Lisboa de fados y el Tajo; Lisboa de navegantes y
aventureros; Lisboa de Pessoa y de sueños… ¿te acuerdas? Era Lisboa en primavera, con gente en las calles que iban y
venían y noches tibias con brisas que subían del mar.
“Voluntariamente
abandoné mi / trono de ensueños y cansancios” Leíamos a Pessoa sentados en
un terraza; tomamos un café. Entonces, en Portugal, el café sabía a café de las
colonias. Era amargo, más amargo, que el café que tomábamos en España.
Subimos por la Rúa Augusta y nos perdimos por aquellas
calles estrechas y empinadas. No recuerdo a dónde íbamos. Había ropa, tendida,
de balcón a balcón. Jugaban unos niños en la calle… Las paredes chorreaban
humedad; verdín casi a ras del suelo. Todo era lóbrego; no entraba el sol.
En las esquinas parecía agarrarse el misterio y el desgarro
del fado. “Palabras de amor, de
esperanza, / de inmenso amor, de esperanza loca…” Subía el funicular. De
los raíles salía un ruido metálico. Por la noche, la luz ámbar aumentaba el encanto…
“Palavras de amor…” El fado aquel ¿te
acuerdas?
Preguntamos por la “Estufa fría”…Y fuimos. Allí estaba toda
la sensualidad de plantas traídas de los lugares más lejanos del mundo. Había
un ambiente de calor artificial. Todo era, para nosotros, distinto; el vapor del
agua configuraba una atmósfera cálida.
Al día siguiente, la Torre de Belén, el monumento a don
Enrique, ‘el Navegante’ y, luego, a los Jerónimos… Volvimos en tren. Un par de
horas, sentados, en la plaza del Marqués
de Pombal. Comentamos cómo en una República había tantos vestigios de la
Monarquía.
El puente - porque todavía no había llegado la Democracia -
llevaba el nombre por el Dictador: Ponte
Salazar. El Tejo era un mar
debajo de aquella obra inmensa y sobrecogedora de ingeniería moderna. El
Atlántico – entonces, y ahora - el camino que llevaba a América
Éramos jóvenes. Éramos, tan jóvenes, que ni vislumbrábamos
todo lo que la vida nos tendía por delante… ¿te acuerdas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario