lunes, 30 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

Para ti...


 

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Trinidad

 

 

                                        


 

Tiene luz propia. El barrio de la Trinidad nació en torno al convento  levantado en el solar que ocupó el campamente de la Reina Isabel la Católica, en el XV, cuando lo del cerco a la ciudad de Málaga. Eran los finales de la guerra contra el reino nazarí de Granada.

La reina cedió aquel terreno a los frailes  trinitarios y desde allí, creció el barrio. Tuvo muy bien marcados algunos de sus límites. Otros no quedaron tan claros. Por el este, el río Guadalmedina, su freno natural. Varios puentes a lo largo de los siglos, lo salvaban en tiempos de crecidas que duraban poco, pero que eran tremendas. Actualmente, solo el Puente de Armiñan y el de la Aurora.

Por el norte, el descampado de Martiricos y arroyo de los Ángeles. Recibió el nombre del primitivo convento franciscano; por el oeste, lo que hoy conocemos con nombres de calles:  Blas de Lezo y Eugenio Gross, que arranca en el Camino de Antequera.

No está tan claro donde termina el barrio antes de su entronque con el Perchel, ( los percheles de Málaga los llamó Cervantes), que llegaba hasta el mar. Algunos autores, toman a calle Mármoles como eje divisorio, si bien dentro del propio Perchel, - se accede por don Álvaro de Bazán - existe el  “Llano de la Trinidad”. No queda tampoco definido si la ermita de Zamarrilla es perchelera o trinitaria.

Del convento, desamortizado en 1835, después cuartel, y luego edifico en ruinas que no terminan de recuperar,  partía una calle larga, larga, calle de la Trinidad, que llegaba a ‘la puente’  - luego, de la Aurora, por el rosario que le dio nombre -. Permitía el paso desde el arrabal, en el otro lado de río, a la ciudad.

En la iglesia de San Pablo, se venera a Jesús Cautivo, “el de la túnica blanca”,  a la Virgen de la Salud o el Santo Traslado, pero esa es otra historia, como lo es Zamarrilla, o la iglesia modernista de Fátima.

Barrio de gente humilde, de vida muy dura, donde faltaba de casi todo. Perdidos los insalubres ‘corralones’ y las ‘casas matas’, sufre una metamorfosis enorme.  Allí nació, en calle Mármoles, un cante con sello propio: la Jabera: “Barrio de la Triniá / cuantos paseos me debes / cuantas veces me han tapao / las sombras de tus paeres”.


domingo, 29 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día.

 Para ti...




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cuevas del Becerro


                              


Cuevas del Becerro, “la Cueva” para los del terreno, está en la margen izquierda, conforme se va para Ronda desde el eje del Guadalhorce, y casi en la desviación de la carretera que lleva a Alcalá del Valle – que en un tiempo se llamó Alcalá de Setenil, de Ronda o de la Vega, – Antes deja a un lado la desviación hacia Serrato y El Burgo.

Porque nos acercamos a la Serranía, es probable que según época, te encuentres con una granizada (¿te acuerdas hermano, aquella que nos sorprendió una noche que veníamos de Benaojan?) o que te llueva (¡cómo jarreaba, de madrugada, cuando regresábamos de Arriate después del pregón de Salvador Pendón, por cierto, original, riguroso, actual…! Los que no fueron, se lo perdieron, pero esos son otros lópeces),  o sea la misma nieve que cubre el camino y lo viste todo de una capa blanca. 

Estás a las puertas de Ronda. El paisaje diferente. Es paso entre las tierras de la Serranía y el llano. Vas a ir rodeado de cumbres. Quédate con los nombres: Cerro del Castillón, Cerro de la Palomas o Fuente  del Zorro… Mil metros, metro arriba o abajo,  de altitud y piedra caliza.

De aquí baja el río de las Cuevas y muchos arroyos. Forman la cabecera del Guadalteba. Otras aguas, por la caliza y las filtraciones, van profunda, forman bolsas.

