Para ti...
lunes, 30 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Trinidad
Tiene luz propia. El barrio de la
Trinidad nació en torno al convento levantado
en el solar que ocupó el campamente de la Reina Isabel la Católica, en el XV, cuando
lo del cerco a la ciudad de Málaga. Eran los finales de la guerra contra el
reino nazarí de Granada.
La reina cedió aquel terreno a
los frailes trinitarios y desde allí, creció
el barrio. Tuvo muy bien marcados algunos de sus límites. Otros no quedaron tan
claros. Por el este, el río Guadalmedina, su freno natural. Varios puentes a lo
largo de los siglos, lo salvaban en tiempos de crecidas que duraban poco, pero
que eran tremendas. Actualmente, solo el Puente de Armiñan y el de la Aurora.
Por el norte, el descampado de
Martiricos y arroyo de los Ángeles. Recibió el nombre del primitivo convento
franciscano; por el oeste, lo que hoy conocemos con nombres de calles: Blas de Lezo y Eugenio Gross, que arranca en el
Camino de Antequera.
No está tan claro donde termina el
barrio antes de su entronque con el Perchel, ( los percheles de Málaga los
llamó Cervantes), que llegaba hasta el mar. Algunos autores, toman a calle
Mármoles como eje divisorio, si bien dentro del propio Perchel, - se accede por
don Álvaro de Bazán - existe el “Llano de
la Trinidad”. No queda tampoco definido si la ermita de Zamarrilla es
perchelera o trinitaria.
Del convento, desamortizado en
1835, después cuartel, y luego edifico en ruinas que no terminan de recuperar, partía una calle larga, larga, calle de la
Trinidad, que llegaba a ‘la puente’ -
luego, de la Aurora, por el rosario que le dio nombre -. Permitía el paso desde
el arrabal, en el otro lado de río, a la ciudad.
En la iglesia de San Pablo, se
venera a Jesús Cautivo, “el de la túnica blanca”, a la Virgen de la Salud o el Santo Traslado,
pero esa es otra historia, como lo es Zamarrilla, o la iglesia modernista de
Fátima.
Barrio de gente humilde, de vida
muy dura, donde faltaba de casi todo. Perdidos los insalubres ‘corralones’ y
las ‘casas matas’, sufre una metamorfosis enorme. Allí nació, en calle Mármoles, un cante con
sello propio: la Jabera: “Barrio de la Triniá / cuantos paseos me debes /
cuantas veces me han tapao / las sombras de tus paeres”.
domingo, 29 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cuevas del Becerro
Cuevas del Becerro, “la Cueva” para los del terreno, está en la margen izquierda, conforme se va para Ronda desde el eje del Guadalhorce, y casi en la desviación de la carretera que lleva a Alcalá del Valle – que en un tiempo se llamó Alcalá de Setenil, de Ronda o de la Vega, – Antes deja a un lado la desviación hacia Serrato y El Burgo.
Porque nos acercamos a la Serranía, es probable que según época, te encuentres con una granizada (¿te acuerdas hermano, aquella que nos sorprendió una noche que veníamos de Benaojan?) o que te llueva (¡cómo jarreaba, de madrugada, cuando regresábamos de Arriate después del pregón de Salvador Pendón, por cierto, original, riguroso, actual…! Los que no fueron, se lo perdieron, pero esos son otros lópeces), o sea la misma nieve que cubre el camino y lo viste todo de una capa blanca.
Estás
a las puertas de Ronda. El paisaje diferente. Es paso entre las tierras de
De aquí baja el río de las Cuevas y muchos arroyos. Forman la cabecera del Guadalteba. Otras aguas, por la caliza y las filtraciones, van profunda, forman bolsas.
Yo hoy, iba a escribir de un barrio señero, la Trinidad, pero la actualidad manda. Ha dicho el telediario, que la autoridad sanitaria citó el pasado viernes a 389 vecinos para hacer la prueba del bicho. Se presentaron 286 y dieron positivo 130. Algo así como superando el setenta por ciento de la población. Dice también el telediario, que van a estrenar uno de esos vehículos modernos y mañana lunes, será obligatorio para todos los vecinos someterse a la prueba. Según su alcaldesa, la situación es inexplicable porque todos han cumplido pero… y, que tendrá como bueno, que serán los primeros en estar libres de todo el tinglado. ¡Dios la oiga!
