9 de julio, martes. El día ha
amanecido plácido. Sopla un aire freso. Es levante. El cielo entoldado; al
mediodía, cuando se dispersen las nubes comenzará a apretar un poco el calor.
Viene del mar y cuando sopla en esa dirección trae en su interior la brisa
matinal. Parece que el terral está anunciado para esta tarde. Dicen que viene -al
menos lo anuncian y seguro que aciertan- con duración para unos días. Este aire
del noroeste encierra en los bolsillos temperaturas en torno a los 40º. La
gente le cambia de género y dicen que ya no hace calor sino que ha se ha
implantado “la calor…”
Llegan noticias sobre las elecciones francesas.
Coletazos de noches de fuego y desenfreno en las calles. Unos porque han ganado
y lo celebran; otros, porque la rabia les ha quitado la venganza casi de los
propios labios. Hay una parte de la sociedad que no entiende nada. Se pregunta
muchas cosas. No tiene respuestas para todas.
Hay preocupación por el momento y por lo que
puede venir de desencuentro entre las partes. Ya se conoce el dicho que
afirmaba que cuando Francia sufría un resfriado detrás venía el estornudo de
Europa.
Me ha llamado, temprano, mi amigo Rafael. Se
va, me dice, por unos días de viaje a Praga, Budapest y Viena. Yo recuerdo que
hace unos años, mis hijas me regalaron ese paquete de viaje. Casi hice un viaje
muy similar. Mi mujer ya lo conocía. Yo, no. Me anunciaba, con antelación,
parte de las bellezas con las que nos íbamos a ir encontrando. Me llamó la atención el poderío que debó tener
el Imperio Austrohúngaro; Esa gente tuvo un poder económico social y político
excepcional; de Praga el recuerdo de la “Primavera” y cómo había calado
un pasado que no olvidaban.
De Viena me quedo con su rosaleda. Fue una
gozada pasear entre un colorido exuberante con una belleza mimada. Tal fue mi
admiración que no me importaría, si pudiera, volver simplemente por deleitarme
con aquel colorido.
En Bratislava viví una anécdota simple y
explicativa. El autobús nos dejó cerca del Danubio. Nos indicó la guía que
merecía la pena acercarnos a contemplarlo. Obviamente casi todo el grupo se
llegó hasta la orilla. De pronto el nota de turno dejó su tarjeta de
visita.
- Tanto Danubio, tanto Danubio y no es pa
tanto… el Guadalquivir por Sanlúcar es
más río que éste…
Obviamente llevaba puesto el pelillo de la
dehesa del pueblo.
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