Yo hoy, iba a escribir de un barrio señero, la Trinidad, pero la actualidad manda. Ha dicho el telediario, que la autoridad sanitaria citó el pasado viernes a 389 vecinos para hacer la prueba del bicho. Se presentaron 286 y dieron positivo 130. Algo así como superando el setenta por ciento de la población. Dice también el telediario, que van a estrenar uno de esos vehículos modernos y mañana lunes, será obligatorio para todos los vecinos someterse a la prueba. Según su alcaldesa, la situación es inexplicable porque todos han cumplido pero… y, que tendrá como bueno, que serán los primeros en estar libres de todo el tinglado. ¡Dios la oiga!

Santa Marta, dice la copla, tiene tren pero no tiene tranvía, la Cueva, ni tren ni tranvía. Parece que lo que hay por allí es un virus suelto que acongoja. Esperemos que se hagan la cosas bien y no pierdan medio nombre por el camino, que es un pueblo entrañable, que ya no pinta de azul los nichos del cementerio…


 

 

 

 

 

sábado, 28 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día.

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El paisaje

 

 

 

                                     


 

Subíamos al campanario. Aquello era una aventura. Una de nuestras aventuras más complacientes. Al campanario se entraba – y se entra - por una puerta, que más que puerta es una portezuela pequeña, al final de la nave del Sagrario,  entre el altar de Santa Rita y el Baptisterio. La puerta está pintada de negro. No sé si el negro era por reflejo del manto de Santa Rita o porque a Vicente, el sacristán, le había parecido bien el color.

Para subir hay una escalera estrecha de caracol. Huele a orines de monaguillos. Es umbría y oscura. Los primeros tramos, siempre tenían un olor muy repelente. Allí nunca entra el sol. Un ventanuco diminuto con forma de caja de zapatos puesta de pie, deja entrar la claridad.

Al llegar al primer tramo, todo se ensanchaba. Una gran ventana con una reja de forja, permitía la entrada de la claridad. Los rayos del sol, según que época, bañaban parte de la estancia. En el centro colgaban llenas de nudos una gruesas sogas con flecos en las puntas, que se perdían por el techo. Servían para tocar las campanas. Un pasadizo sin puerta, permitía la entrada al coro…

Las campanas tocaban según a qué hora a misa, al rosario, a vísperas, al ángelus, a agoni, a fuego, (agoni y fuego eran dos manera de la muerte), a gloria y entonces era un repique que llenaba de jolgorio todo el ambiente. Cada vez que tocaban las campanas, salían despavoridos los pajarillos que estaban en la cubierta de la torre y las palomas que anidaban en su oquedades.

La escalera que subía hasta lo más alto, ya no era de caracol. Era amplia y luminosa. Tenía un ventana que no era ni grande ni pequeña y dejaba entrar el sol. Cuando subíamos nosotros, los palomos que no tenían anunciada la visita, salían de manera atropellada con un aleteo nervioso y precipitado.

Cuando llegábamos al Cuerpo de campas, nos parecían que eran más grade, y el pueblo más pequeño… Las gentes que deambulaban por la plaza parecían figuritas de barro como muñequitos que no se estaban quietos en ninguna parte. El campo, al alcance de la mano, y algunas veces, si el aire venía de cara, se oían los cantos de los gallos. Lo que más impresionaba desde aquella altura, era la luz, la sagrada luz que hacía al pueblo más blanco.


viernes, 27 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 Para ti...




Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Carta

 



Querido Joan:

 

Sabía que no me fallarías. Contacté con la tienda de libros viejos. (La que me indicaste). Les dije lo que quería y que tenía mucho interés. Ya me han contestado. Me dicen que lo tienen y que me lo servirán. (Va a cruzar el mapa, de Ribadeo a Álora). ¡Qué ilusión Joan, que ilusión poder hacer feliz, aunque sea por una momento, y por algo tan sencillo a alguien!

Yo sabía bien a quien me encomendaba y la única persona – te mueves mejor que nadie por esos mundos – que podría resolverme el asunto, eras tú. Recuerdo ahora aquellos años de cuando éramos jóvenes en la Biblioteca Municipal de Palma y me marcabas el camino y  me enseñabas todo aquello de la Escuela Cartográfica Mallorquina del XIII y del XIV. ¡Quién lo diría! Nosotros, mejor dicho, tuvimos en nuestras manos, ejemplares sacados de aquellos libros antiguos que pudo tener el mismo Colón, nosotros, te decía, pasando nuestros ojos por las copias de aquellos textos.