Santa
Marta, dice la copla, tiene tren pero no tiene tranvía, la Cueva, ni tren ni
tranvía. Parece que lo que hay por allí es un virus suelto que acongoja.
Esperemos que se hagan la cosas bien y no pierdan medio nombre por el camino,
que es un pueblo entrañable, que ya no pinta de azul los nichos del cementerio…
sábado, 28 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El paisaje
Subíamos al campanario. Aquello
era una aventura. Una de nuestras aventuras más complacientes. Al campanario se
entraba – y se entra - por una puerta, que más que puerta es una portezuela
pequeña, al final de la nave del Sagrario,
entre el altar de Santa Rita y el Baptisterio. La puerta está pintada de
negro. No sé si el negro era por reflejo del manto de Santa Rita o porque a
Vicente, el sacristán, le había parecido bien el color.
Para subir hay una escalera
estrecha de caracol. Huele a orines de monaguillos. Es umbría y oscura. Los
primeros tramos, siempre tenían un olor muy repelente. Allí nunca entra el sol.
Un ventanuco diminuto con forma de caja de zapatos puesta de pie, deja entrar
la claridad.
Al llegar al primer tramo, todo
se ensanchaba. Una gran ventana con una reja de forja, permitía la entrada de
la claridad. Los rayos del sol, según que época, bañaban parte de la estancia.
En el centro colgaban llenas de nudos una gruesas sogas con flecos en las
puntas, que se perdían por el techo. Servían para tocar las campanas. Un
pasadizo sin puerta, permitía la entrada al coro…
Las campanas tocaban según a qué
hora a misa, al rosario, a vísperas, al ángelus, a agoni, a fuego, (agoni y
fuego eran dos manera de la muerte), a gloria y entonces era un repique que
llenaba de jolgorio todo el ambiente. Cada vez que tocaban las campanas, salían
despavoridos los pajarillos que estaban en la cubierta de la torre y las
palomas que anidaban en su oquedades.
La escalera que subía hasta lo
más alto, ya no era de caracol. Era amplia y luminosa. Tenía un ventana que no
era ni grande ni pequeña y dejaba entrar el sol. Cuando subíamos nosotros, los
palomos que no tenían anunciada la visita, salían de manera atropellada con un
aleteo nervioso y precipitado.
Cuando llegábamos al Cuerpo de campas,
nos parecían que eran más grade, y el pueblo más pequeño… Las gentes que
deambulaban por la plaza parecían figuritas de barro como muñequitos que no se
estaban quietos en ninguna parte. El campo, al alcance de la mano, y algunas
veces, si el aire venía de cara, se oían los cantos de los gallos. Lo que más
impresionaba desde aquella altura, era la luz, la sagrada luz que hacía al
pueblo más blanco.
viernes, 27 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Carta
Querido Joan:
Sabía que no me fallarías.
Contacté con la tienda de libros viejos. (La que me indicaste). Les dije lo que
quería y que tenía mucho interés. Ya me han contestado. Me dicen que lo tienen
y que me lo servirán. (Va a cruzar el mapa, de Ribadeo a Álora). ¡Qué ilusión Joan,
que ilusión poder hacer feliz, aunque sea por una momento, y por algo tan sencillo
a alguien!
Yo sabía bien a quien me
encomendaba y la única persona – te mueves mejor que nadie por esos mundos –
que podría resolverme el asunto, eras tú. Recuerdo ahora aquellos años de
cuando éramos jóvenes en la Biblioteca Municipal de Palma y me marcabas el
camino y me enseñabas todo aquello de la
Escuela Cartográfica Mallorquina del XIII y del XIV. ¡Quién lo diría! Nosotros,
mejor dicho, tuvimos en nuestras manos, ejemplares sacados de aquellos libros antiguos
que pudo tener el mismo Colón, nosotros, te decía, pasando nuestros ojos por las
copias de aquellos textos.
