Permitidme que la rosa de hoy se la dediquemos a los que han perdido la vida en la catástrofe de estos días.
Permitidme que la rosa de hoy se la dediquemos a los que han perdido la vida en la catástrofe de estos días.
31 de octubre, jueves. En los
años sesenta del siglo pasado, Alberto Oliveras – ya hace años que se nos fue –
presentaba un programa, importado de Francia, en Radio Madrid, de la Cadena
Ser: “Ustedes son formidables”. Era un espacio solidario. Recaudaba
ayuda económica para los más necesitados en aquellos momentos. Como sintonía
tenía de fondo la Sinfonía del Nuevo Mundo de Anton Dvorak.
De lo que estamos viviendo en parte de España
estos días no hace falta hablar. Sobran imágenes, comentarios y desinformación
(he querido poner desinformación ¿se me entiende verdad?). De la gente que se está dejando la vida por
ayudar, sí. Se les puede decir, sin que nos equivoquemos: “Ustedes son
formidables”.
Enumerar a todos los colectivos o a la gente
anónima es imposible. No vamos a conocer nunca sus nombres. Tampoco, a lo
mejor, ellos lo piden. Se han tirado a la calle con un solo objetivo: ayudar a
gente que lo necesita. En todos los campos. En el humano, en el económico, en
la soledad, en la angustia, en la desesperación. Pongámosle como queramos. Es
gente que se ha dado así misma a los demás. Ustedes son formidables.
Hay quien sin tener nada que dar está dando lo
mejor que tienen: su riqueza interior de un alma grande, muy grande. Esa es la
gente que hace que uno se sienta orgulloso de formar parte de un grandísimo
país. Por cierto, ese país se llama España.
De otros lugares – es, también, gente
formidable – han ofrecido ayuda. Nunca agradeceremos bastante a ellos, a sus
autoridades o a sus medios que de manera generosa se nos han ofrecido. Ustedes
también son formidables.
No quiero, no debo personalizar a nadie. Sería injusto. Me dejaría a alguien fuera. Sé que mucha gente lo está haciendo simplemente porque su grandeza de alma le empuja a ello. Cuando haya ocasión a ver, si de una puñetera vez, los que tienen que hacerlo se sientan, y entre todos, arbitran las posibles soluciones que puedan intentar paliar y si es resolver, mejor, los grandes problemas y entonces, uno en su modestia, pueda decirles que, también “ustedes son formidables.
Post Data: Un Nuevo Mundo es posible. Ayudemos un poquito...
30 de octubre, miércoles. Satanás es un hijo de mala madre.
Se levantó de madrugada – que es cuando se las anda la gente de su calaña que
tiene malas ideas – se quitó la capa y se puso a torear por revoleras. Que sí,
que sí, que es de esa manera cuando la capa da vueltas por un lado y el toro va
por el otro.
Dicen que había una Dana (antes
se llamaban tormentas de verano, luego gotas frías y, ahora, danas) en el Golfo
de Cádiz. Mandaba aires de poniente a voleo. El agua del mar con más
temperatura de la que debe tener ya en estos meses y los vientos fríos venían
del Polo. ¿Entiende ahora el porqué de la capa por un lado y por el otro, el
toro?
Dicen, también, que en el mar
de Alborán – ese cementerio azul más grande del Planeta que está entre África y
Europa – se había formado una ‘perturbación’; otra, en las Baleares; sobre la Comunidad
de Valenciana, la tercera. Juntas y revueltas. La capa giraba al viento y el toro
entraba por donde quería… Andalucía – en mi pueblo Álora, anduvimos sin miseria
- en Almería, en otros lugares... El hijo de mala madre, o sea Satanás, no dijo
que ahí lleváis eso. Solo lo vimos crecer y crecer un agua maloliente y turbia.
Nadie fijaba el toro…. Sonaban clarines y timbales, o sea, truenos y luminarias
que llaman rayos y relámpagos.
De lo que ha venido después estamos
más que enterados. He recibido correos y mensajes desde Portugal a Cornellá de Llobregat;
desde Miami a Mallorca; desde pueblos perdidos y desde ciudades importantes. No
es posible la transcripción. Solo para muestra dejo constancia de una:
- “Estoy contigo”.
A unos les contesté; a otros,
también, con un silencio entendible, a mi manera. Todos sabían que, a veces, la
mejor palabra es la que se queda dentro. Ayer no escribí ese artículo diario
que alguien espera. Hoy, como que casi tampoco, pero tenía que ser honesto con quienes
me ayudáis a llevar el mal sorbo- y
conmigo mismo:
- Gracias, hermanos.