¿Cómo está Alaró? (Yo te decía, y a Tomeu también, que Alaró tiene las mismas tildes y letras que Álora pero bailadas, porque Álora está en su sitio, y Tomeu no captaba la ironía, normal) ¿Y, Felanitx? ¿Has vuelto por el Lluc? ¿Y el Torrente de Pareis? ¿Han llegado ya los tordos? Me imagino que la Sierra de Tramontana, sin aire, estará tan verde como cuando nosotros la cruzábamos aquellos fines de semana que teníamos libres y luego íbamos a Inca a recoger algún paquete que me enviaba mi madre con el paisano que andaba por allí.

¿Te acuerdas? Me regaló hace unos años, unos sarmientos de vides que él cultiva en la Axarquía y todos los años me trae por Navidad, unas pasas y una garrafita de vino moscatel que él mismo elabora. Está de dulce (y no es redundancia), Gloria a Dios en las alturas y en la tierra, aunque este año, por mor de los cierres perimetrales no sé qué podrá pasar. Todo está muy confuso y ni Dios sabe qué hora es.

Tengo ganas de escaparme por ahí. Tenemos pendiente alguna visita al Puig de San Salvador o a algún Celler o a Can Dimoni, - que a lo mejor, ya ha salido de misa - o adonde demonios tú quieras, que para eso eres un artista y conoces los rincones mejor que nadie.

Un abrazo, amigo.


 

jueves, 26 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alora, que está en par del río

 

 

                   


 

Dios quiso, y cuando Dios lo quiere, está todo dicho. Fue así. Tuve la suerte de nacer aquí. A orillas de un río, el Guadalhorce, en Andalucía, en el Sur de España, donde los inviernos no son tan crudos como en otros sitios y los veranos tan calurosos como los que pueden darse en cualquier lugar. Vamos, que no hay miseria. Llueve poco, casi siempre estamos pidiendo agua, pero algunas veces a Dios se le va la mano y se lía…

El pueblo está sobre unas colinas (para ver mejor el horizonte, no crean), a la falda del Monte Hacho y del Monte Redondo, por donde cada tarde se va el sol camino de América. Por su vega, porque abajo hay una vega,  corre el río que nace en tierras lejanas y sin el que nosotros casi no podríamos vivir, porque forma parte de nosotros mismos. No se entiende el pueblo sin el río aunque él, que atraviesa sin prisa la vega, lo ve desde abajo cuando mira hacia las alturas.

El río viene de tan lejos, que cuando se harta de andar por los caminos que abrió con el paso de los años, hace un regate como aquellos extremos buenos que dejaban sentado al defensa.... Más o menos. Nace en el puerto de los Alazores, baja entre olivos y antes de llegar a la llanura, hace el primer giro y ya no se va buscando las llanuras del otro río, el Guadalquivir, que él allí no tiene nada que se le pierda.

Luego, porque es caprichoso, le dice adiós desde lejos al Torcal y a las torres de las iglesias y a los cipreses que se asoman a la tapias de los conventos y… gira y rompe la caliza y abre un desfiladero único, soberbio y entre azahares en abril y tierras verdes a los dos lados, en verano marca el surco por el que se va camino del mar…

En las tardes de otoño, el sol dora las calizas de la Sierra del Valle y sus aguas parecen cristalinas y hace que sueñe mucho y bonito. En su ribera nacen álamos negros, sauces, aneas y cañas y juncias que se bambolean cuando las acuna el viento. Y Álora, entonces, desde la altura lo ver irse hacia la mar que dicen que es el morir…


miércoles, 25 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olores

 

 

                                      


 

Todos los meses del año tienen olor propio. No lo piden prestado. Es el suyo. Enero huele a flores de almendro; febrero, a noches de viento; abril a azahar; mayo a rosas nuevas; julio a rastrojos; agosto de lunas grandes; septiembre a vendimia; octubre a otoño. Pero y noviembre ¿a qué huele noviembre?

No, no me digan nada. No me gusta el olor a crisantemos ni ese olor de contar los años por muertos: setenta y uno de mi padre, cincuenta y dos de mi abuela, veintiséis del amigo entrañable, veinticuatro de mi mujer, catorce de mi hermano, trece de mi madre… No me gusta el olor de los crisantemos.

