jueves, 30 de enero de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Belmonte, el hombre

                                 

Acabo de releer la biografía de Juan Belmonte. La llevó al papel, en 1935, Chaves Nogales. Uno ya no sabe si es tan buena porque habla Juan por la boca de Manolo, o es el periodista quien desnuda el alma del maestro. El epílogo de Josefina Carabias. La que veía, en  las noches de luna, llenar de misterio Gredos desde la ventana de su casa en Arenas de San Pedro.

Destaca Chaves Nogales la figura del hombre que se hace a sí mismo. Desde la escapada del niño que busca aventuras y sabe del frío y del hambre a la templanza que le habla cara a cara a la muerte, apartando toros, en los cerrados de Tablada. Noches de sombras y estrellas…

Destaca su amistad con intelectuales: Valle-Inclán, Sebastián Miranda, Zuloaga, Julio Camba o Ramón Pérez de Ayala. Autentifica la anécdota cuando el gallego excéntrico le dice que solo le falta, para la gloria, que lo mate un toro en la plaza y Juan le dice aquello: de “se hará lo que se pueda”. Poco más o menos.

Un genio que nace, se hace, se magnifica… Un genio que se asoma con misterio y embrujo y del que uno nunca sabe porqué este hombre aguantó tanto. Verlo sentado con el miedo en la misma habitación del hotel mientras lo viste el mozo de espadas, rompe el mito del “pasmo de Triana”. Los mitos, también, sienten aprietos en la garganta.

Juan le habla de tú a la muerte. Es una premonición. Muchos años después es  reencuentro de amigos una tarde.  El cielo abrileño se viste de ese color especial con que solo sabe hacerlo en primavera. Está en Gómez Cardeña, el cortijo utrerano donde, de niño, casi – o sin el casi- le echan los perros…


 Juan dijo, que algún día sería suyo. Tan suyo que lo fue para siempre. Juan Belmonte, el hombre; Manuel Chaves, el periodista que lo cuenta.

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