19 de abril, martes. Si vas a Teba (“De Teba, ni agua bebas”), de la mano del refranero, ni entras. El refranero es cruel con todo, menos con lo propio. Aquí, la gente como en todos sitios.
Teba otea horizontes y cielos que, aunque lo parezca, no es lo mismo. Sobre la vertical de su eje, pájaros metálicos movidos por queroseno, enfilan el aeropuerto de Málaga. Traen gentes de todos sitios. Están, ven, gastan, se tuestan al sol de la costa, compran y luego – hay quien también se queda – se van.
Si vienes como desde Campillos,
párate en el arroyo de
Teba está a dos
vertientes. La sierra que has dejado
tras de ti es la de Peñarrubia. (Al pueblo lo engulló un pantano). Desde lejos,
el castillo de
Teba tiene historia vieja. Por aquí anduvo el hombre desde muy antiguo. Lo dicen los restos encontrados en el Pilarejo y en la Cueva de las Palomas.
Los romanos le dieron mayor entidad. Los musulmanes, un empuje grande. Vamos que casi las ruinas que ves ahora, son los restos de lo que edificaron. La población, sin embargo, “se movió un poco”, dicen los papeles, hacia el emplazamiento que tiene hoy. Alfonso XI puso en ella la frontera.
Lo más curioso viene ahora. Black Douglas, con el ejército escocés, iba de camino a las Cruzadas. Llevaba consigo el corazón del rey de Escocia Robert de Bruce (¡qué gustos tenía la gente! ¿verdad? Supo de lo que pasaba por los contornos de Teba y, se alió con los cristianos que asaltaban el castillo. Murió en el empeño ¡Y es que hay caprichos que matan! Una placa recuerda el hecho. (Con el corazón no sé qué pasó).
La parroquia de Santa Cruz, del
XVIII. Me llamaron la atención las columnas de mármol rojo que trajeron de El
Torcal de Antequera. Vete luego, como para el llano. Cruza la
vía del tren. Va para Algeciras. Tú, sigue camino…
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