Noviembre huele a sementera. A besanas de surcos largos, a yunta que levanta la tierra y deja que con el helor de la mañana se condense un vaho blanquecino que flota a dos palmos del suelo. Detrás de la yunta iba siempre una bandada de pipitas que se alimentaban de los bichillos que salía del interior, de las entrañas calientes de la tierra.

Huele también a aceitunas moradas. Cumplieron ciclo y ellas se sostienen en las ramas de los olivosos esperando la vara que las eche al suelo. Han cumplido: fueron trama en primavera, pespuntes verdes por san Juan. (“Una por san Juan, ciento en Navidad”) y ahora el tributo rendido que se viene, ungüento divino, a la mano del hombre.

Luego será el molino (almazara, muela, tolva, trujal, molturación, alpechín, orujo… letanía de nombres cada uno con su cometido). Antes, la aceituna venía del campo a  la troje (en mi pueblo era femenino ) y puesta sobre la superficie plana una piedra a modo de cono giraba y giraba sobre ella. A la piedra la movía una bestia. Después la electricidad. Todo se perfeccionó. Ahora son otros artilugios los que la mueven pero ahora como entonces el molino huele a aceite nuevo. Es un olor penetrante, fuerte, distinto. Un olor tan suyo, tan propio que invita a rebanada de pan y a tostón empapado…

Noviembre sostiene con una mano la otra mano, la otra se llama diciembre y escribe olores  entrañables de gente que vuelve, reencuentros, añoranzas y que por lo que dicen este año va a tener unos olores distintos, tan diferentes que solo tendrán un parecido con los olores de otros años por el mismo tiempo.


martes, 24 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fortuna

 

 

                                               


 

Desde Santiago Millas,  Astorga sí se ve. Poco más de diez kilómetros. Los habitantes de aquella tierra lo andaban todo y dejaban atrás Astorga y toda la tierra maragata. Tenían el mejor negocio de arrieros de  España y llevaban mercancías por todos sitios.

Allí nació Santiago Alonso Cordero. Comenzó de arriero, luego, - de inteligencia natural fuera de lo común -, subió y subió y subió.  A mediados del  XIX está en Madrid y fue entonces, uno de los hombres más ricos de España. Se cuenta que, a Isabel II en una visita le alfombró el suelo con monedas de oro… Vamos, como quien echa mano a la calderilla del bolsillo.

En Madrid ‘todo’ le salía bien. Compró (no dicen quienes escriben de él si por la mañana o por la tarde), todos los décimos de la Lotería Nacional y naturalmente: ¡tocó! Al ir a cobrar, no había dinero para abonar todo lo ganado por el maragato…

Llega la negociación. El gobierno le ofrece el solar del antiguo Convento de San Felipe el Real, - en sus escalinatas, todos los chismes de Madrid -  junto a la Puerta del Sol. Dicen que pagó diecisiete mil reales y que hubo componendas entre Mendizábal y Santiago y que se llegó a un acuerdo (No cuantifican el importe de la corruptela pero a ¿qué suena la música?).

Al personaje lo recoge Galdós: “es un hombre, dijo, risueño y frescote, con cara de obispo, de maneras algo encogidas […] se enriqueció, en el acarreo de suministros…”

Naturalmente entró en política. Acudía al Congreso con el traje típico de maragato, con los escándalos correspondientes de sus compañeros de escaños (¿a que suena también eso de ir con peinados ‘diferentes’ y ropa distinta?). Fue también, Presidente de la Diputación de Madrid…

Y, ¡oh curiosidad!, en el solar, esquina de la Puerta del Sol con  la calle Mayor, construyó el primer edificio ‘moderno’ de Madrid, seis edificios en uno con todas las comodidades de la época. El pueblo, de momento, lo bautizó como ‘Casa Cordero’ y tuvieron hasta que inventarse un escudo nobiliario - rimbombancia obliga -  para la fachada.

Ese edificio es también tristemente famoso porque en sus bajos, en la cafetería Rolando, ETA cometió el atentado que se conoció con el nombre de “Calle del Correo”. Murieron 13 personas, los asesinos, amnistiados; el maragato, que murió de cólera, en el olvido. ¡La vida!