28 de octubre, lunes. Debo decirte que, si te vas ahora, a Fuenteheridos y a Castaño del Robledo el paisaje se ha vestido de oro viejo, de ocres, naranjas, rojos, de enigma y de ensueño. Eso ocurre porque el otoño tiene cosas así. Tanto tienen de pequeños como de tesoros de naturaleza viva. Vente cuando quieras y como puedas, yo la última vez fue hace unos meses. Era principios de verano; iba camino de Encinasola, el pueblo hermano; hacía calor. Seguro que te sorprenderán y lamentarás no haber andado antes por estos lugares de la Sierra.
Si te vas como para la fuente de los Doce Caño, estás en el nacimiento del Múrtiga. Más de dos millones de litros diarios. Al menos eso decían los papeles que leí bajo una sombra de los castaños porque lo pedía el tiempo y si te das en pasear por el pueblo - no llega a los ochocientos habitantes - te darás cuenta que el color de las tejas confiere identidad de pueblo serrano.
Créeme
si te digo que por aquí hay constancia de la presencia del hombre desde el
Debes conocer, también, que los caleros llevaban la cal a Sevilla, en competencia con los de Morón, pero eso era en el XIX, que por cierto es cuando construyen su plaza de toros. La inauguró nada menos que Mazzantini.
El paisaje de castaños, alisos, fresnos, álamos y chopos, olmos... te acompañan hasta cuando llegues a Castaño del Robledo. Como ocurre cuando la vegetación es exuberante y tupida, te gustará el lugar y difícilmente puedes señalar o inclinarte por un rincón determinado. Sólo - y no es poco - te gustará y llevarás en la retina el color verde con todas las tonalidades que ofrece el verde.
Castaño del Robledo es exuberante, pródigo, fértil, frondoso, ubérrimo, generoso y cuantos sinónimos quieras ponerle a la naturaleza. Según los papeles, y cuando lo veas convendrás conmigo en su certeza, es uno de los pueblos más bellos - los otros Galaroza, Alájar, Fuenteheridos… en la misma sierra y a diferentes vientos - de Andalucía.
Es preciso y precioso ejemplo de arquitectura popular rodeado de hermosos paisajes, pero, ¡ay! el último censo le daba poco más de doscientos habitantes.
O
lo que es lo mismo: la lenta agonía de los pueblos de la Sierra.
27 de octubre, domingo. Era
una tarde avanzada de otoño. Llamaba a la puerta con los nudillos de un
invierno deshuesado. El paisaje, solitario y abandonado. Siempre está ahí por
este tiempo, de esta manera y en espera. No sabemos qué aguarda porque no va a
venir nadie.
La niebla adueñada del bosque; las ramas de los
árboles evocan una primavera que fue en algún tiempo, pero ya había dejado de
serlo y ahora esperaba la noche, el frío que iba a llegar, la soledad que
hablaba a quien quería pararse a escucharla.
El viejo edificio de la estación llevaba muchos
años abandonado. Las paredes, desvencijadas; no abrían las puertas ni las
ventanas. Estaba parado el reloj. No
había nadie a quien preguntarle cuándo fue la última vez que dio la hora o cuando
alguien miró por esas ventanas por si ya se vislumbraba, en la lejanía, el humo
de la máquina del tren que se acercaba, que venía y que, luego, como otros
trenes, seguiría su camino…
No daba las horas el viejo
reloj; la veleta… ¿desde cuándo no giraba la veleta y decía de dónde soplaba el
viento? La torre sobresalía por encima del tejado – el viejo tejado de pizarra
de la estación – tenía su originalidad y ponía un punto de belleza única en un
paisaje que entre dejaba ver los sueños sobrepuestos al misterio de la
realidad.
La estación, ubicada en un
lugar lluvioso; las tejas inclinadas facilitaban que el agua que debía caer con
frecuencia nunca se parase y seguiría su camino hasta formar canales, chorros
de agua con una música monocorde y sincronizada. Alguien, cuando ideó el punto
de parada, pensó en los viajeros que debían subir y bajar del tren. No debían
mojarse y diseñó un pequeño zaguán que los resguardaría…
Estaban limpias de yerba las
vías. Quizá la única vía de la estación donde el tren recogería o dejaría las
ilusiones – como el negro que viajaba en el tren de Ítaca (California) y le
gritó a Ulises Macauley, mientras agitaba la mano al viento, “vuelvo a casa,
chico, vuelvo a casa”. Ulises le devolvió el saludo. Ahora no había nadie
esperando el tren ni aguardando el mensaje del hombre que volvía al hogar donde
quizá ardería algún tronco en la chimenea….
