10 de julio, miércoles. El
terral es agobiante. La temperatura ha subido sin susto. El campo la siente.
Quema la tierra. Día claro, cielo limpio y ni una nube despistada en el
horizonte. Me ha llamado mi hermano. El artículo del otro día cundo denunciaba
la situación de todo lo revuelto que anda la cosa en algunos sectores de la
iglesia ha tenido aceptación.
Por la noche ha refrescado algo,
pero lo ha hecho muy tarde. Hay muchas horas de sol. Sigue el sol dorando las
cumbres de El Torcal. Amanecerá y aún no se habrán enfriado. Calor sobre más
calor. Está seco el arroyo. Ningún vericueto le aporta ni un triste hilo de
agua. Están secos los bordes del camino. En los alcauciles secos picotean y
buscan semillas los jilgueros madrugadores.
Dice el hombre del tiempo que
llueve en el norte. Pienso en la Asturias profunda. ¿Cómo estará el verde
Taramundi? ¿Tendrá yerba fresca las vacas en los prados por las laderas que
bajan de las cumbres?
El día soleado, de cielo
cristalino y si ninguna nube. El recuerdo me trasporta al desfiladero de los
Bellos, a una carretera que serpentea y baja hasta las orillas del pantano de
Riaño. No me había pasado nunca,pero de pronto se me han venido un puñado de
recuerdos. A orillas de la carretera, antes de comenzar a bajar el puerto, paré
en una venta. Pervive aquel olor a pan caliente y la chimenea apagada en el
fondo de un salón largo y desierto. En las paredes cabezas de animales de caza
disecadas…
Me estoy haciendo viejo. Cuando
sin que nadie los llame afloran los recuerdos es señal que el pasado está
demasiado cerca. La vida está llena de sorpresas que a uno le hace volver a
vivir momentos se gozo.
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