sábado, 5 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Poverello de Asís



 

5 de octubre, sábado. “Señor, haz de mí un instrumento de paz. Donde haya tinieblas, lleve yo la luz”. Lo dijo el Poverello de Asís. ¡Casi nada! Casi ochocientos años de su muerte y con una actualidad que asombra. Nació en 1182.

Su vida apuntaba a una existencia cómoda y placentera. Su juventud, alegre. Disfrutó de la vida, la amistad y la naturaleza. Nada que ver con los ecologistas de despacho. Vivió su tiempo hasta que giró a otros derroteros.

Su educación, esmerada. Bondadoso, capaz de fascinarse ante la belleza. Nadie en Asís más elegante que él. Participó en las guerras entre güelfos y gibelinos. Convaleciente lee vidas de santos y los Evangelios. Pasea por el campo, descubre a los pobres siervos en su miseria cotidiana, y les da bienes de la casa paterna. Descubre, también, a los leprosos, rechazados por todos. 

Una tarde, a la vuelta a casa, encuentra al borde de un sendero, un leproso. Siente rechazo ante aquella podredumbre y hedor. Una transformació, hace que, por encima de la repugnancia, venza la compasión. Lo atiende, lo besa con el beso de la paz. Lo trata como a un hermano. Sucedía en 1205.

Profundizó en la fe y la caridad. Visita el sepulcro de los Apóstoles Pedro y Pablo, en Roma. De vuelta en Asís, se detiene a orar en la pequeña ermita de San Damián. En su interior había un crucifijo que aún se conserva en Asís. El joven Francisco sintió como si el Señor le hablase al corazón y le dijese: “Francisco, repara mi iglesia, que se derrumba”.

Rompió con todo. Francisco se despojó de sus vestimentas que entregó a su padre. Se dedica a curar leprosos y enfermos. Mendigaba por las calles. En Asís lo tienen por loco.  Viste una pobrísima túnica de sayal ceñida con una cuerda, y descalzo se consagró a vivir y anunciar el evangelio en la más absoluta pobreza. Se le unieron otros.  Los primeros doce discípulos, hombres de sencillo corazón, de profunda fe y ardiente caridad (también hubo un abandono) lo que le da más similitud con el colegio apostólico. Corría el año 1209, principios del siglo XIII. Había nacido la Orden franciscana.

Terribles dolores al final de su vida. Casi ciego compone el Cántico del hermano sol, primer texto conservado en lengua italiana, equivalente a nuestro poema de Mio Cid. Se trata de una prolongada alabanza al Dios origen de toda criatura y de todo bien.

Ayer, 4 de octubre, la Iglesia Universal celebró su festividad.

 

viernes, 4 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Agustín Jesús


                                    


        
               Calle de la Parra. Álora


4 de octubre, viernes. No estaban aún las calles puestas cuando Marisa me lo ha dicho. Ya sabes. Lo malo siempre llega antes. Eso que nunca querríamos conocer,  pues nada, se viene solo. Se extiende como chorreón de aceite en papel de estraza de los que había antes para envolver cuando eran tiendas y no grandes superficies.

No voy a recurrir a aquello de “madrugó madrugada” (que es verdad), ni “Tu corazón, ya terciopelo ajado” (que también lo es). No. Solo voy a decirte que hoy he tenido que levantar la página, que de eso sabes tú un rato porque fueron muchos años de periodismo en primera línea. Tu corazón ha dicho que hasta aquí había llegado y que decidía como dijo Miguel “llamar a un campo de almendras espumosas”.

Juan Gaitán se ha quedado sin “su amigo electo”; yo sin mi amigo desde la niñez cuando compartíamos pupitre en aquel viejo caserón inmundo donde don José nos repetía el dictado que nos sabíamos de memoria: “resonaba en el fondo de la galería un piano destemplado que parecía balbucear de mala gana…”

Ahora, querido Agustín Jesús Lomeña – porque naciste el Día de Navidad – lo que balbucea son palabras de recuerdo que pretenden entrelazarse como las cuentas de un rosario imposible de esos que nos enseñaron desde niños y que luego, de una u otra manera, hemos ido desgranando a lo largo de nuestra vida.

La última vez que nos vimos fue en el escalón de tu casa. Yo iba por la calle y tú estabas con el conserje del edificio. Hablamos ¡cómo no del pueblo! Porque a ti te dolía un rato, pero que un rato grande. “Cuando voy – me dijiste – no paso de casa de mis hermanas”. Te lo reproché, me respondiste con esa sonrisa sarcástica con la que tú decías tanto y seguimos hablando de nuestros asuntos.