 

 

 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día.

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lunes

 

                                      


Hay mucha gente por la calle. Es lunes. Los lunes son los únicos días de la semana que tienen personalidad propia. Cualquier día nos preguntamos qué día es hoy, pero el lunes, no. Los lunes siempre decimos: hoy es lunes.

La gente espera entrar a la frutería. Jesús se levanta de madrugada. Va al mercado central, o sea a Mercamálaga – que no sé si escribe todo junto o por separado – y trae productos de excelente calidad. Se adelanta siempre a la fruta de temporada: las primeras chirimoyas, las primeras cerezas, los primeros nísperos, los primero mangos… Otras: peras, plátanos, uvas, manzanas, no faltan en ninguna época del año.

Unas mujeres aguardan su turno en la puerta de la pescadería. El pescadero se llama Jose Mari. Moreno, tiene pinta por el pelo negro y casi ensortijado, de haberse bajado de una patera hace poco tiempo, pero no. José Mari es del terreno, aunque se gana la vida con las cosas que trae de la mar.

“La noche tiene estrellas, / tú estás durándome por dentro”. Lo dice el maestro Alcántara. (Envío una rosa).  Voy a la ferretería. Me encuentro con Antonio Bootello. Antonio hurga en los papeles viejos. Investiga. La veleta del campanario apunta a un cielo con nubes.

Ya no está el vendedor de la ONCE. Pregunto por él y me dicen que lo han trasladado a otro puesto. Desconocía que eso funciona de esa manera y que tienen un sitio asignado para ofrecer los cupones. Todos los días son días de aprender.

Varios operarios llevan enfrascados con un muro en la vía pública un tiempo. Uno, buen mozo, aunque no haya nadie subido, casi siempre sostiene el andamio metálico. Debe ser muy observante de la seguridad del compañero.  

Antonio Díaz, me ha abordado a la altura de la parada de taxi. Tenía que preguntarme algunas cosas. Se las he aclarado en la medida de mis posibilidades. Miguel es el encargado de la limpieza de la calle. Lleva una especie de carrito, a modo de cubo, donde echa los papeles, una escoba larga. Siempre una palabra amable y una sonrisa. Miguel es un hombre excelente.

-         ¿A qué hora comienzas, Miguel?

-         A las siete. El Málaga el sábado…Se deja caer…

-         Sí, Miguel con tres centrales y a las cañas. La procesión va a ser larga y la cera, poca.

-         Eso, eso digo yo también.




 

domingo, 22 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El vino

 

 

 

                                               


 

Hoy, el día ha comenzado con buen pie. Me llegan por arte de birlibirloque, unos textos referentes al vino. Dicen, entre otras cosas, que la primera información sobre el vino, se recoge hace 5.400 años a.C. (Tampoco es cuestión de ponerse a averiguar si lo descubrieron por la mañana o por tarde). Todo fue en el monte Zagros, en Irak.

Siguen con citas de Platón, de Tucídides, de Séneca…Son textos de una profundidad y una enjundia propia de las mentes de donde salieron, y que luego, a través del paso de los años, han seguido con total vigencia.

Me viene a la mente nuestro simpar Lazarillo de Tormes. Recuerdo  cuando dice: ‘Usaba poner cabe sí un jarrillo de buen vino cuando comíamos….’  Van camino de Almorox. Están sentados junto a un vallado, comparten un racimo de uvas regaladas y el ciego le propone el trato de comer una a una. Después muda de propósito y… El lazarillo que lo observa, come a cuantas se les venían a sus manos.

-         ‘Lázaro engañado me has…’ dijo el ciego

El mozo, sorprendido pregunta:

-         ‘Y, ¿en qué lo conocisteis vos?’

-         En que yo comía dos a dos y tú callabas…

Cuenta el muchacho que él, le robaba el vino del jarrillo, dándole ‘tientos callados’ y lo volvía a poner en su sitio con sigilo, y que luego, cuando el ciego sospechó algo, ya no lo soltaba de la mano, pero él, muy pillo, se armó de una pajita larga y chupaba y chupaba hasta agotárselo. El ciego, que podría carecer de vista, pero no de inteligencia, optó por poner la mano encima a modo de tapón y no soltarlo en ningún momento…

Y el lazarillo, que estaba empicado al vino y le gustaba casi tanto como a los chivos la leche, cuenta que le hizo un agujero, le ponía cera que con el calor de la lumbre se derretía y él fingiendo tener frío, se acurrucaba entre sus piernas….Y dice con toda la franqueza del mundo: ‘maldita la gota que perdía’.

