A Marifelix, castellana de Salamanca que se
ríe, sola, de las cosas de Alora cuando viaja en metro por Madrid.
El río, entonces, llevaba lo que tienen que llevar los ríos:
agua. En invierno iba crecido. De hecho era difícil vadearlo. Los más osados,
si tenían buenas bestias, se ‘echaban’ y lo cruzaban, si no, a dar la vuelta
por el puente…¡ay, el puente!
Por las tardes, cuando desde el pantano soltaban el taponazo
de agua para provocar el salto y dar funcionamiento a la fábrica de Paredones,
venía el ‘aumento’. Ya no había manera. Rodeo por el puente; los que venían, a
pie, de escardar en las lomas de Virote o El Chopo, tenían la opción del ‘alambre’.
Artilugio de tirolina que, colgados de un gancho, permitía el paso.
En verano la cosa se suavizaba algo. El estiaje, disminuía
el caudal y el ingenio humano conseguía poner un ‘palo’ (“Coronao” era el ingeniero artífice) en la Cuesta del Río, en la
desembocadura del arroyo Jévar que, naturalmente, venía seco. Donde no, unos
rebolos, estratégicamente colocados se utilizaban como ‘pasaeras’.
Corrían por España - ¿y cuándo no es Pascua?- tiempos
difíciles. El Mellizo vivía en Los Llanos. Un jornal cuando encartaba y la
necesidad, sencilla. Se pone de moda la emigración a Argentina y, el hombre
decide vender lo poco que tenía, y buscar aventura en aquella tierra. ¡A
América!
Nunca había salido; su viaje más lejano… al pueblo o a
Málaga. Toma el tren - con toda la familia - y se encamina a Cádiz. Nunca había
visto el mar. Ante la inmensidad queda desolado. Mira y remira. No sale de su
asombro.
Da vueltas, se rasca la cabeza y se decide. Pregunta por el
puente. ¿Qué puente? El puente para cruzar este charco… ¡Hombre…¡ ¿Y, ni unas
‘pasaeras, ni ná’? “Na”. Entonces, si se hunde el barco me tengo tragar toda el
agua? Toda. “Niña, le dijo a su mujer y a los suyos, media vuelta y pa Los Llanos…”
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