¿Cómo está Alaró? (Yo te decía, y
a Tomeu también, que Alaró tiene las mismas tildes y letras que Álora pero
bailadas, porque Álora está en su sitio, y Tomeu no captaba la ironía, normal)
¿Y, Felanitx? ¿Has vuelto por el Lluc? ¿Y el Torrente de Pareis? ¿Han llegado
ya los tordos? Me imagino que la Sierra de Tramontana, sin aire, estará tan verde
como cuando nosotros la cruzábamos aquellos fines de semana que teníamos libres
y luego íbamos a Inca a recoger algún paquete que me enviaba mi madre con el
paisano que andaba por allí.
¿Te acuerdas? Me regaló hace unos
años, unos sarmientos de vides que él cultiva en la Axarquía y todos los años
me trae por Navidad, unas pasas y una garrafita de vino moscatel que él mismo
elabora. Está de dulce (y no es redundancia), Gloria a Dios en las alturas y en
la tierra, aunque este año, por mor de los cierres perimetrales no sé qué podrá
pasar. Todo está muy confuso y ni Dios sabe qué hora es.
Tengo ganas de escaparme por ahí.
Tenemos pendiente alguna visita al Puig de San Salvador o a algún Celler o a Can
Dimoni, - que a lo mejor, ya ha salido de misa - o adonde demonios tú quieras,
que para eso eres un artista y conoces los rincones mejor que nadie.
Un abrazo, amigo.
jueves, 26 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alora, que está en par del río
Dios quiso, y cuando Dios lo
quiere, está todo dicho. Fue así. Tuve la suerte de nacer aquí. A orillas de un
río, el Guadalhorce, en Andalucía, en el Sur de España, donde los inviernos no
son tan crudos como en otros sitios y los veranos tan calurosos como los que
pueden darse en cualquier lugar. Vamos, que no hay miseria. Llueve poco, casi
siempre estamos pidiendo agua, pero algunas veces a Dios se le va la mano y se
lía…
El pueblo está sobre unas colinas
(para ver mejor el horizonte, no crean), a la falda del Monte Hacho y del Monte
Redondo, por donde cada tarde se va el sol camino de América. Por su vega,
porque abajo hay una vega, corre el río
que nace en tierras lejanas y sin el que nosotros casi no podríamos vivir,
porque forma parte de nosotros mismos. No se entiende el pueblo sin el río
aunque él, que atraviesa sin prisa la vega, lo ve desde abajo cuando mira hacia
las alturas.
El río viene de tan lejos, que
cuando se harta de andar por los caminos que abrió con el paso de los años,
hace un regate como aquellos extremos buenos que dejaban sentado al defensa....
Más o menos. Nace en el puerto de los Alazores, baja entre olivos y antes de
llegar a la llanura, hace el primer giro y ya no se va buscando las llanuras
del otro río, el Guadalquivir, que él allí no tiene nada que se le pierda.
Luego, porque es caprichoso, le
dice adiós desde lejos al Torcal y a las torres de las iglesias y a los
cipreses que se asoman a la tapias de los conventos y… gira y rompe la caliza y
abre un desfiladero único, soberbio y entre azahares en abril y tierras verdes
a los dos lados, en verano marca el surco por el que se va camino del mar…
En las tardes de otoño, el sol
dora las calizas de la Sierra del Valle y sus aguas parecen cristalinas y hace
que sueñe mucho y bonito. En su ribera nacen álamos negros, sauces, aneas y
cañas y juncias que se bambolean cuando las acuna el viento. Y Álora, entonces,
desde la altura lo ver irse hacia la mar que dicen que es el morir…
miércoles, 25 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olores
Todos los meses del año tienen
olor propio. No lo piden prestado. Es el suyo. Enero huele a flores de
almendro; febrero, a noches de viento; abril a azahar; mayo a rosas nuevas;
julio a rastrojos; agosto de lunas grandes; septiembre a vendimia; octubre a
otoño. Pero y noviembre ¿a qué huele noviembre?
No, no me digan nada. No me gusta
el olor a crisantemos ni ese olor de contar los años por muertos: setenta y uno
de mi padre, cincuenta y dos de mi abuela, veintiséis del amigo entrañable,
veinticuatro de mi mujer, catorce de mi hermano, trece de mi madre… No me gusta
el olor de los crisantemos.
Noviembre huele a sementera. A
besanas de surcos largos, a yunta que levanta la tierra y deja que con el helor
de la mañana se condense un vaho blanquecino que flota a dos palmos del suelo.
