Decía don Hilarión en la Verbena de la Paloma que los
tiempos adelantan que es una barbaridad. Y tanta. Ricardo de la Vega escribió
el libreto, el maestro Bretón le puso música. Las distancias, entonces, se
medían por leguas; luego, kilómetros. Ahora, por tiempo.
Las ‘cuatro leguas’ estaban –y están- en la curva, pasado lo
de Paco Pérez, cuando se venía de Málaga, después de dejar la Estación de
Cártama por la carretera vieja. El 103 en el punto kilométrico de esa medida en
la Carretera de Barcelona, antes de llegar a Alcolea (la del Pinar), la otra,
no; la otra, junto a Córdoba…
América estaba a casi tres meses en barco; Canarias a dos
días y dos noches (me lo dice Ángeles que acorta, por días, su vida en Tacoronte),
y el ‘melillero’ echaba la noche en la travesía, a pesar de que África, en las
tardes limpias y luminosas de mayo, parecía al alcance de la mano.
Ahora, Nueva York dista poco más de siete horas, en avión; París a dos
horas y media - más o menos - y Madrid a cincuenta y pocos minutos… ¿Se
acuerdan de la receta de Carlos Cano, cuando el tiempo se medía por ‘padres
nuestros, ave marías y credos?
Madrid, antes estaba muy lejos; ahora, también. El ‘exprés’
tardaba toda la noche en casi seiscientos kilómetros que separan Málaga de la
Capital; el correo veinticuatro horas y el AVE - hoy las ciencias adelantan que
es una barbaridad, de verdad que sí don Hilarión) no llega a las cuatro horas.
Con estos antecedentes, don Cristóbal, alcalde de Álora, en los
años cuarenta, va a Madrid a resolver ‘algunos asuntos municipales’. La visita
oficial, naturalmente sufragada por el bolsillo de don Cristóbal. Las arcas municipales… La estancia en la
Villa y Corte dura una semana. De las peripecias, mejor creerlo que no
averiguarlo.
Vuelve don Cristóbal al pueblo. Corre la noticia. Se
acercan, se interesan, preguntan y… don Cristóbal ¿qué trae usted?
-“Buenas impresiones, buenas impresiones”.
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