21 de
abril, jueves. He ido a la iglesia de la Vera Cruz. He ido a
la misa de difuntos por un amigo que se nos fue hace poco más de un mes… Esos
funerales siempre son muy tristes porque no importa la edad del finado – hay
cosas que vienen mal siempre, y esa es una de ellas – y se acude con el
recuerdo de la mano.
Es un templo pequeño,
remodelado, casi en el centro del pueblo que facilita que uno se acerque y
evita el desplazamiento hasta la parroquia de la Encarnación, soberbia,
impresionante…Emblema de un pueblo con un pasado esplendoroso.
Don Francisco Bermúdez, en una
ocasión nos dijo a su hijo Ricardo y a mí, - entonces muchachos – “cuando
vayáis a un pueblo, fijaos si tiene muchas iglesias, conventos y ermitas…
porque los curas y los frailes acuden al dinero como las moscas a la miel”.
Una leyenda urbana – imposible
de desterrar, por supuesto – dice que la iglesia de la Vera Cruz se levantó con
el dinero recaudado por la venta de los moriscos sublevados en la Rebelión de
las Alpujarras acaecida entre 1568 y 1571, durante el reinado de Felipe II. La
construcción de la iglesia se había comenzado en 1550, o sea dieciocho antes
del inicio de la guerra…
La iglesia ha experimentado
diferentes reformas. En tiempos del párroco Antonio Pérez y Pérez, se llevaron a cabo dos. La
primera, en 1888. Los gastos, 945 pesetas y 73 céntimos. Contribuyeron el
Obispo Spínola, -luego Cardenal, en Sevilla -; el párroco, de su bolsillo; los
vecinos y la fábrica de la parroquia. La segunda, en agosto de 1898. El Estado
aportó 5.452 pesetas, 31 céntimos. Los fieles 612 con 29 céntimos. En 1913 se
restauró a expensas de una colecta promovida por don Manuel Domínguez Naranjo.
La última, a finales del siglo XX y supuso una transformación total de su
interior. Se modificó el altar mayor, sustituyéndolo por otro, se derrumbaron
las columnas, se incorporó lo que hasta entonces había sido sacristía, y se
planificó una sola nave diáfana. Con esta reforma ha ganado en espacio y ha
perdido en originalidad. Ninguna ha acabado con la asimetría de su
fachada.
La abuela de mi amigo Pillo Lobato, fue la ermitaña – hasta entonces se
conocía como ermita – que la custodió hasta su muerte. Se enclava en la calle a
la que da nombre. Por su lateral derecho, corre la calle Erillas; por la
izquierda, el Camino Nuevo.
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