Deambulaba desde hacía un tiempo
por los despachos de la Chancillería, donde se despachaban los asuntos
administrativos surgidos de los pleitos generados al sur del río Tajo. Él, que
lo había sido todo como contador de Puerto Carrero… Él, judío converso y
experto en finanzas y dineros, él, que siempre había velado por las riquezas
del señor de Palma; ahora litigaba por algo suyo.
Don Luis de Puerto Carrero, señor
de Palma y capitán y Justicia mayor de
la villa de Alora y alcaide de su castillo, como hombre inteligente, se rodeó
de otros inteligentes, en este caso judíos, que eran conocedores en manejar riquezas.
Como hombre de armas, escogió a un cristiano viejo, Diego de Vera…
Alonso de Caçalla, ahora se veía en una situación ‘especial’
porque para él no era de recibo quedarse a vivir en sus nuevas propiedades en
Álora, sino que seguiría a su señor…
Pero se había pasado de listo y
no residió en la tierras como era preceptivo. La Ley lo decía claro: “Para que
las dichas casas e viñas e huertas e otros heredamientos (…) se den a los
vecinos e moradores que a la dicha villa se vinieren a vivir e morar”.
El Libro habla de lo que recibe: una
casa lindera con la Iglesia, que se construye en lo que fue mezquita principal, con el adarve y con otra casa de Fernando de Aguilar. Por la
descripción del lugar, de lo mejor.
En El Chopo, buena tierra de ‘pan
sembrar’, de excelente solería de campiña donde el cereal viene a muchas
semillas. De entre todas a repartir, de las buenas. Dice el Libro, que está
junto al camino real que va a Antequera
y es lindera con tierras de otros que entran en el repartimiento.
No sabemos hoy donde estaba la
isla de la Albarrada, pero sí dicen allí, quienes eran los vecinos en aquel
entonces, y que hoy aquí ya están en el olvido. Eran hazas también de secanos
donde la siembra garantizaba la comida segura.
Él, de tanto poderío, aunque aún no sabía que un descendiente suyo,
Agustín de Cazalla, sería quemado vivo por ‘luterano’ en Valladolid, 1559 según
recogerá Delibes muchos años después, en su obra El Hereje, él, ahora deambula
por las estancias donde se toman decisiones. No consigue nada. El final del
manuscrito es esclarecedor: “Queda suspenso la casa y otras heredades del dicho Alonso de Caçalla
porque no ha traído mujer nin residido”.
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