Tarde de otoño. Hace un rato
llovía. Donde yo vivo no hay una estación envuelta en la niebla ni árboles que
han perdido las hojas. ¿Está por llegar el último tren? A lo mejor, el último
tren pasó hace mucho tiempo…
26 de octubre, sábado. Grazalema
es una pincelada blanca entre las calizas de la sierra; Grazalema es la
primorosidad de lo bien hecho o el buen gusto que juega al escondite por las
esquinas. Sus calles - algunas - al igual se llaman del Agua, Laguneta,
Colorada, Jerez o calle de la Teja o le ponen el nombre de algún hijo ilustre,
y deleitan –blancura de cal - al viajero. Son calles para perderse, para soñar
despierto, o como hoy, al mediodía, dejarse empapar por la lluvia que caía
suave y mansa.
Se asoman, a la plaza, los
picos calizos de la sierra, San Cristóbal o El Torreón y, el pueblo desde la
balconada ve irse el Guadalete y la Serranía y a las tierras lejanas, pajizas y
agostadas por el verano que se ha ido, que se entrecortan en el horizonte por
la carretera que lleva a Ronda o a Ubrique o a Zahara, bordeando el pantano.
Mal come donde puede. Lo
intenta en cuatro sitios diferentes. No hay manera. El pueblo está lleno de turistas.
Coches y más coches. Él que sabe algo de eso lo dejó, a la salida en la carretera
que lleva a Benamahoma, en uno de los aparcamientos que han habilitado conforme
se sube al puerto de El Boyar - donde nace el Guadalete - y se echó a andar,
como el quien no va a ninguna parte pero
que no es el caso.
Han tenido –ya lo hicieron hace
mucho- el buen gusto de colocar mosaicos que explican el qué, el porqué, el cuándo
de muchas cosas. Casi nadie se para a leerlos. Sabe que aquí nació el padre de
Sor Ángela –Santa Ángela de
Hace mucho tiempo que el
viajero - porque se lo facilitó su amigo el profesor Rodríguez Becerra- tuvo
acceso a The People of the Sierra de Julián Pitt-Rivers. “El rubio,
espigado que preguntaba y escuchaba…” desveló lo que de verdad tiene el
Folk-lore, es decir, el saber del pueblo. Una joya de la antropología.
Se le agolpan los recuerdos.
Sabe de visitas, en otra ocasión, a las iglesias ( hoy todas cerradas), de
aquel día de nevada, de una mañana, después de una noche de lluvia… y de aquel
día de finales de mayo cuando, con otros amigos, dejaron a un amigo entre los
muros encalados del Camposanto… El viajero, entonces, y ahora, tuvo que seguir
camino.
Calle Pastora. Málaga
25
de octubre, viernes. La calle
Pastora está en el Centro. Va desde la Alameda Principal a Atarazanas. La cruz
del eje la forma calle Panaderos: de Puerta del Mar al Guadalmedina.
Es
media mañana. Hervidero de gente. Van y vienen. A ambos lados, dos puntos emblemáticos:
a la izquierda, conforme se entra desde la Alameda, bajo la Delegación del
Gobierno de la Junta de Andalucía, la Antigua Casa de Guardia, fundada en
1840. Centenaria y con sabor a rancio.
¿Recuerdan:
“Málaga, ciudad bravía / que tiene más de cien tabernas / y una sola librería”?
Algo de eso. Es la taberna más antigua de la ciudad; las librerías han
proliferado; algunas buenas; otras, mejores.
Tiene
tres puertas: una, abre a la Alameda Principal; la del centro, a Calle Pastora;
en el otro extremo del mostrador, la que comunica con calle Panaderos.
Pajaretes, Lágrimas, Pedros, Vermut… Y más, y más buenos. Todos los que a usted
se le vengan a la cabeza y pueda con ellos.
De
tapas, banderillas y mariscos. Se piden aparte; las consumiciones se anotan con
tiza sobre la barra de madera del mostrador. Entre, empápese y si encuentra
algo mejor… Pues eso.
Más
adelante; en la acera de enfrente, Roto. No es tan viejo como la taberna,
pero compite en saber y en otro sabor. Anillos con letras de una máquina de
escribir, barajas de cartas, figuritas de militares, libros y revistas,
carteles, discos de vinilo…
Las
niñas – me he enterado – que encuentran aquellos cromos que, sentadas en los
escalones de la puerta, se palmeaban y si se les daba la vuelta, se ganaba;
recortables, figurines… Los niños a Kubala, Ramallets, Arza, Campanal, Rial, Di
Stefano, Lesmes… Aquellas estampitas se pegaban en álbumes con gachuela… ¡Cómo
estaría el álbum, Dios mío!
Roto vende
libros, pero no es una librería; sombreros pero no es una sombrerería – flota
el recuerdo de don Ricardo del Cid –; obras de arte, pero no es un estudio.
