Lucca había reservado una mesa
para cinco en el restaurante Capisci. Para ellos cuatro, y don Giovanni.
Lucca y don Giovanni solían tomar algún vino de vez en cuando, mano a mano, y
hablaban de ‘sus cosas’. Aquella noche, creyó oportuno que se uniese al grupo.
El restaurante tenía unas vistas
esplendidas sobre el golfo. Las luces de las casas y las embarcaciones ancladas, eran puntos de
atracción en toda la ladera de la montaña y en el mar oscuro. Todo era de un
encanto especial. En el cielo de verano, Júpiter y Saturno, las vistas, las
flores que llenaban los arriates de la terraza, la compañía…
En un momento de la cena, él le
preguntó:
-
Don Giovanni, eso de las sirenas… ¿Qué hay de
verdad en todo eso?
Y sin inmutarse, don Giovanni le
devolvió la respuesta con otra pregunta.
-
Tú, ¿crees en el diablo?
-
Pues…
Don Giovanni no lo dejó terminar,
ya ves, dijo, todos hablan de él, pero nadie lo ha visto.
Don Giovanni era un experto en vinos.
Le explicó principalmente a él, porque Lucca era casi tan conocedor como don
Giovanni, que las plantaciones de las vides recibían influjos de los vientos
que venían impregnados de las lavas del Vesubio, al otro de las montañas y que,
al mismo tiempo, frenaban las brisas que subían del mar, así se hacía la mezcla
perfecta; lava y brisa salina. Y don Giovanni habló de las variedades: sciascinoso,
serpentaria, ripolo, tronto, ginestra, fenile, pepella, biancazita… y de las
características que los diferenciaba, entre ellas.
Comentó que Virgilio decía que el vino amaba
las laderas, y agregó que las terrazas con cultivos seculares, tenían todas las
orientaciones posibles. Son cepas arrugadas como brujas y…
La cena fue muy amena. Distendida. Gustaba
escuchar y aprender con los conocimientos de don Giovanni y al viejo cura le
encantaba que alguien le prestase atención a todo lo que él decía.
Don Giovanni llegó a Positano muy joven, y toda
su vida la había entregado a la parroquia y a los feligreses. Con los nuevos
tiempos, las cosas habían cambiado. Él seguía teniendo sus amigos a los que
conocía desde que eran niños.
-
Don Giovanni, eso de la infabilidad del Papa…
-
Anda, anda, no seas malo, que te vas a condenar….
-
Pero si dicen que el infierno no existe.
-
Tú, respondió, no intentes averiguarlo, por si acaso…
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