10 de abril. Domingo de Ramos. Me he echado a la calle. No voy
a ninguna parte. Deambulo. Estoy un rato de un lugar a otro. Voy entre la
gente, perdido, como quien va contra corriente de un río que va a un mar al que
yo no voy. Busco la orilla que no sé dónde está. Sé que está en algún sitio,
pero…
Sabes, Señor, que estos días la
Liturgia nos presenta el momento de recordar aquellos días en que te dejaron
solo los tuyos, les diste un par de mensajes a los que, con una u otra excusa,
como que no le hacemos mucho caso, que te hicieron perrerías, te crucificaron y
que después resucitaste.
Sabes, Señor, que estamos
desorientados. Somos como niños perdidos en un bosque de gente, de problemas a
los que no encontramos la solución. ¡Son tantos! Y no siempre acertamos a mirar hacia ese
lugar donde quizá habría que mirar más fijamente, con esa mirada que escudriña
porque sabe que va a encontrar la respuesta.
Señor, se ha tirado la gente al
bullicio. Los del interior se vienen al mar; los de las costas, a las montañas.
Las carreteras se han colapsado de vehículos; no tienen billetes disponibles
los trenes; los aeropuertos baten sus propios records de vuelos cargados con
viajeros que llegan a buscar… Bueno, cuando escuchas lo que dicen que buscan,
te quedas como desconcertado. Al menos, a mí me pasa con demasiada frecuencia…
Hay una música diferente estos
días en algunos lugares. Es, en ocasiones, una música atronadora. No es la
música que deja dulzura, paz, sosiego y quietud por dentro. No, Señor, sabes
que no. Es una música para que se ponga
en marcha el cortejo. La obedecen. Marca los movimientos. Dicen que es la música
apropiada. Ya ves, una vez más me quedo solo en mi desconcierto. Yo también, a
pesar de saberlo, en ocasiones la sigo por un rato, por un tiempo...
Hay luz en la calle, en el
campo, en el mar azul que sea echado el manto de color turquesa y se difumina
entre la bruma en el horizonte. Aguardan
sensaciones, recuerdos, quizá la Fe en el revolver de na esquina.
Estoy en la oscuridad… Una
fotografía en la penumbra de un templo. Han abierto, de par en par, las
puertas. Hay humo de incienso. Hay gente agolpada, y entre las nieblas aparece
la cruz – la tuya, la nuestra - y en ella, clavado, estás Tú…
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