jueves, 21 de abril de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Vera Cruz



21 de abril, jueves. He ido a la iglesia de la Vera Cruz. He ido a la misa de difuntos por un amigo que se nos fue hace poco más de un mes… Esos funerales siempre son muy tristes porque no importa la edad del finado – hay cosas que vienen mal siempre, y esa es una de ellas – y se acude con el recuerdo de la mano.

Es un templo pequeño, remodelado, casi en el centro del pueblo que facilita que uno se acerque y evita el desplazamiento hasta la parroquia de la Encarnación, soberbia, impresionante…Emblema de un pueblo con un pasado esplendoroso.

Don Francisco Bermúdez, en una ocasión nos dijo a su hijo Ricardo y a mí, - entonces muchachos – “cuando vayáis a un pueblo, fijaos si tiene muchas iglesias, conventos y ermitas… porque los curas y los frailes acuden al dinero como las moscas a la miel”.

Una leyenda urbana – imposible de desterrar, por supuesto – dice que la iglesia de la Vera Cruz se levantó con el dinero recaudado por la venta de los moriscos sublevados en la Rebelión de las Alpujarras acaecida entre 1568 y 1571, durante el reinado de Felipe II. La construcción de la iglesia se había comenzado en 1550, o sea dieciocho antes del inicio de la guerra…

La iglesia ha experimentado diferentes reformas. En tiempos del párroco Antonio Pérez y Pérez, se llevaron a cabo dos. La primera, en 1888. Los gastos, 945 pesetas y 73 céntimos. Contribuyeron el Obispo Spínola, -luego Cardenal, en Sevilla -; el párroco, de su bolsillo; los vecinos y la fábrica de la parroquia. La segunda, en agosto de 1898. El Estado aportó 5.452 pesetas, 31 céntimos. Los fieles 612 con 29 céntimos. En 1913 se restauró a expensas de una colecta promovida por don Manuel Domínguez Naranjo. La última, a finales del siglo XX y supuso una transformación total de su interior. Se modificó el altar mayor, sustituyéndolo por otro, se derrumbaron las columnas, se incorporó lo que hasta entonces había sido sacristía, y se planificó una sola nave diáfana. Con esta reforma ha ganado en espacio y ha perdido en originalidad. Ninguna ha acabado con la asimetría de su fachada.

La abuela de mi amigo Pillo Lobato, fue la ermitaña – hasta entonces se conocía como ermita – que la custodió hasta su muerte. Se enclava en la calle a la que da nombre. Por su lateral derecho, corre la calle Erillas; por la izquierda, el Camino Nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario