Dijo el maestro Alcántara que no
era lo mismo ver la nevada desde un camino vecinal que desde el alféizar de la
ventana. Las televisiones. Las televisiones nos han transmitido el reciente
temporal, en directo, desde las ventanas con más imágenes de Madrid, es verdad,
que de los caminos vecinales…
Los niños que vivíamos en los
pueblos del sur donde no nevaba nunca, cuando llegaba Navidad, hacíamos una
nieve artificial para esparcirla en los Nacimientos. Eran montañas de sacos de
yute sobre cajas de cartón y bajo un cielo de papel azul con estrellas de papel
de plata. La nieve se formaba con girones de algodón, tiza molida, harina… o
cualquier cosa que sembraba el suelo de blanco.
Luego, cuando fuimos jóvenes, de la
nieve sabíamos por un muchacho belga, de origen italiano – su padre era
emigrante – con voz de canario aflautado. Los guateques de las tardes de
domingo con discos de vinilo y un pik-up pagado a plazos eran el lugar donde el
muchacho, que se llamaba – y se llama
Adamo –, nos acaramelaba la tarde con: “Cae la nieve”.
De adultos, conocimos otra nieve.
La magia del cine había creado llanuras nevadas – Varykino, en realidad, no era
Rusia, sino las tierras de Soria – un
hombre muy guapo para las mujeres, y una mujer muy guapa para los hombre, casi alcanzaban la felicidad que siempre se
escapaba por una u otra causa. Zhivago siempre perdía a Lara… Y Lara perdía a
Zhivago que viajaba en un tranvía y ella caminaba por una calle anónima de
Moscú…
Estos días las imágenes han sido
de una belleza inusitada. Ciudades blancas, espacios infinitos donde no se veía
el fin. La realidad del hielo que ha venido después ha sido algo muy distinto.
Ciudades colapsadas, gente
atrapadas sin capacidad de movimiento, lagos y ríos congelados, comunicaciones
cortadas en aeropuertos y en las vías
del tren, coches abandonados en las cunetas, y algo que es peor, infinitamente,
peor, vidas arrancadas de cuajo y ya hablan de varios personas encontradas sin
vida bajo una tumba impoluta de nieve.
No es lo mismo, no. Llevaba razón
el maestro aunque aquí no hayamos tenido que irnos a los caminos vecinales. Los
alféizares de las ventanas han sido observatorios de privilegio para contemplar
algo tan insólito como una nevada, de las más grandes, que se recuerdan en muchos
años…
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