Acabo de releer la biografía de Juan Belmonte. La llevó al
papel, en 1935, Chaves Nogales. Uno ya no sabe si es tan buena porque habla
Juan por la boca de Manolo, o es el periodista quien desnuda el alma del
maestro. El epílogo de Josefina Carabias. La que veía, en las noches de luna, llenar de misterio Gredos
desde la ventana de su casa en Arenas de San Pedro.
Destaca Chaves Nogales la figura del hombre que se hace a sí
mismo. Desde la escapada del niño que busca aventuras y sabe del frío y del
hambre a la templanza que le habla cara a cara a la muerte, apartando toros, en
los cerrados de Tablada. Noches de sombras y estrellas…
Destaca su amistad con intelectuales: Valle-Inclán,
Sebastián Miranda, Zuloaga, Julio Camba o Ramón Pérez de Ayala. Autentifica la
anécdota cuando el gallego excéntrico le dice que solo le falta, para la gloria,
que lo mate un toro en la plaza y Juan le dice aquello: de “se hará lo que se
pueda”. Poco más o menos.
Un genio que nace, se hace, se magnifica… Un genio que se asoma
con misterio y embrujo y del que uno nunca sabe porqué este hombre aguantó
tanto. Verlo sentado con el miedo en la misma habitación del hotel mientras lo
viste el mozo de espadas, rompe el mito del “pasmo de Triana”. Los mitos,
también, sienten aprietos en la garganta.
Juan le habla de tú a la muerte. Es una premonición. Muchos
años después es reencuentro de amigos
una tarde. El cielo abrileño se viste de
ese color especial con que solo sabe hacerlo en primavera. Está en Gómez
Cardeña, el cortijo utrerano donde, de niño, casi – o sin el casi- le echan los
perros…
Juan dijo, que algún
día sería suyo. Tan suyo que lo fue para siempre. Juan Belmonte, el hombre;
Manuel Chaves, el periodista que lo cuenta.
Precioso artículo en el que convocas a dos personajes de excepción.
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