Detrás de la yunta iba siempre una bandada de pipitas que se alimentaban de los
bichillos que salía del interior, de las entrañas calientes de la tierra.
Huele también a aceitunas
moradas. Cumplieron ciclo y ellas se sostienen en las ramas de los olivosos
esperando la vara que las eche al suelo. Han cumplido: fueron trama en
primavera, pespuntes verdes por san Juan. (“Una por san Juan, ciento en
Navidad”) y ahora el tributo rendido que se viene, ungüento divino, a la mano
del hombre.
Luego será el molino (almazara,
muela, tolva, trujal, molturación, alpechín, orujo… letanía de nombres cada uno
con su cometido). Antes, la aceituna venía del campo a la troje (en mi pueblo era femenino ) y puesta
sobre la superficie plana una piedra a modo de cono giraba y giraba sobre ella.
A la piedra la movía una bestia. Después la electricidad. Todo se perfeccionó.
Ahora son otros artilugios los que la mueven pero ahora como entonces el molino
huele a aceite nuevo. Es un olor penetrante, fuerte, distinto. Un olor tan
suyo, tan propio que invita a rebanada de pan y a tostón empapado…
Noviembre sostiene con una mano
la otra mano, la otra se llama diciembre y escribe olores entrañables de gente que vuelve,
reencuentros, añoranzas y que por lo que dicen este año va a tener unos olores
distintos, tan diferentes que solo tendrán un parecido con los olores de otros
años por el mismo tiempo.
martes, 24 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fortuna
Desde Santiago Millas, Astorga sí se ve. Poco más de diez
kilómetros. Los habitantes de aquella tierra lo andaban todo y dejaban atrás
Astorga y toda la tierra maragata. Tenían el mejor negocio de arrieros de España y llevaban mercancías por todos
sitios.
Allí nació Santiago Alonso Cordero.
Comenzó de arriero, luego, - de inteligencia natural fuera de lo común -, subió
y subió y subió. A mediados del XIX está en Madrid y fue entonces, uno de los
hombres más ricos de España. Se cuenta que, a Isabel II en una visita le
alfombró el suelo con monedas de oro… Vamos, como quien echa mano a la
calderilla del bolsillo.
En Madrid ‘todo’ le salía bien. Compró
(no dicen quienes escriben de él si por la mañana o por la tarde), todos los
décimos de la Lotería Nacional y naturalmente: ¡tocó! Al ir a cobrar, no había
dinero para abonar todo lo ganado por el maragato…
Llega la negociación. El gobierno
le ofrece el solar del antiguo Convento de San Felipe el Real, - en sus escalinatas,
todos los chismes de Madrid - junto a la
Puerta del Sol. Dicen que pagó diecisiete mil reales y que hubo componendas
entre Mendizábal y Santiago y que se llegó a un acuerdo (No cuantifican el
importe de la corruptela pero a ¿qué suena la música?).
Al personaje lo recoge Galdós:
“es un hombre, dijo, risueño y frescote, con cara de obispo, de maneras algo
encogidas […] se enriqueció, en el acarreo de suministros…”
Naturalmente entró en política.
Acudía al Congreso con el traje típico de maragato, con los escándalos
correspondientes de sus compañeros de escaños (¿a que suena también eso de ir
con peinados ‘diferentes’ y ropa distinta?). Fue también, Presidente de la
Diputación de Madrid…
Y, ¡oh curiosidad!, en el solar,
esquina de la Puerta del Sol con la calle
Mayor, construyó el primer edificio ‘moderno’ de Madrid, seis edificios en uno
con todas las comodidades de la época. El pueblo, de momento, lo bautizó como
‘Casa Cordero’ y tuvieron hasta que inventarse un escudo nobiliario - rimbombancia
obliga - para la fachada.
Ese edificio es también
tristemente famoso porque en sus bajos, en la cafetería Rolando, ETA cometió el
atentado que se conoció con el nombre de “Calle del Correo”. Murieron 13
personas, los asesinos, amnistiados; el maragato, que murió de cólera, en el
olvido. ¡La vida!
lunes, 23 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lunes
Hay mucha gente por la calle. Es
lunes. Los lunes son los únicos días de la semana que tienen personalidad
propia. Cualquier día nos preguntamos qué día es hoy, pero el lunes, no. Los
lunes siempre decimos: hoy es lunes.
