martes, 16 de julio de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Salve, reina de los mares



“A la Virgen, cirio y a la mar, maera” cantaba la copla. Se han llegado, hasta el rebalaje, la gente de la mar y la otra. La que va, por devoción, y la que va a veela venir. A todas las playas de Málaga traían a la Virgen del Carmen.

“Salve, reina de los mares”, cantaban –no sé si seguirán haciéndolo la gente de Marina- sobre la cubierta de los buques cuando un cornetín anunciaba que se arriaba el Pabellón, mientras el sol se iba por el horizonte, a veces, entre nubes; otras6+, con un cielo azul turquesa, y anunciaba el fin del día.

Carlos Cano, hablaba de otros hombres, pescadores, que se iban a la mar y que ni la Virgen del Carmen sabía de su vuelta. Son los hombres duros, de cara arrugada y alma curtida que saben de olas y arreboles que anuncian cambio de tiempo, de tempestad y mar brava, y que sacan, a manera de copo, lo que dan las profundidades.

Antiguamente, los niños de los pueblos, que vivíamos en tierra adentro, nos dábamos el segundo baño de época, en el río. El primero, por san Juan; el segundo, por la Virgen del Carmen y, luego los que Dios quisiera. “Niño que no te bañes haciendo la digestión”, “niño que no os deis ahogaíllas…” “Niños…” y, así venía la retahíla de recomendaciones que se nos daba al salir de casa.

Siempre costaba – cuando la tarde se iba- dejar las aguas, y a modo despedida, se ensartaba un rosario de expresiones: “la de san Juan, pa lante y pa tras”; “la de Cristo que me visto, la de…” No era bienvenida la hora de ahuecar el ala y poner fin al baño. Y, mucho menos, cuando, pasado el tiempo, los niños supimos que, entre los que nos bañábamos en el mismo río, la humanidad se dividía en dos partes.

Recuerdo en esta tarde tórrida, cuando ahora la gente se esté acercando a las orillas que hace un montón de años yo también me acerqué a es ese lugar donde dan en morir las olas. Íbamos Paco Rengel, Jose Mari Martín Urbano – ellos ya no están, pero verán la misma orilla desde de otro lugar – Rosi, Paqui y Maribel… La gente abarrotaba la playa. Paco había pronunciado el pregón unos días antes. José Mari ponía ese acento especial que sólo él sabía poner… Los demás gozábamos de la amistad; hoy, lo hacemos, además, desde el recuerdo.

 

 

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