Me
recuerda aquellos puestos callejeros que orlan las orillas del Sena. Se puede
encontrar de todo, pero supera en calidad a los mercadillos callejeros de las
mañanas de domingo.
Todo,
un jolgorio; los que no caben en la Antigua Casa de Guardia paladean un
vino en la calle; los transeúntes se abren paso. A duras penas entra el sol… La
ciudad marca su vida y su ritmo. Tiene su música propia, como ayer, como hoy,
como mañana.
24,
octubre, jueves. Ha andado revuelta
estos días la prensa del corazón. Casi todo está inventado. Lo de hoy, ya era
de ayer: y vendrá, mañana... Un ayer lejano, pero con una actualidad que
asombra. Vamos, que han habido muy pocos cambios.
Juan
Ruiz, Arcipreste de Hita escribió, entre 1330-1343 una de las obras cumbres de
la literatura española: El libro del buen amor. Estudiado y escudriñado.
Su autor ni por un asomo pensó en que le sacarían tanto partido. El
hombre lo bordó.
Hay
dudas con su vida. Unos dicen que nació en Alcalá de Henares, o sea muy cerca
de la tierra alcarreña de Hita; otros, en Alcalá la Real, en tierras de Jaén.
Da lo mismo. Fue un hombre culto, conocedor del mundo y de su tiempo y del
arciprestazgo en el pequeño pueblo al pie de la colina y muy ligada al primer
marqués de Santillana, un hito más en su vida.
Hay
cosas muy claras en la obra. Una, la mujer en la convivencia, es quien manda. “Dueña de buen linaje e de mucha nobleza,/ todo saber de dueña sabe
con sotileza,/cuerda e de buen seso, non sabe de vilAleza, / muchas dueñas e
otras, de buen saber las veza”.
Le agrega el clérigo
cualidades congénitas: “De talla muy apuesta e de gesto amorosa,/ loçana,
doñeguil, plazentera, fermosa,/cortés e mesurada, falaguera, donosa,/ graçiosa
e donable, amor en toda cosa”.
El hombre, aunque
crea lo contrario, baila siempre al son que ella - la mujer - marca: “Por
amor d'esta dueña fiz trobas e cantares, / senbré avena loca ribera de Henares;/
verdat es lo que dizen los antiguos retráheres:¡Quien en el arenal sienbra non
trilla pegujares!”
Y termina
reconociendo que es el perdedor: “E yo, como só omne como otro, pecador, / ove de las mugeres a las
vezes grand amor; /provar omne las cosas non es por ende peor, /e saber bien e
mal, e usar lo mejor”.
Hay otro móvil.
Todos saben de su importancia, el dinero: “En suma te lo digo, tómalo tú mejor: /el
dinero, del mundo es grand rrebolvedor, / señor faze del syervo e del siervo señor, /toda cosa
del siglo se faze por su amor.
Intem, más. Agrega
el Arcipreste: “Como dize Aristótiles, cosa es verdadera, /el mundo por dos
cosas trabaja: la primera, / por aver mantenençia; la otra cosa era/por aver
juntamiento con fenbra placentera”.
Casi
todo está inventado…
Campos sorianos en primavera.
23 de octubre,
miércoles. Llegó don Antonio Machado a Soria como
profesor de francés en su Instituto. Allí vivió, conoció el amor, supo de las
flechas que le asigno Cupido “y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”,
supo del dolor de la muerte, y de la marcha de lo que se va para siempre.
De Soria don
Antonio se fue a Baeza. En Baeza, supo de la lechuza que venía todas las noches
a beber en el velón de aceite de Santa
María, en la Catedral – por cierto, muy cerca, al otro lado de la plaza, el maestro
‘Sifón’ tenía un muestrario de su arte, pero esa es otra historia – a la que
San Cristobalón quería espantar. Vio, también, en la lejanía, entre la bruma, Sierra Mágina y entre los olivos “campo,
campo, campo” – los cortijos blancos.
No le fue bien
a don Antonio en Baeza. La crueldad de la incomprensión entre alumnos y una
parte del profesorado le hizo daño por dentro. Ya se sabe. A veces, hay quien
se ensaña con la debilidad y el dolor de la gente. Pero, esa, también, es otra
historia aunque ahora hay quien quiera resarcir aquella injusticia del mote y
otras lindezas.
En abril de
1913, don Antonio escribió a modo de poema una carta a su ‘buen amigo’. José
María Palacio, que además estaba emparentado, en cierta manera, con él (su
esposa era prima de Leonor). Compartían, la tendencia ‘regeneracionista’ de una
España que pedía un cambio en muchas cosas y sobre todas, en la cultura y en la
tolerancia.