La gente espera entrar a la
frutería. Jesús se levanta de madrugada. Va al mercado central, o sea a
Mercamálaga – que no sé si escribe todo junto o por separado – y trae productos
de excelente calidad. Se adelanta siempre a la fruta de temporada: las primeras
chirimoyas, las primeras cerezas, los primeros nísperos, los primero mangos…
Otras: peras, plátanos, uvas, manzanas, no faltan en ninguna época del año.
Unas mujeres aguardan su turno en
la puerta de la pescadería. El pescadero se llama Jose Mari. Moreno, tiene
pinta por el pelo negro y casi ensortijado, de haberse bajado de una patera
hace poco tiempo, pero no. José Mari es del terreno, aunque se gana la vida con
las cosas que trae de la mar.
“La noche tiene estrellas, / tú
estás durándome por dentro”. Lo dice el maestro Alcántara. (Envío una rosa). Voy a la ferretería. Me encuentro con Antonio
Bootello. Antonio hurga en los papeles viejos. Investiga. La veleta del
campanario apunta a un cielo con nubes.
Ya no está el vendedor de la
ONCE. Pregunto por él y me dicen que lo han trasladado a otro puesto. Desconocía
que eso funciona de esa manera y que tienen un sitio asignado para ofrecer los
cupones. Todos los días son días de aprender.
Varios operarios llevan enfrascados con un muro en la vía pública un tiempo. Uno, buen mozo, aunque no haya nadie subido, casi siempre sostiene el andamio metálico. Debe ser muy observante de la seguridad del compañero.
Antonio Díaz, me ha abordado a la
altura de la parada de taxi. Tenía que preguntarme algunas cosas. Se las he
aclarado en la medida de mis posibilidades. Miguel es el encargado de la
limpieza de la calle. Lleva una especie de carrito, a modo de cubo, donde echa
los papeles, una escoba larga. Siempre una palabra amable y una sonrisa. Miguel
es un hombre excelente.
-
¿A qué hora comienzas, Miguel?
-
A las siete. El Málaga el sábado…Se deja caer…
-
Sí, Miguel con tres centrales y a las cañas. La
procesión va a ser larga y la cera, poca.
-
Eso, eso digo yo también.
domingo, 22 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El vino
Hoy, el día ha comenzado con buen
pie. Me llegan por arte de birlibirloque, unos textos referentes al vino.
Dicen, entre otras cosas, que la primera información sobre el vino, se recoge
hace 5.400 años a.C. (Tampoco es cuestión de ponerse a averiguar si lo
descubrieron por la mañana o por tarde). Todo fue en el monte Zagros, en Irak.
Siguen con citas de Platón, de
Tucídides, de Séneca…Son textos de una profundidad y una enjundia propia de las
mentes de donde salieron, y que luego, a través del paso de los años, han
seguido con total vigencia.
Me viene a la mente nuestro
simpar Lazarillo de Tormes. Recuerdo cuando
dice: ‘Usaba poner cabe sí un jarrillo de buen vino cuando comíamos….’ Van camino de Almorox. Están sentados
junto a un vallado, comparten un racimo de uvas regaladas y el ciego le propone
el trato de comer una a una. Después muda de propósito y… El lazarillo que lo
observa, come a cuantas se les venían a sus manos.
-
‘Lázaro engañado me has…’ dijo el
ciego
El mozo, sorprendido pregunta:
-
‘Y, ¿en qué lo conocisteis vos?’
-
En que yo comía dos a dos y tú callabas…
Cuenta el muchacho que él, le
robaba el vino del jarrillo, dándole ‘tientos callados’ y lo volvía a
poner en su sitio con sigilo, y que luego, cuando el ciego sospechó algo, ya no
lo soltaba de la mano, pero él, muy pillo, se armó de una pajita larga y
chupaba y chupaba hasta agotárselo. El ciego, que podría carecer de vista, pero
no de inteligencia, optó por poner la mano encima a modo de tapón y no soltarlo
en ningún momento…
Y el lazarillo, que estaba
empicado al vino y le gustaba casi tanto como a los chivos la leche, cuenta que
le hizo un agujero, le ponía cera que con el calor de la lumbre se derretía y
él fingiendo tener frío, se acurrucaba entre sus piernas….Y dice con toda la
franqueza del mundo: ‘maldita la gota que perdía’.