El ciego lo descubrió. No dijo nada. Un día elevó el jarro al cielo, y con todas sus fuerzas lo estrelló contra la cabeza del rapaz y lo hizo añicos… Y con un recochineo propio de quien encierra mucho, lavó las heridas y  le dijo:

-         ‘Lázaro, lo que te enfermó te cura y da salud’.


 

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día.

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sábado de otoño

 

                          


Ha amanecido un día desabrido. Nublado y ventoso. Dijo ayer, el hombre del tiempo que el levante arreciaría en el Estrecho. Se hace notar. Se agitan las ramas de los árboles. La gente lleva ropa de más abrigo que otros días.

El otoño ha presentado tarjeta de visita. No es normal el nivel de temperaturas tan altas a finales de noviembre de estos días. Me entero que en otros sitios de la Península sí hace un día soleado. Por la mañana bancos de niebla en los cursos de los ríos. ¿Inversión térmica?

La radio trae malas noticias. El ‘amable vecino de enfrente’… Eso. Ya se sabe cómo se las gasta Marruecos en cuanto ve debilidad en el complaciente vecino de este lado del mar. Fue también en torno en  noviembre de 1975 cuando organizaron la ‘Marcha verde’. Ahora el Polisario vuelve a enseñar las uñas y ellos, o sea, Marruecos presenta las credenciales invadiendo Canarias con gente que huye.

El gobierno tiene una patata caliente en la boca. Dicen que hay desavenencias entre sus propios ministros. Yo tengo por norma no escribir de política. Me lo he impuesto pero eso no quita para que a uno se le venga una preocupación más encima.

Veo, en el canal Viajar un programa sobre Tesalónica. Es de la BBC. El reportero Rick Stein. Lo enfoca, principalmente, en la cocina. Interesante y ‘sabroso’. En unos días he visto otros dos reportajes más, sobre la ciudad del Egeo. Uno, de Simon Reeve, basado en aspectos históricos, otro de Michael Portillo, fundamentado en los pormenores del paisaje después de pasar por Delfos y todo lo que suponía el oráculo. Los tres excelentes. Esos tres programas de la BBC merecen la pena.

Uno tenía noticias de Tesalónica por las Epístolas de San Pablo. Le escribió su comunidad cristiana dos cartas. La primera desde Corinto, conjuntamente con Silvano y Timoteo que acababa de regresar de su viaje por Macedonia  - Tesalónica es la capital – y les habla de la importancia del Espíritu Santo. La segunda, desde Antioquía de Siria y les apremia para que no hagan caso de noticias falsas sobre una segunda venida de Cristo. Este Pablo tenía las ideas muy claras.

Sigue el viento. Sopla con menos intensidad. Apunta algo de sol entre las nubes. Se hace bueno el refrán: “No hay sábado sin sol, ni mocita sin amor”.


viernes, 20 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tranvías

 

 

                                 


“Un tranvía de sol con jardinera…” fue el que vio Manuel Alcántara, aquel niño de los cuarenta, cuando su padre lo llevaba de la mano. Dice el maestro que había también concurso de sirenas y delfines en los Baños del Carmen, pitidos de barcos que se van ¿y no se han ido?, palomas y “biznagas que han querido serlo para volar”,  y que no se estaba ya en guerra aquel verano, en que él estudiaba “segundo de jazmines”.

Hace un montón de años, vi los primeros tranvías modernos de Europa. Era una tarde de sol dorado, como esta de hoy, de noviembre, pero en Estrasburgo. Habíamos estado sentados en la plaza de la Catedral y todo era asombroso, tan asombroso, que aquellos vehículos unidos a un cable desde su techo, ponían un acento especial.

En España hacía mucho tiempo que habían desaparecido los tranvías de las ciudades. En algunos ayuntamiento se planteaban dar solución a la saturación del tráfico para trasladar a las personas por las ciudades. No se cabía con tanto coche. La decisión era difícil, la inversión grande, y los resultados tan en el aire como los cables que festoneaban el cielo entre los edificios cada vez más altos, desaforados y esperpénticos.