José María Palacio, aragonés de Huesca, murió, en 1936, en Valladolid; don Antonio, en 1939,
en Colliure, junto al mar donde va también a morir la Tramontana cuando baja
del interior a la costa. Palacio era funcionario de Montes y luego profesor en
la Escuela de Magisterio. Fundaron una revista en la que colaboró Juan Ramón
Jiménez y quisieron sembrar semillas de progreso e ilusión en una ciudad
provinciana y casi perdida en el mapa
Llena de ternura
don Antonio sus versos. Describe los campos sorianos que se abren a la primavera,
se pregunta por los chopos y por los olmos, por los trigales que deben verdeguear
entre Numancia y la subida a Oncala, por el Duero que, aún alto, ya camina hacia
la mar por…. y le pide: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de
las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, /al alto Espino donde está su
tierra…” Leonor, siempre Leonor.
22 de octubre, martes. Para avenida
le falta distancia, anchura, cielo…; para calle, le sobra belleza, primor y embelesamiento.
Larios, su nombre calle del Marqués de Larios, el II para más señas; en la República,
calle 14 de abril. Ya se sabe, no hay nada que perdure menos que cuando se le
cambia el nombre a una calle.
La cosa, de viejo. Málaga era
un dédalo de callejuelas inmundas, infestas y llenas de mugre. Las epidemias, a
la orden del día. El puerto al alcance de la mano. Por las calles el viento se
volvía en las esquinas y el agua ni corría ni tenía pensamiento de hacerlo. Las
infecciones estaban servidas.
Entre los facultativos que
tenían que ver con la sanidad determinaron que había que limpiar a fondo. Tenía
que venir el aire del mar o de la sierra. En las calles pico, pala, espiocha y
derribo. Tenían que imponerse.
José de Sancha, el encargado de
trazar las nuevas líneas de la ciudad. Un eje, una calle debía cruzar la ciudad
y a sus lados vendría todo el desarrollo soñado.
Strachan se inspiró en la
Escuela de Chicago. Una arquitectura simétrica. Edificios de alturas similares
y chaflanes redondeados donde ya no tendría que volverse en el aire. El eje debería
llegar del mar a a Capuchinos… Pero, ¡ay! en Málaga somos así. La torre de la
catedral se quedó a medias; los muros del río no se subieron lo suficiente y
cada vez que al Guadalmedina le venía en ganas llenaba de barro y muerte la
Trinidad, el Perchel y la orilla de este lado de río… y, la calle, claro, la
calle no pasó de la Plaza de la Constitución.
Se buscó dinero. Alarcón Lujan,
el alcalde, crea una sociedad con un capital de un millón de pesetas, acciones
a veinticinco mil… No se cubre. Unos no quieren; otros no pueden y quien ni lo
uno, ni lo otro. Los Larios acuden y se hacen con el grueso. El pueblo eso no
lo ve con buenos ojos. Tan es así que en la inauguración de la calle no acude nadie
de la familia: todos están en el exilio.
No llega al medio kilómetro,
dicen que los alquileres están entre los tres más caros de España y entre los
cincuenta de Europa. Coqueta, armoniosa y preciosa. El maestro Alcántara decía
que cuando el Cristo de la Buena Muerte dio las tres voces lo escucharon en
Santo Domingo, en las tinieblas y en la legión y que en los atardeceres del Jueves
Santo es el broche de la calle…
21 de octubre, lunes. Dicen
los papeles que era febrero, 22 por más señas, y hacía frío, y que usted murió
de soledad y tristeza. No era viejo en el cuerpo -64 años- pero sí por dentro.
Palos y más palos. De los que van al alma que son los que más duelen y
achancan.
Usted
había dejado escrito: “Y, cuando llegué el último viaje / y esté al partir
la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo ligero de equipaje /
casi desnudo, como los hijos de la mar”. Y sólo.
Ahora,
hoy, por más señas, el Rey de España, don Felipe VI (ya ve, don Antonio, usted
Republicano y S.M. inaugurando una magna sobre: “Los Machado. Retrato de Familia,
en la Fábrica de Artillería de Sevilla).
Recoge
fondos de la Fundación Unicaja, la Real Academia
Sevillana de Buenas Letras y la Real Academia Burgense de Historia y Bellas
Artes, fondos del Museo del Prado, Universidad y Ayuntamiento de Sevilla… La
exposición va estar abierta hasta el 22 de diciembre. Luego, pasará por Madrid
y Burgos.