El ciego lo descubrió. No dijo nada.
Un día elevó el jarro al cielo, y con todas sus fuerzas lo estrelló contra la
cabeza del rapaz y lo hizo añicos… Y con un recochineo propio de quien encierra
mucho, lavó las heridas y le dijo:
-
‘Lázaro, lo que te enfermó te cura y da
salud’.
sábado, 21 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sábado de otoño
Ha amanecido un día desabrido. Nublado
y ventoso. Dijo ayer, el hombre del tiempo que el levante arreciaría en el
Estrecho. Se hace notar. Se agitan las ramas de los árboles. La gente lleva
ropa de más abrigo que otros días.
El otoño ha presentado tarjeta de
visita. No es normal el nivel de temperaturas tan altas a finales de noviembre
de estos días. Me entero que en otros sitios de la Península sí hace un día
soleado. Por la mañana bancos de niebla en los cursos de los ríos. ¿Inversión
térmica?
La radio trae malas noticias. El
‘amable vecino de enfrente’… Eso. Ya se sabe cómo se las gasta Marruecos en
cuanto ve debilidad en el complaciente vecino de este lado del mar. Fue también
en torno en noviembre de 1975 cuando
organizaron la ‘Marcha verde’. Ahora el Polisario vuelve a enseñar las uñas y
ellos, o sea, Marruecos presenta las credenciales invadiendo Canarias con gente
que huye.
El gobierno tiene una patata
caliente en la boca. Dicen que hay desavenencias entre sus propios ministros.
Yo tengo por norma no escribir de política. Me lo he impuesto pero eso no quita
para que a uno se le venga una preocupación más encima.
Veo, en el canal Viajar un
programa sobre Tesalónica. Es de la BBC. El reportero Rick Stein. Lo enfoca,
principalmente, en la cocina. Interesante y ‘sabroso’. En unos días he visto
otros dos reportajes más, sobre la ciudad del Egeo. Uno, de Simon Reeve, basado
en aspectos históricos, otro de Michael Portillo, fundamentado en los pormenores
del paisaje después de pasar por Delfos y todo lo que suponía el oráculo. Los
tres excelentes. Esos tres programas de la BBC merecen la pena.
Uno tenía noticias de Tesalónica
por las Epístolas de San Pablo. Le escribió su comunidad cristiana dos cartas. La
primera desde Corinto, conjuntamente con Silvano y Timoteo que acababa de
regresar de su viaje por Macedonia -
Tesalónica es la capital – y les habla de la importancia del Espíritu Santo. La
segunda, desde Antioquía de Siria y les apremia para que no hagan caso de
noticias falsas sobre una segunda venida de Cristo. Este Pablo tenía las ideas
muy claras.
Sigue el viento. Sopla con menos
intensidad. Apunta algo de sol entre las nubes. Se hace bueno el refrán: “No
hay sábado sin sol, ni mocita sin amor”.
viernes, 20 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tranvías
“Un tranvía de sol con
jardinera…” fue el que vio Manuel Alcántara, aquel niño de los cuarenta, cuando
su padre lo llevaba de la mano. Dice el maestro que había también concurso de
sirenas y delfines en los Baños del Carmen, pitidos de barcos que se van ¿y no
se han ido?, palomas y “biznagas que han querido serlo para volar”, y que no se estaba ya en guerra aquel verano,
en que él estudiaba “segundo de jazmines”.
Hace un montón de años, vi los
primeros tranvías modernos de Europa. Era una tarde de sol dorado, como esta de
hoy, de noviembre, pero en Estrasburgo. Habíamos estado sentados en la plaza de
la Catedral y todo era asombroso, tan asombroso, que aquellos vehículos unidos
a un cable desde su techo, ponían un acento especial.
En España hacía mucho tiempo que
habían desaparecido los tranvías de las ciudades. En algunos ayuntamiento se
planteaban dar solución a la saturación del tráfico para trasladar a las
personas por las ciudades. No se cabía con tanto coche. La decisión era
difícil, la inversión grande, y los resultados tan en el aire como los cables
que festoneaban el cielo entre los edificios cada vez más altos, desaforados y
esperpénticos.
