Todo comenzó hace mucho tiempo,
tanto, tanto que hasta se ha perdido la cuenta. Dicen – el maestro Alcántara
contaba que Noé se asomó y dijo aquello de “parece que el tiempo no está de
agua”, y menos mal, porque se abrieron las cataratas del cielo y estuvo
cuarenta días y cuarenta noches jarreando…
Cuando cesó (lo llamaron Diluvio
Universal) el Arca en la que habían pasado el temporal Noé, su gente, y un
montón de bichos se paró en lo alto de un monte y vino lo del cuervo y lo de la paloma, y lo de la otra paloma, que
volvió con un ramito de olivo…
Y Noé, que era un hombre bueno, y
que hablaba con Dios de tú, cuando se vio libre de la encomienda, le pegó un
par de tientos al fruto de la vid destilado, a eso que llaman vino, y luego
otro, y otro y… agarró una cogorza, ¡Madre, que cogorza! Sus hijos no se
portaron bien con él porque el poco vino da sensatez pero el mucho… Dios los
castigó. Sus hijos se llamaban Sem, Cam y Jafet.
Pasaron un montón de años. Había
una boda en Caná de Galilea. Dicen, los que lo conocen, que no es muy grande el
pueblo, y en tiempos de Jesús, que era de Nazaret – aunque había nacido en
Belén, vamos que ya hacía bueno el refrán, “no de donde naces sino de donde
paces” – estaba por allí, invitado. Se acabó el vino y María su madre, (las
madres están en todo), cuando vio el problema, les dijo a los criados aquello
de llenar las tinajas de aguas y…. Pero, hombre, le espetó el listo de turno,
al novio, ¿cómo se te ocurre sacar el buen vino al final?
Era ya el tardecer los reunió en
el Cenáculo, en Jerusalén, vísperas de
la Pascua y de todo lo gordo que se venía encima. Comieron… Y sin venir a
cuento fue y les largó:
-
Uno de vosotros, me va a entregar.
Cundió, la alarma:
-
¿Soy yo, Maestro?
Aquel, que moje el pan conmigo… Y
le pasó el pan y mojó, y se largó, y se fue a hacer lo tenía que hacer…
Y luego, ya solos, les dio pan y
vino y habló de su cuerpo y de su sangre y le encargó:
-
Haced esto en conmemoración mía…
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