Era una tarde de verano; julio. Ya se había superado
el solsticio de verano. El sol de medianoche, todavía, era un espectáculo. Les
digo: único. No he visto cosa igual. Los turistas, agolpados en los filos del
acantilado, contemplaban una imagen insólita.
Llamo a un amigo por teléfono. Se lo digo: si doy un
paso más al frente caigo al agua. Se ha acabado la tierra. Estoy en el Cabo
Norte. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido, siento dentro una sensación
increíble de cosquilleo y regusto…
Habíamos recorrido un montón grande, muy grande de
kilómetros desde Copenhague. Atrás habían quedado Helsingor y el castillo de
Kronborg con la tragedia – Hamlet – de Shakespeare entre sus muros.
Suecia nos recibió en Helsingborg. Luego, Goteburgo.
Pasamos a Noruega: Oslo. Entre Tromdheim y Narvik - la de la batalla naval de la II Guerra
Mundial, esa – cruzamos el Círculo Polar Ártico.
De Troms partió la
expedición de Amundsen y Nobile al Polo Norte. Es una ciudad que engancha. Construcciones
de madera; mar de aguas limpias. Calles solitarias y graznidos de gaviotas en
el puerto.
Una chica preciosa: rubia y ojos azules nos atiende
con extremada amabilidad. Habla correctamente español. Le pregunto. ¿Cuándo ven
el primer rayo de sol después del solsticio de invierno? Me dice que, alrededor
del dieciséis, de enero. Preguntón que es uno: ¿y cómo pueden vivir tanto
tiempo en la oscuridad? La respuesta me deja sin resuello. ¿y, ustedes cómo
pueden vivir con 40º a la sombra?
Alta está en La Laponia noruega. Compro una
alfombrilla de piel de reno a unos samis. Tienen una tienda con empalizada y
cubierta de pieles. Pago con Visa. Miro al cielo; no veo ni un solo cable. Todo
va por comunicaciones de satélite. Nos hospedamos en Honningsvag. Casi al
atardecer llegamos a Norkapp…
La campaña de firmas para salvar el Ártico Pepe, - a la que ya me sumé - me recuerdan, sin embargo, una leyenda que me impactó en la infancia. Decía, que San Agustín paseaba por la orilla del mar, intentado entender la realidad de Dios, y encontró un niño que, según le dijo, pretendía trasvasar con una pequeña pala, todo el mar a un agujero en la orilla. Al advertirle el santo que eso jamás lo lograría, el niño contestó, que antes conseguiría su objetivo, que él pudiese entender la realidad de Dios... La campaña de firmas para salvar el Ártico, querido amigo, me recuerda mucho, a la pala del niño...
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