Comenzaron a circular unos
tranvías diferentes por muchas ciudades. No llevaban en sus frontales un
número, ni en sus costados una leyenda donde se invitaba a la gente a beber
‘Anís del Mono’ – que se fabricaba en Badalona y se bebía en toda España –
ni a los hombres a rasurarse con hojas
de afeitar La Palmera, tomar el
aperitivo con Cinzano, o una Ginebra seca que tenía que ser Larios.
En otros lugares – iban cayendo
inexorablemente las hojas del almanaque – la fiebre llegó a tal grado, que se
pusieron a construir tranvías sin estudios de mercado, sin análisis de lo que
realmente demandaba la población, sin ver siquiera si había necesidad ni presupuesto
para la obra, que se vería ahogada al poco tiempo por los gastos financieros….
(Entre Vélez y Torre del Mar se construyó uno que creo que se terminó vendiendo
a Australia o Nueva Zelanda, o por aquellos barrios).
Hace unas noches, la policía de
Málaga detuvo a una mujer que circulada en dirección contraria por la vías del
tranvía. Le echó la culpa al GPS, el análisis dijo otra cosa. Dejó claro que
triplicaba la tasa de alcohol permitida…..
jueves, 19 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Catalina
Catalina era una mujer mayor, ligera
de peso y siempre vestida de negro. Hablaba de corrido y se recogía el pelo con
un roete en la parte posterior de la nuca. Muy ordenada, de limpia era
pulcra y muy amante de las flores.
Me acerqué a saludarla. Hacía
tiempo que no la veía y quería darle una vuelta.
-
Me han dicho que tienes una nieta nueva…
-
Calla, calla. ¡Una monería! Si la vieras… Morena,
con los ojos grandes, unos labios preciosos… ¡Y es de buena! Se parece a su
madre cuando chica…
-
Y, ¿cómo le han puesto? ¿Cómo tú? ¡Ay, hijo! ¡Qué va! Yo les tenía
encargado que no le pusieran mi nombre, que no me gusta y le han puesto un nombre
uva…
-
¿De uva? ¿Mencía?
-
No, no, un nombre como aquellas uvas que traían de
ahí de la parte de Vélez, lairele…
-
¿Lairele? ¿No será Irene?
-
Eso, eso, que yo con los nombre me hago un lío..
-
Y, tú nieto, ¿cómo le va en el colegio?
-
Bien, saca unas notas regulares. El maestro dice
que es mu distraío, pero es un genio. ¡Un genio! ¿Te acuerdas de aquel reloj que compró mi hija en Ceuta?
-
¿?
-
Po lo cogió y en un rato lo esfarató.
Algunos tornillos se le cayeron por el suelo pero yo le dije: no sufras, yo paso
el cepillo y se recogen. Mi hija dijo que lo tiraría…
-
¿A la basura?
-
No, a eso que han puesto nuevo y se llevan las
cosas por separao: papeles, flejes, latas… Y luego con eso hacen otras
cosas…
-
Catalina eso se llama reciclaje, pero el reloj…
-
Bueno, atrasaba mucho y cuando le parecía se
paraba hasta que mi yerno le ponía unas pilas nuevas que compraba ancá Diego…
-
¿Cómo está tu yerno?
-
Hijo, no para. Yo le digo: vente a media mañana y
te hago una maquinilla de café, per la Iné no lo deja…
-
¿La jefa?
-
No, no, él es el jefe, la iné es el sitio
donde trabaja, la oficina que estaba en la calle Negrillos, que ahora se han
traído a los bajos de la Cancula…
-
Catalina, el INEM…
Cuando salí a la calle, me
rondaba por la cabeza: ¡qué pena que el andaluz se hable pero no se escriba…!
miércoles, 18 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desconsuelo
Álora, mi pueblo, tiene una
arteria principal que lo parte en dos. Arranca en el castillo, y se pierde por
la carretera de El Chorro donde el pueblo se alarga y se alarga… Bueno, eso era
antes, cuando el desarrollismo se desbocó como un potro escapado.
