Están en flor, preciosas. Sus flores parecen cuentas
de un rosario de nácar pura. Decían los viejos que si las esparragueras se
cargaban de flores, otoñada segura. Las esparragueras florecen a final del
verano. Se ven en la sequedad del campo, generalmente en los sitios más
agrestes, como borbotones blancos porque su flor es del color de la Vía Láctea
en las noches oscuras del estío que ya casi se nos va.
La esparraguera es una planta de la familia de las Liliáceas, con
tallo herbáceo, muy ramoso, hojas aciculares y en hacecillos, flores de color
blanco verdoso, fruto en bayas rojas del tamaño de un guisante, y raíz en cepa
rastrera, que en la primavera produce abundantes yemas de tallo recto y
comestible.
Probablemente, vino a la Península Ibérica
de la mano de Roma. El Imperio, además de leyes, la lengua y caminos, también
nos trajo algo que comer porque su nacimiento silvestre – la agricultura
consigue el esparrago de cultivo o
espárrago de huerta, pero ese es otro espárrago - su cocción fácil y algo con altas dosis
terapéuticas. Afirman que el espárrago es diurético y por mor de la
esparraguina el olor de la orina es muy especial.
Barbeito habla del espárrago que crecía en
los vallados donde alternaban con caracoles, hinojos y tomillos. Contaba
también que su amigo “el Cangui” rebuscaba las esparragueras y bajaba
por las paredes de tierra que casi rozaba el tren cuando pasaba…
Durante los meses de invierno los
‘esparragueros’ de devoción y de necesidad se echan al campo. Los esparragueros
llevan siempre una navaja para cortar los brotes lo más cerca posible del
suelo. Al ser una planas muy espinosa no facilita su corte lo que hace que, en
ocasiones, se pise la planta pero sin llegar a quebrar el brote tierno.
Antiguamente se solían quemar las
esparraguera. Afirmaban los que así procedían que era una manera de conseguir
que la planta brotase con más vigor y
con más espárragos. Esta práctica está ya abanada y protegida por leyes
rigurosas.
En Álora, el Libro del Repartimiento de
1485 los daba como ‘libres’ por lo que cualquier vecino podía entrar en otras
propiedades y recolectarlos. Por aquí eso tiene un nombre: echar una esparragá.
Nadie podía llamar la atención al posible esparraguero que buscaba un manjar
peculiar y especial… cuando, después de las lluvias de otoño aparecían por el
campo.
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