A mi añorado
Alejo J. García Ortega (q.e.p.d) que me enseñó muchas cosas, entre otras, la
admiración por doña Concha.
Por la cercanía de la sierra, desde Almodóvar, se encajona el Guadalquivir; hondo y entre vegetación de ribera, cuando por Posadas sigue su curso. Grande y majestuoso...
Salva el puente según vienes desde La Carlota. Después de un repecho, porque te habrás venido con el coche, ¿o no?, aparca donde puedas y párate y vuelve la vista. En la otra orilla huertos frondosos, alineados y verdes a golpe de mano; más allá, campiñas ondulantes -mar de lomas- feraces... La vista anda y anda sin que nada la pare.
Échate a andar. Mientras tanto te digo que su término, como intuirás, está dividido por el río. Dos partes desiguales: sierra y vega. Antaño, de lo que tampoco hace tanto, fue navegable para embarcaciones pequeñas hasta Córdoba.
Las restantes vías de agua son de caudal escaso y sometidas a grandes estiajes.
El sistema viario -por tierra- que cruza el término tiene centro en el núcleo urbano. A saber: carretera de Córdoba a Palma; de Córdoba a Posadas; de Posadas a Villaviciosa; de Posadas a La Carlota -por la que vine- y de Posadas a Fuente Palmera. Además del ferrocarril. Los dos, el ancho europeo y el español.
En Peñaflor recuerda lo que cantaron y que convendrás que es una pena que algunas cosas del amor no sean verdaderas, ¿o sí lo son?
“Andaba por los cuarenta / la rosa de Peñaflor, Señora de escudo y renta hermosa y sin un amor. Y de pronto cambió de peinado y la vio todo el pueblo/ salir al zaguán / a decirle adioses / a un niño tostao...”
La historia de Cazalla de la Sierra se pierde en los tiempos. O al menos, eso dicen los libros. Por su término aparecieron sepulturas y dólmenes. Hachas, punzones y herramientas. Más o menos que el hombre anduvo por aquí cuando comenzó a ser eso que hemos dado en llamar “hombre”. Para comer, para defenderse, para atacar o atacarse. Los unos a los otros. Desde siempre.
Vete como hacia las afueras. Adéntrate en la vegetación. Es monte tupido y llégate hasta el Santuario de la Virgen el Monte. Te aguarda una sorpresa. Casi todos los santuarios coronan promontorios. Mira por dónde, éste, no. A éste se baja.
Es un primor blanco. Cobijado entre verdores y maleza de bosque mediterráneo. Dentro hueles a iglesia. La Virgen preside retablo barroco rematado con una pintura de la Anunciación.
La música de órgano pone paz. Cae la tarde. Junto a la imagen de San Juan de la Cruz, los versos universales del más grande poeta místico de la lengua castellana:
“Buscando
mis amores / yré por esos montes y riberas / ni cogeré las flores/ ni temeré
las fieras / y pasaré por fuertes y fronteras”.
El sol dorado baña el campo.
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