Vino el frenazo de la primera
crisis. El bocado frenó al potro en seco. Luego, levantó un poquito la cabeza y
parecía que… pero no, era un espejismo. Atravesar esa arteria – como esos
cateterismo que hacen en los hospitales -, cuando se viene la noche: Plaza Baja
de la Despedía, Fuentarriba, Callejón, Cancula, Cervantes, Fuente de la Manía y
Avenida Picasso, echa el alma a los pies. Mi pueblo ha perdido la alegría.
Desde que comenzó el horario
nuevo de los cierres, la tristeza se ha mudado a vivir en la calle. El hervidero y el bullicio mañanero, es
cierto que desde hace ya un tiempo, se paraba un poco por al tardes, pero,
¿ahora? ¡Dios mío, qué pena cómo está mi pueblo! Algún despistado que regresa
tarde, una moto que va alguna parte, la sirena luminosa de la Guardia Civil o
la acústica de la ambulancia… y uno, entonces, se pregunta qué a quién le habrá
tocado. A veces cruza un gato callejero…
Cambia un poco la cosa en la
Cancula mientras hay algo de luz. Cientos, miles de pajarillos acuden a
recogerse en los ficus del parque. No entienden de restricciones ni de horarios
y como se las andan por otros lares, se dan el piro por la mañana y regresan al
irse el sol. Hacen el cafre entre ellos y se disputan las ramas donde cobijarse.
En la Plaza Baja de la Despedía y
en Fuentarriba parece que las seis de la tarde llegan antes. Han perdido el tufillo
de ágora que les había concedido el pueblo. Allí se hablaba de casi todo, la
gente compartía, y se ‘arreglaba’ el mundo, y como el mundo no tiene arreglo,
pues eso, mañana, lo intentamos de nuevo…
Lo escribí hace unos días y lo
reitero: tengo una deuda pendiente con bares y restaurantes de mi pueblo. Me
puede el miedo. Tengo también una deuda con toda esa ‘otra’ gente que lo está
pasando mal, muy mal. Es esa gente anónima pero que tiene nombre y apellidos.
Me contaba el otro día alguien que sabe del tema, y…
martes, 17 de noviembre de 2020
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Crespúsculo
José
María Pérez Lozano a quien yo no conocí y del que tengo imágenes a través de
fotografías en blanco y negro, era un señor delgado, que usaba gafas de pasta
con montura redondeada, con la nariz un
poco larga y cara de serio.
Nació
en Navalmoral de la Mata, un pueblo que he cruzado muchas veces cuando me
escapaba a La Vera, o sea a Cuacos de Yuste, o cuando venía de vuelta buscando
la comarca de los Ibores para bajar por Guadalupe.
Entonces, quiero decir, hace unos años, se
atravesaba el pueblo que uno ya se sabía de memoria. Se cruzaban las vías del
tren y se pasaba por la puerta del campo de fútbol del Moralo, al que nunca vi jugar, pero que a mí
me caía bien y por el Campo de Arañuelo, y se salvaba el Tiétar y, aparecían
unas plantaciones de hojas grandes y verdes espolvoreada por aspersores de agua
que caía como una lluvia fina a pesar de ser verano y de estar el cielo
despejado de nubes…
A
lo que iba. José María escribió un libro delicioso. Lo publicó en 1958. El
libro del que no me he desprendido y al que recurro muchas veces se llama Dios
tiene una O. Cuenta cosas preciosas y lleva con mucha poesía a la vida del
devenir diario. Es un cuento apócrifo donde un niño que se llamaba Jesús abría
los ojos y pensaba en voz alta con su madre que se llamaba María…
Cuenta
del romano que iba por la calle en una cuadriga de ocho caballos y de los
paseos que ese niño daba con su madre…, y que el niño veía que la luna era
blanca pero que Madre, su madre, siempre le ganada a la luna porque ella era
luminosa…
No
conoció, probablemente, José María, los atardeceres de otros sitios como esos crepúsculos largos de
Torremolinos, la ciudad que, años después, ofreció sus playas y su luz a muchas
personas de los lugares más dispersos que acudían a ella. Y así, además, de que
Dios tiene una O, uno se entera que Dios con su luz casi embrujada, también
tiene una generosidad tan grande que llena de dulzura y compañía el corazón del
hombre solitario que camina por su playa…