Comenzaron a circular unos tranvías diferentes por muchas ciudades. No llevaban en sus frontales un número, ni en sus costados una leyenda donde se invitaba a la gente a beber ‘Anís del Mono’ – que se fabricaba en Badalona y se bebía en toda España – ni  a los hombres a rasurarse con hojas de afeitar La Palmera,  tomar el aperitivo con Cinzano, o una Ginebra seca que tenía que ser Larios.

En otros lugares – iban cayendo inexorablemente las hojas del almanaque – la fiebre llegó a tal grado, que se pusieron a construir tranvías sin estudios de mercado, sin análisis de lo que realmente demandaba la población, sin ver siquiera si había necesidad ni presupuesto para la obra, que se vería ahogada al poco tiempo por los gastos financieros…. (Entre Vélez y Torre del Mar se construyó uno que creo que se terminó vendiendo a Australia o Nueva Zelanda, o por aquellos barrios).

Hace unas noches, la policía de Málaga detuvo a una mujer que circulada en dirección contraria por la vías del tranvía. Le echó la culpa al GPS, el análisis dijo otra cosa. Dejó claro que triplicaba la tasa de alcohol permitida…..

 

 

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

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Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Catalina

 

 

                                 


 

Catalina era una mujer mayor, ligera de peso y siempre vestida de negro. Hablaba de corrido y se recogía el pelo con un roete en la parte posterior de la nuca. Muy ordenada, de limpia era pulcra y muy amante de las flores.

Me acerqué a saludarla. Hacía tiempo que no la veía y quería darle una vuelta.

-         Me han dicho que tienes una nieta nueva…

-         Calla, calla. ¡Una monería! Si la vieras… Morena, con los ojos grandes, unos labios preciosos… ¡Y es de buena! Se parece a su madre cuando chica

-         Y, ¿cómo le han puesto?  ¿Cómo tú? ¡Ay, hijo! ¡Qué va! Yo les tenía encargado que no le pusieran mi nombre, que no me gusta y le han puesto un nombre uva…

-         ¿De uva? ¿Mencía?

-         No, no, un nombre como aquellas uvas que traían de ahí de la parte de Vélez, lairele

-         ¿Lairele? ¿No será Irene?

-         Eso, eso, que yo con los nombre me hago un lío..

-         Y, tú nieto, ¿cómo le va en el colegio?

-         Bien, saca unas notas regulares. El maestro dice que es mu distraío, pero es un genio. ¡Un genio! ¿Te acuerdas de  aquel reloj que compró mi hija en Ceuta?

-         ¿?

-         Po lo cogió y en un rato lo esfarató. Algunos tornillos se le cayeron por el suelo pero yo le dije: no sufras, yo paso el cepillo y se recogen. Mi hija dijo que lo tiraría…

-         ¿A la basura?

-         No, a eso que han puesto nuevo y se llevan las cosas por separao: papeles, flejes, latas… Y luego con eso hacen otras cosas…

-         Catalina eso se llama reciclaje, pero el reloj…

-         Bueno, atrasaba mucho y cuando le parecía se paraba hasta que mi yerno le ponía unas pilas nuevas que compraba ancá Diego…

-         ¿Cómo está tu yerno?

-         Hijo, no para. Yo le digo: vente a media mañana y te hago una maquinilla de café, per la Iné no lo deja…

-         ¿La jefa?

-         No, no, él es el jefe, la iné es el sitio donde trabaja, la oficina que estaba en la calle Negrillos, que ahora se han traído a los bajos de la Cancula…

-         Catalina, el INEM…

Cuando salí a la calle, me rondaba por la cabeza: ¡qué pena que el andaluz se hable pero no se escriba…!


 

 

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 


Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desconsuelo

 

                                 


 

Álora, mi pueblo, tiene una arteria principal que lo parte en dos. Arranca en el castillo, y se pierde por la carretera de El Chorro donde el pueblo se alarga y se alarga… Bueno, eso era antes, cuando el desarrollismo se desbocó como un potro escapado.

