sábado, 5 de septiembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lorenzo





Lorenzo es un hombre más bien bajito, de pocas carnes, con grandes entradas y una mirada que dice mucho. El aumento de los cristales de sus gafas, dejan ver unos ojos que saben más, mucho más de lo que aparentan, y trasciende la vida de un hombre, donde la riqueza interior está muy por encima de otras cosas. Humano y espiritual…

De joven fue buen cancerbero. Había sustituido a un portero mítico, Rafael Calvo, bajo los palos en un equipo casi invencible en casa. Los niños de entonces, veíamos que daba mucha seguridad al equipo porque tenía una agilidad felina para atrapar los balones….

Años después, tuve la suerte de ‘caer’ en sus manos. Por esa extraña razón de los buenos formadores, sin que entre nosotros hubiese existido una amistad, que sí pudo haberla con otros compañeros sin embargo. A mí me marcó en muchas cosas, y en el conocimiento de los grandes de la literatura: Tagore, Hemigway, José María Pérez Lozano, Willian Saroyan… y una larga lista de la que el muchacho de ayer no se ha desprendido.

Por esas cosas de la vida, nuestros caminos se separaron tanto, tanto que solo sabía de él de oídas. Y así conocí que anduvo por Venezuela, por el Arroyo de la Miel, por Melilla en la Gota de Leche, por San Gabriel en la Malagueta, y que fue a retirarse a Antequera, a su pueblo…

Publicó libros de espiritualidad y yo acudí a la presentación. Creo que los dos nos alegramos del reencuentro, y desde entonces, gracias a esto que ahora se llaman redes sociales,  lo sigo y  lo leo en su publicación, Diario de un cura jubilado.

Su ‘Diario’ está en un momento sublime. Nos está contando cómo fue su despertar a la infancia en la Casería del Conde, en la llanura antequerana donde vivía con sus padres,  su padre, carpintero de profesión, y él niño, con una curiosidad innata a todo lo que le rodeaba.

Cada capítulo nos regala en pequeñas dosis algo único. Delicioso, lleno de ternura, y al mismo tiempo, con una profundidad enorme… Yo quería hablar de Lorenzo, -Lorenzo Orellana Hurtado, por la gracia de Dios, sacerdote -  y casi he hablado más de mí que de él. Pido perdón. Aprovecho la ocasión,  y lo digo, no se lo pierdan. Verán una cosa buena. ¿Buena? Me quedo corto…


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