15 de julio, lunes. El río por los
Aneales antes de enfrentarse a la nerisca de Lería viene con el agua muy
parada. Las orillas están pobladas de cañaverales, aneas y tarajes que hace años
que no se cortan. De una de sus orillas ha salido, camuflada, mimetizada con la
maleza una pata. Le sigue una cohorte de minúsculos patitos. Van uno tras otro.
Han nacido ahí. Aguas arriba o aguas abajo. Están en lo suyo.
En una rama semiseca de un eucalipto, en el
mismo borde de rio hay parado un cormorán. Tiene un plumaje negro, brilloso; el
pico amarrillento y largo. Estos pájaros ya tienen el río por suyo. De vez en
cuando aparecen río arriba. Echan un descaso y, cuando lo tienen a bien, se
zambullen en el agua sucia que parece estacada.
El día va lento. Triste. Sé que mucha gente se
ha ido a las playas. Llego a casa. Las imágenes de la televisión muestran las
orillas del mar azul (contrasta con la turbiedad del agua del río - abarrotadas.
Un grupo de chicas juegan a algo que se parece al voleibol. Golpean con una
raqueta un artilugio que simula – por su redondez – una pelota que va y viene a
uno y otro lado de la red.
El terral ha aparecido al mediodía. Ha subido
con rapidez la temperatura. Recuerdo aquello que contaba el maestro Matías
Prats Cañete. Los tendidos de la Real Maestranza de Caballería – a orillas de
otro río, el Guadalquivr – desiertos. La poca gente se agolpaba en las sombras.
De pronto, en el hastío de la tarde sobresale una voz:
- “¡Hay que ver el calor que estarán
pasando ahí enfrente con lo que sale de aquí!
Los días como hoy uno siente un deseo enorme
de que pasen las horas lo más pronto posible. No pasan. El reloj, lánguido; la
siesta interminable. No anda. Tiene abiertos el jazmín algunos de los que
anoche abrieron más tarde. Ha dejado de cantar la tórtola que emitía arrullos
en la otra orilla de río. No puedo abrir las ventanas estos días de terral que
toman posesión de lo suyo. Se aconseja penumbra y todo cerrado.
Oigo el sonido de esos pequeños tornados de
calor que el viento arrastra por el camino. ¿Dónde habrán dormido la siesta los
perros? Pienso en la pata y la fila de patitos, uno tras otros, a la sombra de
los tarajes, de los juncos, de las aneas. Quizá sean los únicos que se atreven
a salir en el infierno de la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario