23 de julio, martes. Entre La
Mata y Cantavieja vas por terreno abrupto. Es verano y aprieta el calor. Subimos los
treinta grados con creces. Todo es tosquedad y monte, todo es paisaje donde, a
voces, se pregona que allí la vida es dura. Nadie regala nada. Entre el ir y
venir de los tiempos se forjó una gente hecha de otra pasta. Donde también, si
quieres, puedes escuchar el silencio (y en invierno mucho frío, en otoño los
chopos se visten de oro viejo).
Desde la lejanía, Cantavieja – la
capital del Alto Maestrazgo – dice la guía que lleva al viajero parece un nido
de águilas. Lo es. Por inexpugnable, por
altitud, supera los mil metros con creces, y porque la gente está acostumbrada a luchar
contra el espacio y contra el tiempo, el meteorológico, y el otro, ese que dan
en llamar vida.
Entra.
No te pares junto a la muralla.
Eso luego, para ver y mirar y contemplar cómo entre los cerros se queda a
esperar no se sabe qué el viento.
En Cantavieja, como en otros
pueblos del Maestrazgo hay, en cada esquina, un canto al pasado que fue y ya no
es. Es soberbia su plaza mayor. Arcadas de diferentes estilos, un ayuntamiento que gobierna a poco
más de medio millar de habitantes. Su iglesia, de la Asunción, soberbia. Dicen
que cuando el arquitecto que la terminó vio concluida su obra expresó, algo
así “como ésta en Roma no hay” y el
hombre se quedó tan pancho. Y es que como la satisfacción de la obra a gusto como
uno mismo no hay nada.
Del pasado histórico… Bueno, lo
que quieras y más. Que si prehistóricos, que si cartagineses – afirman que Amílcar
Barca fue su fundador, en otro lugar he leído que Aníbal, tampoco es cuestión
de andarse a greñas con los datos – que si romanos (estos no faltan en ningún pueblo
que se precie), que si musulmanes… Conquista, Reino de Aragón por medio, Carta Puebla,
Templarios, Orden de San Juan y, sobre todo carlistas. Las guerras carlistas
por estas tierras y el general Cabrera, el “tigre” vengativo y sanguinario, ni te cuento.
Pasea. Si encuentras a alguien
habla con la gente. A lo mejor tras una ventana cerrada ves cómo un grupo de
mujeres mayores echan el paso de la tarde bordando tras los cristales…
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¿Para La Iglesuela? – pregunté – porque había que
enhebrar con alguien…
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“Siga la carretera”…
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