desistido de tantas cosas en la vida que, ahora, cuando el tiempo tiene más
valor que la materialidad de las cosas me siento desasosegado e inquieto.
La libertad que da el
inconformismo no sólo es patrimonio de juventud. No quiero que ocupen el lugar
que tienen algunos melindres que sacan la cresta. No tengo más remedio que
aguantarme. Gracias a ellos me queda la satisfacción de ir por el otro raíl de
la vía.
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