miércoles, 23 de septiembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hontangas

 

                      


De entrada, el viajero dice a los cuatro vientos que quieran detenerse un momento a escucharlo que nunca estuvo en Hontagas, pero que si Dios le da salud y el tiempo que corre se lo permite, piensa ir. ¿Cuándo? No lo sabe…

El viajero de espíritu inquieto, necesita de esas sensaciones como las de aquellos que buscaban aventuras y se apostaban en las escalinatas de las catedrales y bebían en las fuentes de los caminos… Ahora, de vez en cuando, echa a volar su mente y  piensa con llegarse un poco más lejos y se quiere ir por las tierra de la Ribera del Duero, donde van  ríos con más o menos agua, pero todos ahítos de sueños de otra gentes que decidieron andar sus propios caminos.

Por esas cosas raras que pasan le llega una fotografía del río Riaza y sueña con echar una siesta, entre pueblo y pueblo, porque el río va de Hontangas a Adrada de Haza y recordar todas esas historias que alguna vez alguien le contó…

Y entonces, piensa cómo se las ingenian los pueblos para hacer suya la imagen – casi siempre hay una imagen, un pastor, una quebrada…. - que atraerá a otra gente y así recuerda que a la Virgen de la Cueva la vieron, a modo de luz en el fondo de la oquedad,  desde su castillo, los señores que oteaban el horizonte una noche oscura y cuando fueron, la encontraron y la montaron en un carro de bueyes que se negaban a andar.

La cosa no quedó ahí porque los de Adrada de Haza también la vieron y quisieron llevarla en un carro tirado por mulos con idéntico resultado. Y los dos pueblos pugnaron porque la Virgen era ‘suya’ y esas cosas…

Y el viajero, que gusta de echar a volar su imaginación va y piensa cómo podría gozar en las riberas frondosas del río que corre por tierras de Castilla profunda y solitaria entre pueblos con poco más de doscientos habitantes, y que corren hacia otros ríos que buscan, como vamos todos hacia el mar, que es el morir… Por cierto, muy cerca de allí, en Roa, fue a entregar su alma, su poder y su vida el gran Cisneros al que la muerte igualó con todos los demás hombres.




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