¿Te acuerdas? Aquella tarde,
Venecia estaba vestida de gris. Una lluvia fina caía suave, mansamente sobre la
ciudad. Todo era de un encanto único porque algunas ciudades, y Venecia más,
cuando se acurrucan bajo la lluvia tienen una cara que no ofrecen en otros
momentos.
Entramos en una tienda, no para
comprar nada, que no íbamos a comprar sino simplemente por resguardarnos un
poco de la lluvia. Preguntamos por unos objetos de cristal de Murano. Aquello
tenía precios para turistas. Los de la tienda que están acostumbrados a ese
tipo de clientes, la verdad, tampoco nos prestaron mucha atención. Vamos, no
nos hicieron caso.
La Plaza estaba imponente. La
monumentalidad se da la mano y la fachada de la catedral se encuadra en un
marco excepcional, de esos que uno recuerda ya toda su vida porque no lo va ver
en ningún otro sitio salvo allí. Me acuerdo del Papa Sarto y del Papa Roncalli.
Pasado el tiempo, uno se conoció como Pio X, el otro, como Juan XXIII. Los dos,
Patriarcas de Venecia. La iglesia, hoy, los venera en los altares…
También pasó por aquí Albino
Luciani, Juan Pablo I. Tan breve en el pontificado que todo está envuelto en un
misterio de dudas y sin que haya mucho interés por esclarecer lo que pudo
ocurrir aquella noche de agosto aunque el temor apunta a muchas elucubraciones.
Deambulamos por calles estrechas,
lóbregas. Calles tortuosas, con esquinas en ángulos, con edificios de piedras
húmedas, decadentes… Junto al Puente de Rialto tomamos un espresso. Pequeños
puentes con barandillas de mármol sucio y viejo, con escalones de subida y de
bajada, nos ayudaban a salvar los canales.
De vez en cuando, un olor desagradable venía
desde los canales y a veces, veíamos alguna góndola – alfombrada de paño azul y
caballitos dorados en la proa- que transitaba despacio, sin prisa, acompasada, tampoco
estaba la tarde para paseos románticos por la ciudad que se sobrepuso a las
aguas.
Venecia es una ciudad que no se
puede describir. Por Venecia han pasado las mejores plumas - Mann, Rilke,
Joyce, Lampedusa… – y han hablado de ella. Cada viajero dejó anidar dentro de
sí sus sentimientos. Por el Gran Canal transitaba majestuoso un crucero. ¿Te
acuerdas? El vaporetto cortaba las olas que entraban del Adriático; nos
devolvía al Lido…
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