Ahora te habrás encontrado con muchos de los nuestros que se echaron delante. El maestro Alcántara ya lo sabe, pero dile que sus glorietas siguen en pie en Málaga – ahora con muchas obras por mor de otra línea de Metro – y en Álora. Dile también que Málaga sigue con la paloma de Picasso en el parque y gaviotas en el puerto a donde llegan unos cruceros enormes…

Bueno, no sé por qué te cuento estas cosas. A ti todo te da igual porque desde ya tienes que confeccionar otras páginas que llamamos recuerdos, pero quiero terminar como lo hiciste tu cuando me prologaste Alora, como casi cuentos de recacha: “una sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz”. Ese, eras tú, Agustín Jesús.

jueves, 3 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Fuente Arriba


              Fuente Arriba (década de los sesenta, siglo XX). Álora

 

3 de octubre, jueves. Cuando yo era muchacho, si llegabas a la Fuente Arriba (la “de” nos la comemos. Somos así) a cualquier hora del día la Plaza estaba abarrotada, pero, no; no era fiesta. Aunque lo pareciera. Estaban de chácara.

La Fuente Arriba, según la hora, tenía su público.

Temprano, los que trabajaban, los madrugadores. Por cierto, podías tomar una manzanilla del Hacho, claro, en el “Madrugón”. Un chorreón de limón le iba bien. Limpiaba la resaca del día anterior y predisponía el cuerpo para aceptar lo que viniese. Además, tenías gratis el periódico del pueblo.

Al poco de apuntar la mañana comenzaba el trasiego: a por la leche a casa de Paca, ‘la de las Caballerías’; a casa del Pintor por polvos colorados;  Catalina, la de Tolox, vendía agujas y lanillas; Pablito, canela y el mejor bacalao; a casa de Hortensia por el pan y a la de Hierrezuelo por el pescado; Miguelito ‘el de Felipe’ vendía azúcar; Juanico Díaz, verduras; Guidú, leche condensada; en casa de Rafael Lería ‘arencas’ y mortadela – vendía, también, jamón y queso pero… - y José Rodríguez Racero que, había venido de Ronda, hacía los mejores bollos de chocolate. De la posada, después de pernoctar, salían las bestias.

A media mañana no se cabía. Te podías parar a escuchar lo que hablaban: del cura, del gobierno, del tiempo.

A mediodía, en el Chismo, en el Central, Tito Pepe, o en el patio de la “Balita” - café fundado en 1911 – como reza en la puerta se hablaba del gobierno, del tiempo o del cura.

La gente se agolpaba en el cuello de botella que da acceso a la plaza. ¿Por el sol en verano?, ¿por los coches?, ¿por el gusto de estar apretujados?, ¿por todas las cosas a la vez?

La velada era diferente, según la estación se acudía, antes o después de la siesta. Según la estación también cambiaban el orden de los temas y ¿cómo no? se hablaba del tiempo, del cura y del gobierno.

La Fuente Arriba, aunque parezca raro, debe su existencia a una guerra que dejó un solar - el que ocupaba el Beaterio de la Concepción derribado en el verano de 1936 - y a la competencia que, antaño, ejercía con la que había en la Plaza Baja. Eran fuentes con carisma; las demás, de segunda.

He dejado de ir a la Fuente Arriba. Se me han ido yendo  los amigos: Fernando Espíldora, Paco Parras, Juan y Pedro Martos, Juanito Rivas, Paco Navarro, Diego Mamely… Flota su recuerdo y su ausencia. Me encuentro con otra gente y… De todos aquellos solo Miguel Leandro que viene los sábados… y los versos de Juan Ramón que dicen que el “pueblo se hará nuevo cada año”.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calle de Atrás

 

 

 

                            


 

2 de octubre, miércoles. Hay nombres que lo dicen casi todo. ¿Atrás, de dónde? De la calle de la Parra que durante mucho tiempo – a caballo entre los siglos XIX y XX – se consideró la arteria principal del pueblo por el asentamiento de parte de la población que, en cierto modo, dominaba sobre quehacer diario: burguesía terrateniente, médicos, letrados, oficina de los Sindicatos Verticales, Registro de la propiedad, Instituto Nacional de Previsión, Escuela Pública femenina, farmacia…

La calle de Atrás, obviamente, estaba al otro lado. En este caso incluso un escalón – la orografía lo marca así – más baja. Algo parecido ocurre con la calle Algarrobo. Las dos escoltan, paralelas. El asentamiento de los pueblos tiene cosas muy peculiares. En este caso se cumplen a la perfección.

