18 de julio, jueves. Málaga
tenía un abanico de cines con más o menos categoría. Los estudiantes de
entonces, teníamos un puñado de cines a donde acudir, pero no lo que no
teníamos era dinero ni para ir una vez al mes…
Aquellos cines de entonces
olían a cuero sudado y sucio - algunos, tenían menos años y algo más de
categoría. También eran los lugares donde venían las películas de estreno. De
todos aquellos solo han sobrevivido dos, convertidos en teatros. El Alameda y el
Echegaray.
Cada barrio tenía uno o dos
cines que en cierto modo los identificaban: el Lope de Vega en Pedregalejo, el
Royal, el Capitol, Avenida y el Cairy en el eje de calle Mármoles; el Andalucía
y el Excelsior en la Victoria; luego vino el Astoria en la Merced como un
último grito que competía con el Albéniz – allí vi Molocakay, sobre la vida del
Padre Damián el apóstol de los leprosos en el Pacífico, El Día más largo sobre
del Desembarco de Normandía y creo recordar que Ben-Hur.
El Duque, en el Molinillo y el
Plus Ultra, en el llano de Doña Trinidad. Allí no se podía entrar. La cochambre
sobresalía por las butacas. Tampoco era fácil la entrada, pero por otra causa
en el Málaga Cinema. Era un cine de señorío, con portero uniformado de
almirante, chistera y guantes en la puerta…
Salvorito, estaba de guarda de
noche en una obra. Aquel día el encargado dio trabajo por cuenta la personal
por lo que el guarda que estaba a su hora se encontró con un tiempo de asueto.
Tenía un par de horas libres. Se fue al Málaga Cinema. Saca la entrada y al
entregarla al portero, salta la sorpresa:
- Amigo, aquí no se puede
entrar con alpargatas.
- ¿Tanto barro hay ahí
dentro?
El cine era una manera de
llenar la tarde del domingo. Solía haber dos funciones: tarde y noche; lo que
faltaba era lo otro y entonces ahí estaba el parque y Puerta Oscura y el Morro que cuando soplaba el levante no paraba ni el
mismísimo Dios.
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