El autobús partió de Praga
temprano, después del desayuno. Se alejaba de la ciudad. Pronto, salió a campo abierto. Cruzaba la
llanura. “Que las olas me traigan y las olas me lleven, / y que jamás me obliguen el camino a
elegir…” Hago mío los versos de Manuel
Machado en Adelfos. Los interiorizo. Me encuentro a gusto con el
mensaje. Campos verdes de cereales, plantaciones de lúpulos y llanuras donde se
pierde la vista. Es la tierra de Bohemia, el paso natural desde Europa
Occidental a la Europa Oriental.
A media mañana, llegamos a
Karlovy Vary. La ciudad está en el fondo de un valle frondoso. Es la ciudad
balneario más importante de la República Checa. Su fundación se remonta al
siglo XIV, cuando en 1350 el rey Carlos IV descubrió sus aguas termales. Curiosamente,
los reyes en sus cacerías encuentran fuentes en los bosques …
Un arbolado tupido la rodea. Por
su centro corre el río Teplá. En checo significa ‘caliente’ por la temperatura
de sus aguas, antes de su confluencia con el Eger. En Alemania, el Eger tributa
al Elba. La ciudad, debe el nombre a su fundador. Karlovy, genitivo de Karl, y
vary, ‘baño termal’.
Paseo por la orilla del Teplá.
Edificios suntuosos. Todo es hedonismo, buen gusto, ostentación. Tiene un
cierto aire de un pasado esplendoroso. Ha estado en manos del Imperio
Austro-húngaro, Alemania, Checoslovaquia y ahora Chequia. Su paisaje, la
calidad de sus aguas – ciento trece fuentes - ha permitido su desarrollo como uno de los
puntos turísticos más atractivos de los Sudetes.
Lujo, el placer de pasear por sus
zonas ajardinadas, belleza. Subo bordeando el río. Las tiendas para turistas,
ofrecen cristal de Bohemia, cerámica, un licor de yerbas…
El Gran Hotel Pupp, fue fundado en
1701 por un confitero, Johann Georg Pupp. (Hay que degustar las obleas). Caigo,
sin saber cómo, por su puerta. Entro. Las olas del destino... Conserva algo – o
así me lo parece – de la gente que allí se albergó: Goethe,
Beethoven, Mozart, Karl Marx, Mark Twain, Antón Dvorak, Bach, o Wagner…
Sentado ante los ventanales – al otro lado del
jardín - en su salón, a esas horas en que comienza a declinar la tarde, con un
café delante, es el sitio ideal para escuchar la música de Malher, aunque ¡mira
por dónde! él nunca estuvo alojado en estas estancias…
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