Dice,
Alfonso Guerra, uno de los dos comisarios que esta Exposición va a desmontar
bulos. Va a quedar claro que no había dos poetas, un Machado bueno, usted, don
Antonio; y otro, malo, su hermano Manuel; va a quedar palmario que entre
ustedes dos la poesía alcanzó unas cotas muy elevadas y que nunca, a pesar de
las discrepancias política, existió la discrepancia y separación. Su familia
(sus abuelos, su padre Demófilo y ustedes aportaron mucho a la cultura
de este país nuestro llamado España).
Es
de justicia recordar los versos de su hermano Manuel: “Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron
/-soy de la raza mora, vieja amiga del Sol,/ que todo lo ganaron y todo lo
perdieron. /Tengo el alma de nardo del árabe español.”
Escribo
estas líneas, una mañana soleada de otoño. Aquí en el Sur del Sur tan lejos en
la distancia de donde usted reposa, pienso que aún existe una España que
bosteza y que es amante de Frascuelo y de María y que anda buscando escaleras. No
sopla todavía la tramontana fría en Colliure, pero tienen toda la vigencia
aquello que usted dejó escrito: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto
claro donde madura el limonero;/
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
/ mi historia, algunos casos que recordar no quiero.”.
Otro día hablaremos de Leonor, de Soria, de Baeza, de Guiomar…Sus
versos - de los dos - esperan en hojas ajadas por el paso del tiempo en los
libros; su poesía – de los dos – aguardan volver a ser bálsamo de almas…
20 de octubre, domingo. Esta mañana, al leer la editorial
del Grupo Iluro, me he encontrado con la sorpresa de una cita de Matisse: “El
color debe ser pensado, soñado e imaginado”. Como cada día me planteaba sobre qué
escribir. Estamos en otoño. Aparecen los oros viejos, los ocres, los cobres,
los... Pero no. Aunque es el tiempo, no.
Me refugio en un pintor que
siempre me fascinó: Monet. Sus colores eran otros. Los azules. Los azules del
cielo de mi pueblo, de Álora - aunque Monet nunca estuvo por aquí y él sí pintó
los azules de su jardín o de su estanque - donde ahora ya no vuelan palomas por
las mañanas. ¿Por qué?
Monet había salido del estudio
del fotógrafo Nadar donde acudía con otros artistas. Se abrían paso sin ser
conscientes de lo que estaban gestando. Nacía el Impresionismo.
Pintaban al aire libre. Los
sueños también nacen al aire libre. En un paseo por el campo; en aquel lugar recóndito
donde nuestras almas recrean lo que a ellas les da la felicidad, aunque sean
conocedoras de que esa felicidad no se va a alcanzar nunca. Saben que está, que
existe y que es esquiva. Nunca podrá asirse para poseerla plenamente.
Los colores de los
impresionistas eras vivos, brillantes, impactantes. No cabía ante ellos la
indiferencia. Se aceptan o se rechazan. Otras veces, se ahogan ante la
imposibilidad de su alcance.
En aquel grupo de pintores –
Courbert, Pissaro, Renoir, Degas, Cézanne…- hay uno que va ser fiel, de
principio a fin, con la nueva corriente: Monet.
Monet idealiza el objeto, el
agua y el reflejo en el agua. ¿Cuál de los tres se impone a los otros? Según su
amigo Cézanne “Monet es solo un ojo, pero ¡qué ojo”! y según Eugène Boudin “una
obstinación extrema por no salirse de la impresión primera, que es la buena”.
Ahora, esta mañana, por puro azar descubro que muchos años después alguien desconocido convaleciente de una operación de apendicitis, Matisse, dice que acaba de descubrir «una especie de paraíso». Es su pintura donde va a afirmar que "El color debe ser pensado, soñado e imaginado".
El color es intangible; el
color se mete dentro. Cada uno lo ve, lo acepta y lo asimila como solo puede interiorizarlo
y ahora pienso en el color de las rosas ajadas de mi amigo Leonardo, en los balandros
de Rittwagen que salvan bañistas en los Baños del Carmen “cuando ya no estábamos
en guerra aquel verano”; en los caserones desvencijados de Jacques Laulheret;
en los bosques que soñamos y en los que no penetraremos nunca… Mastisse,
llevaba razón.
19
de octubre, sábado. Acaban
de cumplirse doscientos años del nacimiento de Juan Valera (Cabra 18 de octubre
de 1824- Madrid, 18 de abril de 1905). La efeméride ha pasado sin pena ni
gloria. España entierra muy bien a sus muertos, pero no hace lo mismo con los
nacimientos.
Hombre
culto, viajero, erudito y gran conocedor de su tiempo. Vivió a tope una vida no
exenta de aventuras literarias, amorosas y profesionales que lo llevó por medio
mundo.
