lunes, 15 de julio de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitacora. El río

 

 

 

                                     


15 de julio, lunes. El río por los Aneales antes de enfrentarse a la nerisca de Lería viene con el agua muy parada. Las orillas están pobladas de cañaverales, aneas y tarajes que hace años que no se cortan. De una de sus orillas ha salido, camuflada, mimetizada con la maleza una pata. Le sigue una cohorte de minúsculos patitos. Van uno tras otro. Han nacido ahí. Aguas arriba o aguas abajo. Están en lo suyo.

En una rama semiseca de un eucalipto, en el mismo borde de rio hay parado un cormorán. Tiene un plumaje negro, brilloso; el pico amarrillento y largo. Estos pájaros ya tienen el río por suyo. De vez en cuando aparecen río arriba. Echan un descaso y, cuando lo tienen a bien, se zambullen en el agua sucia que parece estacada.

El día va lento. Triste. Sé que mucha gente se ha ido a las playas. Llego a casa. Las imágenes de la televisión muestran las orillas del mar azul (contrasta con la turbiedad del agua del río - abarrotadas. Un grupo de chicas juegan a algo que se parece al voleibol. Golpean con una raqueta un artilugio que simula – por su redondez – una pelota que va y viene a uno y otro lado de la red.

El terral ha aparecido al mediodía. Ha subido con rapidez la temperatura. Recuerdo aquello que contaba el maestro Matías Prats Cañete. Los tendidos de la Real Maestranza de Caballería – a orillas de otro río, el Guadalquivr – desiertos. La poca gente se agolpaba en las sombras. De pronto, en el hastío de la tarde sobresale una voz:

- “¡Hay que ver el calor que estarán pasando ahí enfrente con lo que sale de aquí!

Los días como hoy uno siente un deseo enorme de que pasen las horas lo más pronto posible. No pasan. El reloj, lánguido; la siesta interminable. No anda. Tiene abiertos el jazmín algunos de los que anoche abrieron más tarde. Ha dejado de cantar la tórtola que emitía arrullos en la otra orilla de río. No puedo abrir las ventanas estos días de terral que toman posesión de lo suyo. Se aconseja penumbra y todo cerrado.

Oigo el sonido de esos pequeños tornados de calor que el viento arrastra por el camino. ¿Dónde habrán dormido la siesta los perros? Pienso en la pata y la fila de patitos, uno tras otros, a la sombra de los tarajes, de los juncos, de las aneas. Quizá sean los únicos que se atreven a salir en el infierno de la tarde.

 

 

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