“Si tienes un jardín y una
biblioteca, tienes todo lo que necesitas”. Se le atribuye a Cicerón (Acabo de
leer De Senectute Política. Carta sin respuesta a Cicerón de Pedro Olla).
No sé si la cita es cierta. Está llena de contenido. Sacarle o no jugo, es otro
cantar.
Hace unos años cuando eso de
tener una librería (o sea, un mueble con anaqueles lleno de libros) era una
nota en algunas casas donde la cultura era de esas de medio pelo. Lo digo
porque en más de una, estaban los libros
envueltos aún con el papel de celofán. Otras veces, los he visto con el lomo
invertido. Yo pasaba angustias y me preguntaba ¿se marearán las letras?
También tenían semicorcheas de
otro pentagrama aquellos que vendían el mueble con libros ¡de madera!
Presentaban una excelente muestra de titulares que daba el pego, a quien se lo
diese, naturalmente, y dejaba en evidencia, además del analfabetismo de los
dueños de la casa, su escasa moral al intentar engañar al posible incauto.
Están los jardines, en estas
fechas, pasando su invierno. Las podas necesarias para su renovación, en
esencia, su vida, la ausencia de floración en las vivaces, los fríos de las
madrugadas, los aguaceros que se presentan, los aires del norte… Los jardines
aguardan que llegue la primavera para mostrar todo su esplendor.
Hay un sentir general donde
parece que la gente le ha vuelto la espalda al libro y opta por leer menos. Ya
se sabe que la lectura lo primero que requiere es que uno sienta la necesidad
de abrir el libro y navegar por su contenido. Se opta por lo más fácil. Se van
por la vía de lo visual en la televisión sin entregarse a la lectura.
Hay libros que a uno lo marcan
desde la niñez; luego, en la juventud, el consejo del amigo pone muchas cosas
en su sitio, y en la madurez, hace las
singladura que estima oportunas. A veces vienen obras, que de una manera u
otra, se presentan y… Yo he tenido la suerte que por mi casa haya aterrizado –
los Reyes Magos, lo saben todo – la Obra Completa de Chaves Nogales, (de quien
ya conocía algunas cosas), Libros del
Asteroide, Edición de Ignacio F. Garmendia…
Tengo un jardín que aguarda la
llegada de la primavera y… una biblioteca. ¡Dios mío, qué afortunado!
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