Vino el frenazo de la primera crisis. El bocado frenó al potro en seco. Luego, levantó un poquito la cabeza y parecía que… pero no, era un espejismo. Atravesar esa arteria – como esos cateterismo que hacen en los hospitales -, cuando se viene la noche: Plaza Baja de la Despedía, Fuentarriba, Callejón, Cancula, Cervantes, Fuente de la Manía y Avenida Picasso, echa el alma a los pies. Mi pueblo ha perdido la alegría.

Desde que comenzó el horario nuevo de los cierres, la tristeza se ha mudado a vivir en la calle.  El hervidero y el bullicio mañanero, es cierto que desde hace ya un tiempo, se paraba un poco por al tardes, pero, ¿ahora? ¡Dios mío, qué pena cómo está mi pueblo! Algún despistado que regresa tarde, una moto que va alguna parte, la sirena luminosa de la Guardia Civil o la acústica de la ambulancia… y uno, entonces, se pregunta qué a quién le habrá tocado. A veces cruza un gato callejero…

Cambia un poco la cosa en la Cancula mientras hay algo de luz. Cientos, miles de pajarillos acuden a recogerse en los ficus del parque. No entienden de restricciones ni de horarios y como se las andan por otros lares, se dan el piro por la mañana y regresan al irse el sol. Hacen el cafre entre ellos y se disputan las ramas donde cobijarse.

En la Plaza Baja de la Despedía y en Fuentarriba parece que las seis de la tarde llegan antes. Han perdido el tufillo de ágora que les había concedido el pueblo. Allí se hablaba de casi todo, la gente compartía, y se ‘arreglaba’ el mundo, y como el mundo no tiene arreglo, pues eso, mañana, lo intentamos de nuevo…

Lo escribí hace unos días y lo reitero: tengo una deuda pendiente con bares y restaurantes de mi pueblo. Me puede el miedo. Tengo también una deuda con toda esa ‘otra’ gente que lo está pasando mal, muy mal. Es esa gente anónima pero que tiene nombre y apellidos. Me contaba el otro día alguien que sabe del tema, y…


 

 

 

martes, 17 de noviembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nuestra rosa de cada día

 Para ti...



Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Crespúsculo

 

 

                                         


 

José María Pérez Lozano a quien yo no conocí y del que tengo imágenes a través de fotografías en blanco y negro, era un señor delgado, que usaba gafas de pasta con montura redondeada, con la nariz  un poco larga y cara de serio.

Nació en Navalmoral de la Mata, un pueblo que he cruzado muchas veces cuando me escapaba a La Vera, o sea a Cuacos de Yuste, o cuando venía de vuelta buscando la comarca de los Ibores para bajar por Guadalupe.

 Entonces, quiero decir, hace unos años, se atravesaba el pueblo que uno ya se sabía de memoria. Se cruzaban las vías del tren y se pasaba por la puerta del campo de fútbol del  Moralo, al que nunca vi jugar, pero que a mí me caía bien y por el Campo de Arañuelo, y se salvaba el Tiétar y, aparecían unas plantaciones de hojas grandes y verdes espolvoreada por aspersores de agua que caía como una lluvia fina a pesar de ser verano y de estar el cielo despejado de nubes…

A lo que iba. José María escribió un libro delicioso. Lo publicó en 1958. El libro del que no me he desprendido y al que recurro muchas veces se llama Dios tiene una O. Cuenta cosas preciosas y lleva con mucha poesía a la vida del devenir diario. Es un cuento apócrifo donde un niño que se llamaba Jesús abría los ojos y pensaba en voz alta con su madre que se llamaba María…

Cuenta del romano que iba por la calle en una cuadriga de ocho caballos y de los paseos que ese niño daba con su madre…, y que el niño veía que la luna era blanca pero que Madre, su madre, siempre le ganada a la luna porque ella era luminosa…

No conoció, probablemente, José María, los atardeceres  de otros sitios como esos crepúsculos largos de Torremolinos, la ciudad que, años después, ofreció sus playas y su luz a muchas personas de los lugares más dispersos que acudían a ella. Y así, además, de que Dios tiene una O, uno se entera que Dios con su luz casi embrujada, también tiene una generosidad tan grande que llena de dulzura y compañía el corazón del hombre solitario que camina por su playa…