He vuelto. Lo hice como a media tarde. El sol - que había
salido por Antequera - ya se iba. Se iba… por la carretera andando, camino de Sevilla,
de las marismas, de América. ¡Qué sé yo! Sólo sé que he vuelto y, no es poco.
He vuelto solo. Como uno tiene que ir al encuentro con el
amor, con el recuerdo, con los sueños o consigo mismo… Me subí a Santa María. Sigue
siendo la misma. La ciudad pinta con
rayas de blanco sus tejados; se recuesta
desde el Cerro de la Veracruz a Capuchinos y deja, abajo, como un sueño
aparcado, su Vega.
Antequera es Renacimiento y Barroco. Los libros dicen que lo
primero fue lo primero… Si nos remontamos a viejo hay que irse al Romeral, y a
Viera, y a Menga. Antequera - Pedro Espinosa de espaldas a Santa María sigue
con su lectura abierta – acoge al Efebo y a la Venus del museo y a Toral.
Miren, de cerca, el San Francisco de Mena…
Dormita el Barroco en el Carmen, en los Remedios, en San
Agustín, en Santiago, en Belén… Araña vientos el Giraldillo en San Sebastián;
se hacen fuertes –hay que pasar la noche- espadañas, torres y veletas.
Antequera la de las una y mil iglesias. Conventos, frailes y monjas, curas que
rezan, señoritos arruinados, y el pueblo, siempre el pueblo que espera.
Tiene dos ríos Antequera. El de la Villa, viene del Torcal;
el otro, el importante - el Guadalhorce – nació entre calizas, casi al alcance
de los Alazores. Está llamado a fertilizar otras vegas. Naranjos, limoneros,
azahar en abril y noches de embrujo y, allá a lo lejos, tan lejos, Málaga… Iba -
el río - para otros sitios y a mitad de camino, se dio media vuelta.
He vuelto a Antequera. Estaba allí. Esperando. Era como a
media tarde. Se encendían las luces; arreciaba el frío. Ya se sabe lo que es el
invierno en Antequera.
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