Conecta la Fuente Arriba con la Plaza Baja de la Despedía. Es una de las calles más largas del pueblo. Durante muchos años fue una de las arterias que unía el casco antiguo de la localidad con la zona de nuevo crecimiento y expansión. Sucesivamente tuvo diferentes nombres a lo largo de la historia. Se llamó, Gabriel Sánchez, Francisco Rodríguez, Juan de Mayorgas, Real, y Canónigo Morales.

Es una calle lóbrega en la que no penetra el sol, ni cuando sale, ni en el sol poniente, por la altura de los edificios que lo evitan dando una sensación de calle húmeda y muy fría hasta el punto que apenas tiene negocios ni establecimientos públicos. Es una calle de tránsito necesaria para acercar sectores lejanos de la localidad.

Frente a la parroquia, en la casa del Licenciado Mayorgas, una placa recuerda que allí se alojó el Rey Felipe IV cuando pernoctó en la ciudad camino de Antequera el Martes Santo, dos de abril de 1624. (En aquella época la iglesia, en construcción. El culto y pila bautismal aún estaban en la parroquia de las Torres).

En sentido ascendente, a la izquierda, un poco más arriba, una escalera la comunica con el final de la calle de la Parra y el comienzo de la de Zapata. Calle, arriba, por su parte derecha arranca la calle Nueva o Callejuela que busca salida hacia el arroyo de la Tenería…

Otro mosaico y una argolla donde se amarraba el cordel recuerdan que en los días de Navidad en ella se celebraban los meceeros. Una letra habla de la poesía y el encanto del momento: “Todos el cantan a todos / y a ti no te canta nadie / siendo tú el mejor racimo / de la parra de tu calle”.

martes, 1 de octubre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las cigüeñas de la torre.


                         



1 de octubre, martes. El otoño está llegando a Castilla por donde viene siempre, o sea, por el curso de los ríos. Las choperas se visten de oro viejo; algunas muestran sus ramas desnudas. Esperan los fríos que no tardarán mucho.

El viajero subió a la Meseta por la Ruta de la Plata. En Salamanca hizo un giro. Cruzó el Tormes. Venía azul y plácido; venía tranquilo como lo veía don Miguel, don Miguel de Unamuno, “De Salamanca cristalino espejo / retrata luego sus doradas torres, /pasa solemne, bajo el puente viejo…”

Simancas encierra los tesoros de los Documentos en su Archivo General; Tordesillas, el recuerdo de Doña Juana. Comuneros y tierras en pie de guerra contra Carlos, hijo y Emperador de un Imperio que dominaba el mundo; Castilla, sublevada. “Morados pendones viejos/ violados de tanta espera”.

El viajero ve indicadores para Dueñas y Venta de Baños y recuerda el nudo ferroviario por el que pasó una noche, de madrugada, en un tren con máquina de vapor,  cuando era muchacho y ya gustaba de ver y empaparse de otras tierras. Entra en Palencia – donde estuvo la primera Universidad de España – por la avenida de Valladolid y por Modesto Lafuente y Manuel Rivera llega a Casado del Alisal donde tiene apalabrado alojamiento.

Se echa la noche. Se lanza a la calle. En la glorieta de San Lázaro gira a la derecha. Baja por la calle Burgos, entra porque aún está abierto (un puñado de mujeres rezan el rosario) en el monasterio de Santa Clara. La historia salta a la vista. Siglo XIII, Cristo yacente de regular gusto, terrorífico; sepulcros en mármol de los fundadores. Deja a las personas en sus cosas…

Luego, sigue hasta la Catedral de San Antolín porque en Palencia le dedican su catedral a San Antolín. El nombre de la calle, Jorge Manrique, evoca al poeta: “recuerde el alma dormida, / avive el seso e despierte / contemplando…”

Sobre los pináculos del templo, en los aleros del tejado, en las torres, las cigüeñas, espaciadas entre sí, esperan que pase la noche. ¿Tendrán hecho ya el equipaje?

Deambulo, sin rumbo fijo, pregunto “¿calle Don Sancho? Barbeito me había recomendado “No te vengas sin probar los torreznos sorianos de Lucio”. Le hago caso. Al maestro siempre hay que hacerle caso. Lo compruebo. El maestro lleva toda la razón del mundo; Susana, me dijo casi lo mismo, pero con las tortillas de patatas de La Encina. ¡Increíbles!

Salgo a la calle. Ahora, - 9º - para mí, sí hace frío.