Por aquí el día está raro: nubes que
pasan, gentes, viento a rachas. Voy a la Biblioteca (la palabra biblioteca
siempre debería escribirse con mayúsculas) a devolver unos libros. En el parque,
un grupo de jubilados, toman el sol mañanero
Me entero que se ha ido Manu Leguineche.
Manu es – no quiero usar el pretérito imperfecto de antes - el reportero más
importante que ha dado España en la segunda mitad del XX. Aventura pura y mejor
pluma.
Se ha debido quedar - si es que a mitad de
enero no lo está- helada la Alcarria. Manu vivía en Brihuega.
Hace unos años
estuve por allí. Pregunté. Sentí pudor por romper una intimidad… Ya será
imposible.
Él que anduvo caminos, ¡tantos caminos!, hoy
ha hecho bueno eso que dicen que dijo Séneca: “No hay viento malo cuando lleva
a buen puerto”. Más o menos. Sabía, perfectamente, dónde iba, cuál era su
puerto y el viento que lo empujaba.
Están arrecíos los ficus del parque. En
sus copas, a estas horas de media mañana, no hay gorriones; andan por ahí, por
no sabemos dónde, buscándose el grano de cada día y, ahora, que aún no han
salido las sementeras, lo tendrán difícil.
Hablan, fuman, tosen. Son toses de
bronquitis crónicas. No las quita el médico; son despojos de muchas batallas en otra guerra de
eso que llamamos vida. Están en sus cosas. Pozos de sabiduría, estos viejos,
esperan que alguien se pare con ellos y los escuche.
“Porque ¿sabes? – me dicen- a este banco le hemos puesto el ‘Clínico’. Los que se sientan aquí,
todavía, tienen algún arreglo; aquel el ‘Maritimo’,
muchas pruebas y al final… lo mismo; y, a ese, el ‘Pascual’: ahí, ya no hay remedio”.
Mañana de invierno; árboles sin pájaros,
nubes que pasan, sol mañanero… Se ha quedado, aún, más helada, la Alcarria. Se
nos ha ido Manu…Sabía de su viento y de su puerto.
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