Entró
en la carrera diplomática y eso le hizo conocer lugares tan dispares como
Nápoles, Portugal, Brasil, Alemania o Rusia, en concreto, San Petersburgo. La
carrera diplomática, además, de fomentar los amores – como aquello del marino
que en cada puerto tenía una mujer – también lo dotó de una formación
enriquecedora por su afán de viajar y conocer idiomas. Habló y escribió,
incluso, en lenguas clásicas como latín y el griego con total corrección.
Su
padre venía del mundo de la mar. Vivió un tiempo en Calcuta, pero sus ideales
liberales lo condenaron a hacerse cargo de las tierras de su mujer en Cabra y
Doña Mencía, donde por un tiempo fue agricultor, hasta que vuelto el
liberalismo fue rehabilitado y volvió a sus labores marinas.
En
Cabra nació su hijo Juan. Luego, vivió – unos años en Málaga, pasó por su
seminario - Granada y Madrid. Él, Juan Valera, volvió por Andalucía en
ocasiones y aquí se gestan las dos novelas suyas más conocidas Pepita
Jiménez y Juanita, la Larga. Obras encuadradas, quizá con cierto
raquitismo dentro de la novela costumbrista, cuando en realidad encierran
estudios profundos de sicología entre el amor terreno y el divino y la de ese
otro amor que surge, a veces, frenado por la diferencias de edad entre los
protagonistas.
Juan
Valera dejó una definición muy acertada de la Andalucía que él vivió: “Este
es un país pobre, ruin, infecto, desgraciado, donde reina la pillería y la mala
fe más insigne. Yo tengo bastante de poeta, aunque no lo parezca, y me finjo
otra Andalucía muy poética, cuando estoy lejos de aquí”.
Algunas
de las aseveraciones de entonces se han superado; otras, desgraciadamente, aún
perduran. Juan Valera era un hombre muy culto. En su casa de Madrid, en la
calle de Santo Domingo, celebraba tertulias literarias hasta altas horas de la madrugada
y a las que acudían, entre otros, Menéndez Pelayo, y un sobrino suyo, escultor,
que hizo el monumento que Madrid erigió en su memoria a la entrada del Paseo de
Recoletos, frente a la Biblioteca Nacional. Cabra, su pueblo, también levantó
otro, pero de menor envergadura y calidad que el madrileño. Cosas que pasan.
18 de octubre, viernes. Ahora, al Chorro puedes llegar con el
cercanías. El tren que te lleva viene desde Málaga y asomará a la estación
de Álora despacio por la boca del túnel, al pie del Tajo de las Palomas, entre
el Cerro de las Torres y el río.
Cuando salgas de la estación, a
la izquierda, todas las faldas de El Hacho parecen al alcance de la mano.
Primero, más próximas; después más lejanas. Campiñas y lomas, tierras de
secano; campos amarillos, verdes, pardos… según la época, si miras por la otra
ventanilla.
Cuando dejes atrás la estación
de Las Mellizas cruzas un puente de hierro. Salva el río Guadalhorce. Ahí,
debajo, es enormemente bello. Vas camino de la sierra, la Sierra de Abdalajís,
que es lo mismo. Depende de con quién hables. Por la Cuesta del Cajero, antes
-cuando las máquinas eran de vapor y transportaban mercancías – le ponían la
doble y patinaban y hacían fon, fon, fon, fon… y el tren subía lento,
lento, muy lento.
Te permitía ver cómo pasaban
despacio, los árboles, los cerros, las casas de la Loma de las Garcías, con su
iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, que antes estaba de blanco y ahora la han
puesto de amarillo y la barriada Bermejo que surgió con la bonanza económica
surgida por las obras de los pantanos, y el arroyo de la Dehesilla, y el
Churrete y el cortijo de los Muertos y Bombíchar (la Bobaxter romana de
Simonet)…
Recréate cuanto puedas porque
de pronto se hace noche cerrada. Has entrado en el túnel de la Canasta, y luego
el de la Pinta y al poco el de los Romerales - los Romerales Bajos porque hay
otros, los Altos, pero esos no los ves desde el tren – y así,
noche-día-noche-día, en una sucesión
hasta que emboques en la estación…
No, no estás en Suiza. Aunque
lo parezca. Acabas de llegar a uno de los parajes más bellos de la provincia de
Málaga y de muchos otros sitios. No es cuestión de que me creas. Apéate y
comprueba…
17 de octubre, jueves. Anoche,
por puro azar, descubrí un programa en televisión que hablaba de Gredos; mejor,
estaba rodado en Gredos y daba una visión de su gente, de su manera de enfocar los
avatares de cada día, de ese modo que uno, en ocasiones, tiene de ver cómo se
va o cómo se viene la vida.
