Subían, a media mañana, columnas de humo desde los olivares
de la Cuesta del Convento. No estaba el día claro. Entelerañado, el cielo, y
viento en calma. La yerba chorreaba la pelúa de la noche y el campo despertaba
con la pereza del que retoma algo dejado por un tiempo.
Talan los olivares y por mor de ‘la palomita’ hay que quemar
varetas y ramas; la leña recia, se la llevan ¿sabe usted? ¡ cómo arde tan
bien…! Pero el ramón hay que quemarlo. Las cabras, recién paridas, con las
ubres llenas lo triscan con bocados certeros y monocordes. Hay un concierto de
latón con lengüetas de acebuches.
Han pasado los Reyes; retoma la actividad enero. La prensa
arremete contra el Rey - el que es casi tan mago como los que vinieron de
Oriente - porque dicen que, físicamente, no está bien. ¿Cómo quieren qué que
esté un hombre que tiene un pie en los
ochenta? Majestad, los Reyes, - los de
verdad - tampoco tienen el perdón del tiempo.
Un manto verde – y eso que no ha llovido – sube por la
ladera. Mañana, cuando abra la primavera, será una alfombra de florecillas: violetas,
moradas, lilas (que, aunque parezca igual, no es lo mismo) blancas, azules,
amarillas, naranjas…
Los olivos, recién talados, parecen salidos de un corte de
pelo y en sus ramas tiernas brotará la
trama de abril y dirá cómo viene el año de cosecha y, luego, por san Juan, el
refranero que apunta… Como cada año. El ciclo de la vida.
No han florecido, este año, todavía los almendros. Las columnas
de humo, dicen que allí está el trabajo del hombre. La naturaleza lleva su
marcha. Bajo tierra duermen lo insectos. Cuando la reja del tractor abra el
surco serán alimento de las bandas de
rezneros blancos… Esta mañana subía al cielo el humo de las candelas desde la
Cuesta del Convento.
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