Aquella mujer vivía del recuerdo. Aquella mujer
releía unas cartas imposibles; hablaban del más allá. Aquella mujer recordaba
un amor que la había olvidado a ella; en ella seguía vivo. Es la protagonista de la obra de teatro, estrenada, en Buenos
Aires en abril hace muchos años. Su autor Alejandro Casona.
Ponía, Casona, en su boca, la evocación del árbol
mítico: el ombú. Resonaba entre las paredes de la mansión solariega del norte
de España y ella lo repetía sin cesar: ombú, ombú…La mujer, sin saberlo, hacía
un canto al amor, a la esperanza, a la inocencia.
Juan Gaitán, en su artículo de hace unos días en la
Opinión de Málaga, se hacía eco de un petición Javier López. Piden un bosque en
el solar del antiguo depósito de Repsol. Piden un imposible. Quieren sustituir
bloques de hormigón por árboles.
Aquella mujer escuchaba el eco largo del viento que
llevaba la palabra mágica: ombúuu, ombúuuu. Se perdía su eco en los valles,
entre las quebradas de las sierras, en las ramas de otros árboles que crecían
en las laderas.
¿Se imaginan que una noche la voz del viento llevase
por las calles de Málaga las palabras entrecruzas de los árboles? Ombúuu,
ombúuuu… Hay unos cuantos ejemplares de ombú – puede que por coincidencia- en
la subida al puente de las Américas.
No lo había
dicho: el ombú es un árbol originario de Argentina y Paraguay. Dicen, los que
saben, que no es propiamente un árbol, sino un arbusto, o sea una hierba
gigante (como la estulticia de muchos que nos dan lecciones a diario) de madera
blanda y esponjosa… Da lo mismo.
Me quedo con el sueño imposible. ¿Se lo imaginan? Una
noche por las esquinas de Huelín, por los recovecos percheleros y trinitarios,
por los rebalajes de El Palo…, un concierto de voces. Traen, también, sutiles
pinceladas de esencias de jazmines. Vienen del bosque que mi pide mi amigo Juan
Gaitán. Son las voces de muchos ombúes juntos…
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