He estado muchas veces por
aquellas tierras. Sé que se encuentran – Arenas de San Pedro – al pie del Puerto
del Pico rodeada de pinares frondosos, prietos, ahítos de verdor, al sur de la
ladera de Gredos, en la confluencia del río Cuevas con el Arenal.
Desde Ávila se llega a través
de una carretera serpenteante que, a veces, coincide con restos de una vía
romana; desde Extremadura, por el Tiétar y desde Talavera surcando encinares
centenarios y dehesas salpicadas de retamas.
Gredos y Arenas son consustanciales.
No pueden entenderse por separado. La Sierra – como le llaman a Gredos - es un
bastión que la protege y su servicio meteorológico que le avisa del tiempo que va
a hacer, le resguarda de los vientos fríos del norte o le genera las brisas que
le refrescan los calores veraniegos. Algunas veces se cubre de nubes y se torna
oscura y gris: está lloviendo en la Sierra; otras, los cirros son deshilachados
y largos, y si perviven hasta el crepúsculo que dora de arreboles su cielo, el
día siguiente será ventoso.
Arenas aporta el campamento
base para excursionistas – hay que subir a y Guisando y ver el monumento a la Cabra
Hispánica - y andariegos de las cumbres; su arquitectura de tejados pizarrosos
y torres cuadrangulares. Su paisaje, lleno de historia de los que son testigos
el castillo del malhadado don Álvaro de Luna, el palacio de don Luis de Borbón –
desterrado por su hermano Carlos III – y la calle larga de la Triste Condesa.
Cuenta Josefina Carabias – que era
de allí – que, en cierta ocasión, discutían unos contertulios sobre las
murallas de Ávila y el murallón de Gredos, a lo que uno respondió: “Sí, pero aquellas
la hicieron los hombres, y ésta nos la hizo Dios”.
Las noches de luna clara el Circo de Gredos, la Mira, los Galayos, el Almanzor, el Cuchillar como casi al alcance de la mano. Si un día coincidimos te enseñaré como está de henchida el alma cuando se adentra en esos bosques únicos que se esconden en las quebradas de la Sierra...
Málaga, Estación de Andaluces, años cincuenta, siglo XX
16 de octubre, miércoles. No sé
si fue Altolaguirre o Emilio Prados quien dijo que Málaga sin palmeras en el
parque, moros en el puerto y gatos en el Guadalmedina, no era Málaga. Sería otra
ciudad, pero no Málaga.
Dicho así, de esa manera, en
los tiempos que corren puede sonar raro, como si chirriase. Me explico. Lo de
las palmeras en el parque es algo nuestro. Ese jardín botánico al que llamamos ‘parque’
es una joya se mire desde el lugar que se mire. ¿De acuerdo?
Lo de ‘moros en el puerto’ hoy
se les llama transeúntes, viajeros, o gente que va o viene desde una a otra
orilla. Enfrente, Melilla; en este lado, Málaga. Los que venían en tiempos en que
el poeta decía eso vestían con chilabas – su prenda habitual – que los
identificaba desde la lejanía. Hoy, la mayoría viste a la europea y pasan, entremezclados
con la ciudadanía de aquí, casi desapercibos. Es más, acudimos a sus comercios
o los conocemos por sus nombres. Son unos vecinos de tantos como ya viven en el
cosmopolitismo de Málaga.
Hace unos días, mi amigo
Fulgencio puso una foto de un atardecer donde, al otro lado, se veían recortadas
en el horizonte las montañas del Atlas y en medio, la mar tranquila y sosegada
esa que pierde su carácter de lago quieto las tardes de temporales de levante,
esa… Cuando uno, en ocasiones lo ve, hace suya aquella letra de Aute: “imagínate
una tierra donde África es hermana…”
Lo de los gatos en el Guadalmedina
es otro cantar. ¿Se han dado cuenta que ya no hay gatos en las calles de Málaga?
Recuerdo aquellas mañanas cuando el ‘mixto’ nos dejaba en la Estación de
los Andaluces – porque Málaga tenía dos estaciones, la de Andaluces para los
trenes de verdad y la de los Suburbanos, para los de ‘juguetes’ – y subíamos por
calle Cuarteles camino del centro.
En los escalones, los gatos se
lavaban la cara y nos miraban a los catetos de los pueblos con cara de gatos
enterados y sabiondos. Por cierto, en la puerta del Cuartel de Gurripatos algún
soldado montaba la guardia vigilante de la seguridad de lo que había dentro. Todavía no vendían cartuchos de pescado frito
-era muy temprano – en Casa de Catalina …
El Guadalmedina estaba lleno de
gatos - también - de otras cosas. Ahora luchan por borrar esa cicatriz que
rompe en dos la ciudad. ¿Lo conseguirán algún día? A mí me gustaría verlo…